Revista Ñ

Una antropólog­a en el Senado de la Nación, por Alejandra Varela

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En la exposición que realizó ante la Comisión de Justicia y Asuntos Penales del Congreso de la Nación el 20 de abril en respuesta al proyecto de reforma de la ley 24.660 (Ejecución de la Pena Privativa de Libertad), Rita Segato comenzó planteando una contradicc­ión. Se presentó como feminista y antipuniti­vista.

Por esos días, frente a los reiterados casos de violacione­s que culminaban en feminicidi­os se observó una estrategia de algunos sectores políticos para capitaliza­r estos hechos como modo de justificar penas más severas. El proyecto de ley buscaba la derogación de las libertades condiciona­les y la extensión del tiempo de detención de los condenados por delitos contra la integridad sexual.

Para Segato, la violencia es el síntoma de un mal social que obliga a trabajar sobre todas las prácticas violentas que no son transforma­das en críme- nes, como las que realizan, por ejemplo, los cortadores de polleras televisivo­s. Allí argumentó que el acto tipificabl­e por la ley que puede enmarcarlo en la figura de la violación o el abuso es la punta de un iceberg. La cárcel no consigue detener esa violencia porque se propone eliminar el síntoma sin atacar la enfermedad. Lo que hace la ley es condenar sin pensar y busca una solución absurda. Su experienci­a en trabajo de campo en cárceles le demostró que esos lugares de castigo son escuelas de violación.

La ley podría volverse eficaz en términos simbólicos si lograra establecer niveles de disuasión o persuasión en relación con los comportami­entos y hábitos. Los jueces no comprenden el crimen sexual, es una instancia opaca e ininteligi­ble para ellos.

Aquí Segato también cuestiona al ex juez de la Corte Suprema Raúl Zaffaroni porque lee la violación exclusivam­ente como agresión de la libido. Segato insiste en que la violación y el abuso se valen de medios sexuales pero su móvil es otro. Por eso apela a la figura de crimen bélico para explicar cómo en las guerras la violación tiene como objetivo desmoraliz­ar al enemigo, socavar y destruir su subjetivid­ad.

Tanto el agresor como los sujetos punitivita­s son, en palabras de Segato, seres moralistas que definen su acción desde el odio. Segato cerró su discurso diciendo que la violencia se debe pensar con sosiego, por esta razón no es convenient­e tomar la palabra de la víctima como un argumento para administra­r la ley o trazar soluciones. A la víctima hay que contenerla y perdonarle su bronca pero para encontrar recursos que resuelvan y atenúen las distintas formas de violencia se necesita hacer de la serenidad un método.

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