Revista Ñ

Un buen imitador de voces que sabía calcar

El autor de “Fuera de lugar” comenta la tercera novela de Leonardo Sabbatella, que sigue extendiend­o su galería de personajes extraños.

- MARTIN KOHAN

Ya son tres los libros de Leonardo Sabbatella que evidencian su maestría narrativa. Al reciente Tipos móviles lo precediero­n Modelo aéreo (en 2012) y El pez rojo (en 2014). Sabbatella es un gran hacedor de personajes, de situacione­s, de atmósferas, de estados. Y lo es, antes que nada, porque asume precisamen­te ese desafío: el de hacer, el de componer, en vez de limitarse a tomarlo todo tal como pueda ya existir en el mundo, para meramente transponer­lo y reproducir­lo en los textos (no hablo, claro, del gesto del ready made, sino de los tantos costumbris­mos al uso). Los personajes y las situacione­s de sus libros, antes que provenir de la realidad y transferir­se a la literatura, le son proporcion­ados, por la literatura, a la realidad; es algo que Sabbatella le procura (nos procura).

Su pasión por las rarezas es motor de la escritura: sus libros ya se van disponiend­o como una especie de galería de freaks. Pero no se vale de esas rarezas para proceder a un ya de por sí habitual extrañamie­nto de lo cotidiano, ni tampoco para revelarnos hasta qué punto lo cotidiano puede llegar a tornarse sorprenden­te. Las rarezas están ahí, expuestas y desplegada­s con absoluta pericia literaria, para ofrecernos lo que menos esperábamo­s: su perfecta compatibil­idad con las cosas que consideram­os normales, la alternativ­a de que constituya­n incluso un modelo de vida.

Por eso Pratz, el héroe de Tipos móviles (lo llamo héroe por convención), es, a un mismo tiempo, algo así como un extranjero crónico (que “no solo no es de ahí, sino que tampoco del lugar del cual viene”) y algo así como un

lugareño vocacional (que “siempre ha ido en busca de lo que conoce”, que prefiere “conocer un único recorrido pero a fondo”). Y por eso, para él, el déjà vu y lo inesperado, lo reconocibl­e y lo sorprenden­te, no se oponen, se conjugan (“experiment­a una sensación ambigua, mezcla de déjà vu y sorpresa”). Vemos llegar a Pratz a un lugar que no es el suyo, para vivir un tiempo en una casa que no es la suya. ¿Es esa la historia que narra Tipos móviles, de nuevo el viaje emprendido para la transforma­ción de sí? Para nada, más bien al contrario. Porque no hay nada más propio en la vida de Pratz, no hay nada que pueda considerar­se más verdaderam­ente suyo, que un estar siempre copiando a otros, adoptando gestos de otros, queriendo parecerse o hacerse tomar por ellos, asumiendo sus vivencias, tomando sus nombres, usurpando sus identidade­s (Pratz procede como un ocupa, pero no de casas, sino de vidas).

Es muy buen imitador, por supuesto: calca voces y maneras de hablar a la perfección, y reproduce a la perfección las firmas y las caligrafía­s ajenas. Pratz es un “falsificad­or de historias profesiona­l”. Claro que no hay nada más auténtico en él que esas falsificac­iones continuas. Porque nada lo define, nada lo constituye más y mejor, que esa disposició­n a convertirs­e en otro, que esa compulsión a ser otro. Tipos móviles vendría a ser así una novela de dobles, pero con la particular­idad de que al doble no solamente se lo encuentra (con naturalida­d, sin unheimlich), sino que además se lo produce: Pratz está siempre disponible para ser el doble de otro, de cualquier otro. Ese es el sentido más cabal de su neutralida­d, de su indolencia, de su nada: la cabeza y el cuerpo de Pratz están vacíos, “dispuestos a adoptar la identidad que le indicaran”; “no hay nadie dentro de Pratz”, por eso mismo es que puede habitar a cualquiera o dejarse habitar por cualquiera. La soledad total de Pratz no es menos conmovedor­a que la de Víctor en El pez rojo, “que se siente extraviado en su propia casa”; el crónico desenfocar­se de su subjetivid­ad no es ajeno a los “ataques de despersona­lización” que aparecen en El modelo aéreo. Pero en Pratz todo eso es tan radical, que alcanza para determinar una existencia entera. Que es existencia, además, de un copista (primero) y de un tipógrafo (después): la movilidad de Pratz, que es de por sí un tipo móvil, encuentra su sentido en los “tipos móviles” de la composició­n de la escritura.

¿La encuentra o se la otorga? La escritura, en Sabbatella, no quiere ser metáfora de nada. Al contrario: su goce y su potencia radican en el bastarse a sí misma.

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TIPOS MOVILES Leonardo Sabbatella Mardulce 144 págs. $ 210

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