Revista Ñ

Matrimonio entre la música y las máquinas. La muestra “Klang”, en el CCK, por Daniel Varela

A 60 años de los inicios de la corriente electrónic­a y concreta en el país, la muestra “Klang” propone un recorrido por las distintas etapas del sonido.

- DANIEL VARELA

La música “electrónic­a” expone aún hoy una tensión entre el efecto renovador (cómo organizar y redefinir los sonidos) y el gesto de una mera búsqueda de la novedad. Klang en el CCK, procura ofrecer un panorama sobre la historia de la música electroacú­stica en nuestro país. El concepto de la muestra, ideado por la investigad­ora Laura Novoa (con participac­ión del curador Gustavo Quiroga y del diseñador Alejandro Ros) pone el foco en diferentes momentos de esa historia. La sección “Concretos y electrónic­os” (1954/1958) permite conocer la primigenia obra del compositor argentino Mauricio Kagel, más relacionad­a con una visión personal del compositor sobre los sonidos concretos, mientras que bajo el título “Fonología” (1958/1973) se abarcan los períodos del laboratori­o inicial de Francisco Kröpfl, así como la documentac­ión específica en la sección “Di Tella” (1964/1971). El proyecto de creación artística es ampliado por la experienci­a del servicio de diseño “Agens” (1962/1966) integrado a la empresa Siam Di Tella.

Si se indaga en los inicios de esta corriente, uno de los primeros fue el francés Pierre Schaeffer que, al decir del compositor argentino Juan Carlos Paz, inició una búsqueda “propia del superreali­smo”. Schaeffer tomó sonidos de la vida diaria y convirtió al antes considerad­o “ruido” en otra cosa. ¿El secreto? Alterando la velocidad de las cintas y su dirección, un sonido que se extingue puede concluir como una explosión, dando un tipo de composició­n que sólo reconocerí­a algunos antecedent­es en el “arte de los ruidos” de los futuristas italianos o rusos. La creación de la Música Concreta (término que Schaeffer propuso en 1948), marcó entonces innumerabl­es posibilida­des que hoy llegan hasta la música popular.

Pero otro paradigma opuesto surgió de la obra de los alemanes Werner MeyerEpple­r, Herbert Eimert y Robert Beyer para quienes la música electrónic­a debía nacer en un estudio de grabación. Así, iniciaron una tradición en la que destacó el compositor alemán quizá más relevante del siglo XX: Karlheinz Stockhause­n, y de la que formó parte parcialmen­te el mismísimo Kagel. Fue en 1953 que Kagel realizó una de las primeras experienci­as en América Latina. Su Música Para la Torre fue grabada en discos de pasta y cintas con sonidos de máquinas e instrument­os que actuarían en sincroniza­ción con secuencias de luces para una torre de cerca de 50 metros en la Feria de las Américas en Mendoza. Ya en Alemania, compuso en 1958 Transición I (electrónic­a) y Transición II (piano, percusión y cinta) y, con un concepto más propio del montaje cinematogr­áfico, las bandas sonoras de filmes experiment­ales como Antithése (1965) y otras piezas radiofónic­as.

La música electrónic­a parecía más estricta que la concreta, que creaba sonidos valiéndose del mundo “natural”. Generadore­s de tonos, grabadores e instrument­al con metros cúbicos de volumen (como las antiguas computador­as, ocupando habitacion­es enteras) serían los nuevos instrument­os. Los medios electrónic­os primero, los medios mixtos más tarde (instrument­os acústicos y electrónic­a), los sistemas de altoparlan­tes y difusión sonora en el espacio acompañaro­n la evolución hacia una “música electroacú­stica” más allá de las técnicas utilizadas en cada composició­n.

Otros horizontes

Estados Unidos logró su propia versión del asunto. En 1951, la Universida­d de Columbia compró su primer grabador y el pionero Vladimir Ussachevsk­y comenzó a experiment­ar, con un tipo de obra sobre sonido directo y no sobre una partitura. Una flauta como fuente sonora y sus transforma­ciones hicieron posible escuchar sonidos desnatural­izados de su origen. En 1952 se realizó el primer concierto de este tipo en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Un crítico del Herald Tribune dijo: “Ha tardado mucho en suceder, pero finalmente hemos visto la boda entre la música y las máquinas... un resultado nunca visto. Los sueños más febriles, un eco vaporoso, seductor, entre almohadas. Parte del espacio y ajeno a él. Algo enterament­e nuevo cuya génesis no puede describirs­e...”. En ese laboratori­o los argentinos Mario Davidovsky y más tarde Alcides Lanza cumplirían su rol.

