La fuerza del símbolo
La cadena de noticias judía Visávis difundió en su boletín de esta semana que la compañía KA Designs sacó a la venta remeras que incluyen la esvástica en su diseño. El símbolo, tristemente célebre por la utilización política que relizó el régimen nazi, ha sido manipulado por la compañía, que lo presenta en sus prendas con una inclinación y un fondo diferente a la utilizada por el Partido Nazi, al tiempo que lo conjuga con palabras tales como “paz”, “zen” o “amor”. La compañía argumentó que buscan darle al milenario símbolo en cruz (que tiene más de 5 mil años de historia) un giro de amor y paz que el nazismo le quitó para la posteridad.
Como era de esperarse, fueron muchas las voces que se levantaron en repudio de la estrategia de la marca, incluyendo varias instituciones judías como el Centro Simon Wiesenthal y el Congreso Judío Israelí. Lo que era menos previsible, son las reivindicaciones neonazis en apoyo al nuevo producto de la compañía estadounidense, que hasta hace una semana las estaba promocionando a través de su sitio de ventas Teespring por entre 20 y los 35 dólares.
El debate que disparó en las redes sociales es si, a pesar de la mala prensa de la que fue objeto tanto la campaña como el producto, la marca adquirió notoriedad, aunque más no sea por el rechazo que provocó. En último término, lo que pone en evidencia la discusión es que hay límites para el márketing y que las malas publicidades existen más allá de su repercusión.
Pero también habilita una pregunta: qué pasa con los símbolos, las palabras, los colores, las frases de uso popular que fueron expropiadas por su uso abusivo y marketinero. Los ejemplos abundan pero, ¿es posible recuperar el lenguaje para sustraerlo de su función instrumental y devolverle su dimensión amorosa? ¿Cuál es el tiempo y el espacio de esa lucha por el signo ideológico, como decía Voloshinov y su alter ego, Bajtín?