La epilepsia del cielo, de JorisKarl Huysmans
“La epilepsia del cielo” reúne atractivos textos sobre París y críticas de arte de Huysmans, máximo decadentista y autor del clásico “A contrapelo”.
Poco más ancho que una zanja, el río Bièvre nace en la laguna de Saint-Quentin, cerca de Versailles, y corre hacia el este buena parte de sus treinta y tres kilómetros de extensión, para después virar al norte y entrar en París, donde termina desembocando en el Sena, a la altura del Puente de Austerlitz.
Durante la Edad Media fue una suerte de alcantarilla que evacuaba los desperdicios de los artesanos que había a su vera. Sus aguas, “poco calcáreas”, hicieron que su caudal fuera intensamente utilizado por lavanderas y peleterías.
A mediados del siglo XIX empezó a ser entubado, y luego sus aguas empezaron a ser vertidas en el sistema cloacal de la ciudad. Si bien en los últimos años algunos tramos del suburbio han sido reabiertos, en París corre bajo tierra, por un cauce confuso.
Joris-Karl Huysmans escribió “La Bièvre” en 1878. Ahí señaló: “representa el más perfecto símbolo de la miseria de la mujer explotada por una gran ciudad. Atraviesa con fluidez y delicadeza, esbelta y frágil, el valle que lleva su nombre, mitológicamente encarnada en una niña entrada en la pubertad, una náyade jovencísima, jugando todavía con sus muñecas, bajo los sauces. A su llegada a París cae en las garras de los buitres industriales; despojada de su vestimenta de árboles y follajes, desnuda de hierbas y ramas, se somete al trabajo y se agota en las horribles tareas que se le exigen”.
El texto de Huysmans, apenas quince páginas de objeto e intensidad infrecuentes, abre La epilepsia del cielo, una antología de “crónicas, prosas y críticas de arte (1867-1902)” de este escritor sin par, seleccionada y traducida por Claudio Iglesias. “Al leer estas páginas uno es testigo de la guerra entre el presente y el pasado, cuyo campo de batalla era la ciudad en vías de modernización. Allí Huysmans trata de leer los signos de las calamidades de la cultura, y busca también un anclaje para la esperanza”, escribe Iglesias en una semblanza final del autor.
Un año antes Huysmans había escrito su primera novela, Marthe, histoire d’un jeune fille. Por la exactitud de sus descripciones, la novela gustó mucho a Emile Zola, que invitó a Huysmans a sumarse al grupo de los naturalistas.
“A comienzos de 1882”, recuerda el ensayista Juan Herrero, “Huysmans concibe el proyecto de escribir una novela corta sobre el refinamiento personal como rechazo y antídoto del materialismo y de la vulgaridad ambiental”. Admirador de Verlaine, de Edgar Allan Poe, de Baudelaire, cuyas ideas estéticas iluminan su proyecto, le escribe a Mallarmé para pedirle algunos poemas. El protagonista de su libro, Jean Des Esseintes, será un gran admirador de Mallarmé.
La novela es À rebours (A contrapelo), que desconcertará a los lectores al momento de su publicación, en 1884, y terminará convirtiéndose, en palabras de Michel Houellebecq, en “la esfinge de todas las literaturas de decadencia”.
Ahí Huysmans reduce la intriga a su mínima expresión. Des Esseintes es un aristócrata excéntrico, huérfano de adolescente, educado por los jesuitas, que después de haber experimentado todo lo que podía ofrecerle la sociedad abandona París y se recluye en su mansión de Fontenay.
A lo largo de dieciséis capítulos que funcionan como pretexto para que el autor desarrolle su pensamiento estético, Des Esseintes pinta el interior de su casa haciendo una cuidadosa elección de colores, transforma el comedor en lujoso camarote, arma una biblioteca de clásicos de la decadencia latina, incrusta gemas preciosas en la caparazón de una tortuga, para que haga juego con las alfombras sobre las que se desplaza, e inventa un instrumento de viento que con cada nota libera un licor diferente.
Luego elige las pinturas para decorar las paredes, recuerda las maldades que ha hecho (entre otras, empujar a un adolescente, por el camino del vicio, hasta el crimen), sufre desórdenes nerviosos, para distraerse de los cuales cultiva flores con formas artificiales, de aspecto obsceno, y tiene pesadillas, en las que recuerda sus aventuras eróticas con un acróbata andrógino y con un ventrílocuo perverso. Para poner fin a las alucinaciones olfativas que lo dominan, fabrica perfumes como antídoto, y proyecta un viaje a Londres, pero no va más allá de un bar inglés de París.
Finalmente, de regreso a Fontenay lee a Jules Barbey d’Aurevilly, autor de Las diabólicas, y a los escritores religiosos y su estómago empeora, aunque un régimen lo ayuda a recuperarse, y se dedica a leer a los modernos. Su género literario favorito son los poemas en prosa, que para él resumen lo mejor que hay en las novelas. Reaparecen las alucinaciones, en este caso auditivas. Entonces llama a un médico, que le recomienda volver a París.
“¡Señor”, dice Das Esseintes en el últimpo párrafo de la novela, “ten piedad de este cristiano que duda, de este incrédulo que quisiera creer, de este condenado de la vida que se embarca solo, en plena noche, bajo un firmamento que ya no iluminan los faros consoladores de la antigua esperanza!”.
El escritor y crítico católico Paul Bourget escribió que en A contrapelo “la unidad del libro se descompone para dejar lugar a la independencia de la página, que se descompone para dejar lugar a la independencia de la frase, que se descompone para dejar lugar a la independencia de la palabra”.
Félix Fénéon, decano de la crítica de arte francesa, señaló que Huysmans “inventó una frase violenta y conminatoria, tatuada con metáforas salvajes, aptas para sucitar sentimientos nauseabundos, densos y tumultuosos”.
Lo mismo que Fénéon, Mallarmé y otros críticos, Huysmans usaba palabras tan infrecuentes que no sin humor y bajo seudónimo escribieron, en 1888, en colaboración, un Pequeño glosario para auxiliar a la inteligencia de los autores decadentes y simbolistas.
La epilepsia del cielo es una expresión extraída de una crítica de Huysmans a los dibujos de Victor Hugo. Como crítico, Huysmans alabó a Gustave Moreau y Odilon Redon, y tras alguna vacilación, apoyó a Edouard Manet y a los impresionistas.
Algunos de los textos incluidos en el libro (“Balada clorótica”, “Rojo monocromo”), son poco más que ensoñaciones, descripciones de ensoñaciones, que hay que volver a leer para encontrar el foco de atención. Otros son críticas de pinturas de género (el paisaje, la naturaleza muerta), crónicas de salones, en las que va describiendo y comentando los cuadros que ve. Hay una brevedad, una exactitud paradójica: es una exactitud que aliviana, una descripción que escinde más que integra los elementos. La epilepsia del cielo es un libro breve, pero casi infinito.
Hay un texto sobre el rechazo del cuadro “Naná” de Manet, en 1877, leído en clave naturalista, y un texto maravilloso que describe a los distintos habitués de un café. Es asombroso porque fueron textos escritos para la prensa, pero se leen como poemas.