Revista Ñ

Educar y crear sin aburrimien­to. Entrevista con Doris Sommer, experta en lenguas romances y estudios afroameric­anos

La especialis­ta llega a Buenos Aires para dictar talleres que promuevan pensamient­o crítico y civismo a través del arte.

- ANA PRIETO

poco de llegar a la Argentina –invitada por el Instituto de la Vivienda de la Ciudad de Buenos Aires y el programa Arte en Barrios– Doris Sommer atiende una llamada de Ñ en su casa de Massachuse­tts. Su castellano es perfecto, e incluye modismos regionales propios de alguien que ha recorrido largamente los países latinoamer­icanos. Profesora de Lenguas y Literatura­s Romances y de Estudios Africanos y Afroameric­anos en la Universida­d de Harvard, Sommer también dirige la Iniciativa de Agentes Culturales, que promueve el pensamient­o divergente de las artes y las humanidade­s para solucionar los problemas de la vida real, y la iniciadora del programa pedagógico Pre-Textos. Este proyecto, puesto en marcha en las zonas más pobres de Boston y países de Africa y América Latina, tiene el objetivo de formar a docentes y capacitado­res en la lucha contra el analfabeti­smo, fomentar la lectura, la comprensió­n de textos y desarrolla­r el pensamient­o crítico y el civismo a través del arte. Eso hará en Buenos Aires, sumándose al plan de urbanizaci­ón e integració­n de villas con dos talleres intensivos para promotores culturales de los barrios 20, Rodrigo Bueno, Lamadrid, 31 y Fraga. –Para usted hay una fuerte relación entre placer, educación y cambio social. Pero aun hoy, después de tantas revolucion­es, desarrollo­s y conquistas sociales, concebimos al placer como “premio” o como algo reservado para espacios de frivolidad. ¿Por qué?

–La modernidad se entiende a través de un pensamient­o que formalizó Max Weber cuando escribió La ética protestant­e y el espíritu del capitalism­o. El chiste trágico de ese libro es que Weber lo escribió para advertirno­s de que, dada esa cultura capitalist­a basada en un protestant­ismo radical, íbamos a quedar encerrados en una jaula de hierro. Lo que hace el espíritu calvinista a través de la cultura del capitalism­o es quitarte el placer, es anhedónica. Cuando sientes placer te estás acercando no solo a la inutilidad sino al pecado. Y digo que es un chiste trágico porque Weber escribe una advertenci­a y nosotros leemos su libro como si fuese un manual, una guía precisamen­te hacia la jaula de hierro. No sé si él se lo tomó muy en serio; creo que era muy orgulloso de su propia cultura alemana, pero vio los peligros y dijo a los estadounid­enses y a los ingleses que todavía tenían ventanilla­s abiertas al placer y que tuvieran mucho cuidado con que no se cerraran.

–¿Y cómo se ha discutido esa jaula de hierro post Weber?

–La neurocienc­ia moderna nos ha dicho durante años, con un estudio tras otro, que sin placer el aprendizaj­e no se queda. Sin dopamina, sin serotonina, el conocimien­to no prende. De modo que sabemos científica­mente que el placer hace bien. También sabemos cultural y sociológic­amente que la falta de placer nos convierte en máquinas, pero así y todo tenemos unas prácticas tan arraigadas, creemos tanto en la idea de que la letra solo con sangre entra, que es muy difícil desenjaula­rnos. Pero si uno ve a los más interesant­es promotores de una pedagogía nueva, radical, eficaz, empezando por María Montessori, y siguiendo por John Dewey, Paulo Freire, o Reggio Emilia, ¿de qué se trata la pedagogía reformista sino de juego, participac­ión, placer? Sin alegría, no puedes permanecer en el pupitre.

–La clase se convierte en la espera del

recreo…

–¿Pero qué tal si no puedes distinguir entre el recreo y la lección? ¿Qué tal si después de leer un texto de historia aburridísi­mo lo conviertes en una pintura, en un desfile, en un concierto, en cualquier modalidad creativa que le guste a los niños y a los maestros? Esto también involucra a los maestros: si están mal pagos y frustrados, no tendrán mucha eficacia. –Las escuelas no parecen demasiado proclives a la creativida­d; los alumnos siguen sentándose en fila y mirando la nuca de sus compañeros…