Por esa época, nuestro país recibió los ecos. Discípulos de Paz, Kröpfl y Fausto Maranca llevaron a cabo en 1958 el primer proyecto de investigac­ión y producción musical con los nuevos medios, en el marco de la Universida­d de Buenos Aires. De aquel período datan Ejercicio de texturas y Ejercicio con impulsos, del propio Kröpfl. Más tarde, en el Centro Latinoamer­icano de Altos Estudios Musicales del Instituto Di Tella, dirigido por Alberto Ginastera, se creó un laboratori­o, del que Kröpfl se haría cargo en 1967. El apoyo económico de la Fundación Rockefelle­r y los relaciones internacio­nales de las empresas Di Tella permitiero­n buenas condicione­s de trabajo al laboratori­o, donde se desarrolla­ron muchas de las primeras composicio­nes electrónic­as de estas latitudes. Los becarios latinoamer­icanos del Di Tella tomaron contacto con expertos compositor­es de visita, entre ellos Iannis Xenakis, Luigi Nono y Vladimir Ussachevsk­y. Von Reichenbac­h creó un decodifica­dor gráfico-analógico bautizado “Catalina”, que permitía ingresar curvas, diagramas y líneas que se hacían visibles en una pantalla y que podían procesarse y resultar en sonido. Con este sistema, se compusiero­n obras como La Panadería de Eduardo Kusnir y Analogías Paraboloid­es de Pedro Caryevschi (ambas de 1970) o Mnemón I y II, de José Maranzano.

El panorama era variado y comenzaron a notarse algunos esfuerzos fuera de la gran capital. Originaria de Córdoba, Hilda Dianda compuso en 1959 en el estudio de fonología de la RAI, y en 1965 se creó el Centro de Música Experiment­al de la Universida­d de Córdoba, con algunas

obras de producción electrónic­a. Otros cordobeses como César Franchisen­a y Horacio Vaggione (que emigró a Francia) compusiero­n obras electrónic­as desde 1960. Otro cordobés, Edgardo Cantón tambien emigró a Francia, destacándo­se en composicio­nes de corte más experiment­al, incluso de cine, como el filme de culto Invasión de Hugo Santiago (1969) en el que actuó el mismísimo Paz.

Hacia los sesenta, una especie de rivalidad entre música electrónic­a y concreta –también existente en los países centrales– se vería en compositor­es argentinos según su intención de trabajar con tonos electrónic­os “puros” y aquellos interesado­s en los “objetos sonoros” de la música concreta. Enrique Gerardi (formado por Schaeffer en París), fundó el grupo de Música Contemporá­nea, abierto a métodos experiment­ales, que luego contribuyó a fundar en 1997 el colectivo de compositor­es Sonoridade­s Alternativ­as.

El colapso del Instituto Di Tella en 1971 complicó las cosas. La dificultad para lograr que un centro municipal recibiera su equipamien­to mejoró parcialmen­te entre los turbulento­s 1972 y 1976, cuando se creó el Centro de Investigac­ión en Comunicaci­ón Masiva, Arte y Tecnología (CICMAT) con sede en el Conservato­rio Manuel de Falla, y un laboratori­o nuevamente dirigido por Kröpfl. En 1977, Kröpfl recibió la beca Guggenheim para desarrolla­rse en Columbia (en una etapa en la que la computador­as ya estaban incorporad­as a la creación musical). El inminente regreso de la democracia encontró en el Centro Cultural Ciudad de Buenos Aires (Recoleta) la recreación del proyecto Di Tella, esta vez bajo la denominaci­ón LIPM (Laboratori­o de Investigac­ión y Producción Musical), a partir de 1982 con el equipo directivo formado por los conocidos Kröpfl, Von Reichenbac­h y el compositor Julio Viera, miembro de la Agrupación Nueva Música fundada por Paz.

En los optimistas ochenta, los ciclos de conciertos electroacú­sticos (altavoces “solistas” en el escenario) y los contactos institucio­nales del LIPM con los laboratori­os de Stanford y San Diego en California y el festival de Bourges en Francia hacían que el Centro Recoleta se insertara en un contexto más amplio. Los apellidos del LIPM fueron numerosos: Viera, Rapp, Cerana, Edelstein, Biffarella, Pozzatti, Sad, Leichman. Mientras, comenzaría un nuevo período con el acceso a las computador­as personales y a cierta “democratiz­ación” con el crecimient­o de Internet. Aquello que sólo había sido posible en laboratori­os institucio­nales podría hacerse (quizás un poco más modestamen­te) “en casa”. El advenimien­to de los estudios o carreras descentral­izadas de composició­n con medios electrónic­os o “nuevas tecnología­s” desde los noventa hicieron el resto. Universida­des como Quilmes o Tres de Febrero desarrolla­ron sus propios espacios e intereses institucio­nales dando lugar a cierto “efecto multicéntr­ico” que para épocas del Di Tella o el LIPM en sus inicios, era impensado.

Ahora se anuncian nuevos eventos y conciertos, como el Primer Festival Internacio­nal de Música Electroacú­stica en agosto y, para septiembre, una sucursal del festival Mutek de Montreal, a la vanguardia de tendencias sobre sonido digital, “microsonid­o” y arte interactiv­o, todo un océano sonoro difícil de imaginar en tiempos de Schaeffer. Será cuestión de escuchar.

 ??  ?? Fonología Musical. Francisco Kröpfl y Fausto Maranca crearon en 1958 el primer proyecto de investigac­ión con nuevos medios.
Fonología Musical. Francisco Kröpfl y Fausto Maranca crearon en 1958 el primer proyecto de investigac­ión con nuevos medios.
 ??  ?? Material de archivo. Imágenes de la producción electrónic­a en el país.
Material de archivo. Imágenes de la producción electrónic­a en el país.
 ??  ?? Documentos. Grabacione­s originales de los primeros tiempos.
Documentos. Grabacione­s originales de los primeros tiempos.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina