Revista Ñ

Dos cuerpos musicales y un par de vidas pop

Una madre y una hija, con el poder de emitir canciones ante cada contacto, se someten a una explotació­n de superhéroe­s útiles.

- SONIA BUDASSI

Desde la influyente La asesina de Lady Di de Alejandro López y sus grotescos personajes en busca de Ricky Martin, a la más reciente novela de Mariana Enríquez, Éste es el mar, el poder del pop ya fue representa­do varias veces en la literatura rioplatens­e más o menos reciente.

El primer caso parte de una tradición realista y vira hacia el absurdo; en el último, se plantea un mundo fantástico y oculto, soporte del cotidiano. Fade Out, de la escritora y dramaturga Tatiana Goransky, se sitúa en un punto intermedio, donde ciertos seres anómalos conviven, visibles, en un mundo actual y conocido por el lector.

El detonante se da con el nacimiento de Kumiku: ella llegó “con la habilidad de producir ondas melódicas y rítmicas, con su propia playlist interior activada”. Es una persona “caja de música”. Si, por ejemplo, abraza a su enamorado, emite canciones románticas. La producción invo- luntaria de sonidos refleja sus sentimient­os, y eso es un problema. A medida que avanza la trama amorosa, la imposibili­dad de callar, de mantener cierta intimidad, de guardar un secreto, la hacen buscar el método para generar silencio.

Renata, su hija, muestra una caracterís­tica parecida, aunque ella solo emite canciones de tango. El don de las protagonis­tas resulta difícil de encasillar. Poseen un talento, a primera vista, tan misterioso como inútil (aunque en el caso de Renata, la empresa Apple saca provecho).

Con una estructura compleja y prolija, la intriga se desarrolla con tres narradores. Kumiku, Renata y un “escritor fantasma”, a quien le han encargado escribir la historia de ambas a modo de biografía. No es solo por este rico personaje –muy lejano al cliché asociado a su oficio–, quien comparte sus cavilacion­es de narrador, que la novela se vuelve autorrefer­encial y se cuestiona a sí misma. También por la voz de las protagonis­tas, consciente­s de que serán editadas. Y más sutil, por cómo despliegan algunos tópicos clásicos de la narrativa industrial: el héroe que no logra manejar su poder, y el amor con tono de melodrama tal como sucede en las canciones. “Eramos enamorados llenos de clichés”, dice Kumiku. Y esto se celebra, aunque a veces la narración pone distancia y denuncia lo cursi vergonzant­e: “Por suerte, las letras del arrabal son tan sofisticad­as que no tengo que sufrir las mismas vergüenzas que sufrió mi madre”, dice Renata.

Fade out es una novela ambigua con respecto a sus personajes; únicos en la humanidad, son tomados como freaks o superhéroe­s. Pero dejan rastros. El biógrafo indica una cualidad aplicable a otros seres cuya potencia política se busca domesticar o negar en nuestras sociedades: “Ella y su madre eran un nuevo paso en el sistema evolutivo de la especie y hacía falta crear un nuevo marco teórico que las legalizara”. Una de sus fortalezas, entonces, resulta del planteo original sobre un tema remanido, al llevar recurso e idea a un extremo.

Así, tematiza los modelos del pop y su influencia en nuestra interpreta­ción de cada experienci­a vital. Al implantar la fuente de ese mecanismo en la intimidad de los personajes se dispara un planteo de lógica similar al biologicis­mo. La poderosa pregunta biopolític­a también aparece, claro, en el valor de uso y mercado que Apple le da al cuerpo de una de las protagonis­tas.

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FADE OUT Tatiana Goransky Galerna 188 págs. $ 250

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