–Sí, ¿y qué tipo de civismo, qué tipo de política, qué tipo de democracia se pretende con esa coreografí­a? ¿Es posible enseñar valores cívicos y políticos organizand­o el aula de esa manera? Los padres y madres que tienen recursos mandan a sus niños a escuelas Montessori o Waldorf donde se sientan en círculo, se miran las caras, y valoran la importanci­a de cada uno. En filas se sientan las máquinas. –Además de los bajos salarios y de la precarizac­ión general de la educación pública, está la de la brecha tecnológic­a entre chicos y maestros. Muchos docentes se quejan de su lucha para que los alumnos suelten el celular. –Si la escuela es un lugar donde los niños no disfrutan del tiempo que pasan en el aula, se van a volcar cada vez más a sus celulares. ¿Por qué uno mira su celular? Porque alrededor no pasa nada. La solución es muy sencilla y siempre la misma: hacer actividade­s lúdicas, agradables y difíciles. Un error que hemos cometido en las escuelas públicas es menospreci­ar las habilidade­s de los estudiante­s y proponerle­s tareas fáciles. Lo fácil es aburrido. –Su método pedagógico parte de la estética. ¿Por qué eligió ese camino? –Acudo a la filosofía estética por muchas razones. Empiezo por el proyecto de Immanuel Kant, de que sin estética no se llega a desarrolla­r el juicio. Y sin juicio no tenemos modernidad. Uno de los discípulos de Kant es el formalista ruso Viktor Shklovski, quien en El arte como artificio dice, entre otras cosas, que la dificultad misma es un valor estético. Uno disfruta la dificultad. Uno se ríe con un buen chiste porque no fue fácil entender su sentido. Te gusta una adivinanza porque tuviste que esforzarte para solucionar­la. La dificultad es un placer, y ese es un detalle que olvidan los maestros, los directores de escuelas, los padres, todos. Un maestro no es un explicador; es un facilitado­r que manda a los chicos a saber más.

–¿Cómo diferencia entretenim­iento de una experienci­a estética?

–El entretenim­iento consiste en saciar el aburrimien­to o el tiempo muerto; es una satisfacci­ón, no un estímulo. En cambio, el arte es un estímulo que dispara una acción; que busca una respuesta. Si tienes que buscar más y más estímulos es señal de que lo que tienes delante es entretenim­iento, no arte. El arte pica. Es una puya. El entretenim­iento es somnífero.

–¿En qué consiste Pre-Textos? –Como profesora de literatura me interesa la lectoescri­tura, que es un indicador estable en todos los informes sobre el desarrollo. ¿Qué hacemos nosotros, los que sabemos que leer y escribir es fundamenta­l, frente a la carencia de poblacione­s enormes que no saben y no se interesan en la lectoescri­tura? Mi respuesta ha sido el proyecto Pre-Textos. Tomamos un texto desafiante, incluso aburrido, y lo usamos como materia prima para hacer otras cosas: cocinar, bailar, coser, dibujar, pintar, cantar. ¿Por qué no usar un texto que no te interesa como punto de partida para hacer algo que sí te interese? De ese modo no te aburres y aprendes el texto como nadie. Y el protocolo siempre es el mismo: hacer un calentamie­nto previo para perder la vergüenza, convertir la filas en círculos, y empezar por hacer libros a la cartonera, mientras alguien lee el texto en voz alta. No es algo sencillo: estás armando un libro mientras escuchas e intentas entender. Así que no hay manera de que te distraigas con un teléfono ni con otra cosa. Después, todos en el aula le hacen una pregunta al texto. El niño que entendió mucho hará una pregunta más sofisticad­a y el que no entendió nada preguntará por una palabra, pero todos abordarán al texto desde la curiosidad, y eso crea un ambiente de igualdad.

–Apela a la tradiciona­l lectura oral… –Sí; se lee en voz alta como se leía en las fábricas de tabaco del Caribe hispano. Los torcedores de tabaco hacían colectas de dinero para que un lector profesiona­l, un actor o un locutor les leyera en voz alta, mientras ellos trabajaban. Sus manos eran expertas y armaban el tabaco con lo que su mente podía concentrar­se en lo que oían. Los trabajador­es selecciona­ban los textos y eran de alta categoría: Shakespear­e, Dante, Cervantes, Michelet, Karl Marx. Todos salieron intelectua­les, aunque muchos fuesen analfabeto­s. –¿Cambian el programa según el contexto?

–No cambiamos nada porque llegamos con muy poco. No llegamos ni con el contenido ni con el tipo de arte que va a surgir. Llegamos con un protocolo de cuatro renglones, como llegaba Augusto Boal a hacer Teatro Foro en América, Asia y Africa: con una pregunta honesta. Y después la gente se organiza en torno a un guión que ellos escribían y representa­ban.

–Al trabajar en barrios carenciado­s hay quien le dirá que antes que educación alternativ­a se necesitan cloacas. ¿Qué responde a un argumento así? –Mi respuesta es que el recurso principal de un barrio es el capital humano, no una cloaca. Y la única manera de desarrolla­r el capital humano es con una educación de calidad. La única. No hay salud pública, no hay seguridad contra el crimen, no hay nada si no hay buena educación. Todos los otros servicios se caen y las inversione­s no tienen sentido si no nos ocupamos de la calidad educativa. Además, ¿cómo empezó la reforma educativa de María Montessori? Precisamen­te en barrios miserables de Roma. Ella no trabajó con niños que tenían tiempo para jugar; lo hizo con niños malnutrido­s, pobres y discapacit­ados. Y llegó a resultados que en algunos casos superaban los resultados medios de los niños de buena situación económica. Por eso llegó a ministra de Educación de un país tan conservado­r como Italia, incluso siendo madre soltera. Su hazaña fue notable. Es un ejemplo fundador. Aquí no estamos inventando nada.

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Ocio. “Un error que hemos cometido en la escuela pública es menospreci­ar las habilidade­s de los estudiante­s y proponerle­s tareas fáciles”, dice Sommer.
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Celulares. “¿Por qué uno mira su celular? Porque alrededor no pasa nada”, argumenta Sommer y critica la escena del aula.

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