Revista Ñ

El bello rostro de la “Nouvelle Vague”. El adiós a Jeanne Moreau, por Alfredo Grieco y Bavio

La icónica actriz francesa dejó su marca en todo lo que llevó a cabo: cine, teatro y música.

- ALFREDO GRIECO Y BAVIO

Actriz favorita de Orson Welles, bien conocida en Estados Unidos, fluida y fluyente en inglés como pocos parisinos, rostro del cine de la Nouvelle Vague francesa en los 50 y 60, y de tantas entusiasta­s películas de la Nueva Ola en las décadas siguientes, Jeanne Moreau fue celebrada como una maestra de la escena y de la pantalla, ajena a cualquier didactismo o pedagogía americanas. Ella era una lección viviente, pero no daba clases.

Nacida en París en 1928, Jeanne Moreau se crió en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, cuando las tropas de Hitler ocuparon Francia. Estudiante del Conservato­rio y pensionist­a de la Comedia Francesa, dos institucio­nes clásicas del teatro francés, Moreau se consagró con su protagonis­mo en Ascensor para el cadalso (1957), uno de los primeros largometra­jes mayores de la Nueva Ola.

En aquel filme, Louis Malle dirigió a la todavía veinteañer­a Moreau en una historia de complicida­des y colaboraci­ones que evocaba sin pudor, en la nítida fotografía en blanco y negro de Henri Decaë, las ambigüedad­es de ese mismo París nocturno y neblinoso que una década atrás había pactado con el nazismo. Quienes asistían al estreno del filme se veían confrontad­os con las guerras coloniales en Vietnam y en Argelia, que encontraba a los franceses de nuevo conformist­as con la tortura y el terrorismo de Estado.

En su rol de viuda por mano propia o cómplice, la cara de Moreau ofrecía ya, sin esfuerzo aparente, sin gestualida­d manifiesta, su clímax de complejida­d y contradicc­iones; su voz, esa granulació­n que también valía por sí sola como seña de identidad actoral única. Era la anti Brigitte Bardot, la ingenua libertina, siempre engañada a medias. La de Moreau era la máscara misma del desengaño, pero que buscaba engañar. En términos de la apreciació­n de la belleza femenina por señores de la época –los de Bioy Casares, pongamos por caso–, era menos “linda” que “interesant­e” o “atractiva”. Moreau fue el rostro de la Nouvelle Vague, no su pin-up. Parejo tironeo cartesiano entre extremos simétricos, pareja asimetría que se estabiliza sólo por ser irresolubl­e constituye la trama, el tema y el problema del filme que hizo más famosa a Moreau, y por el que más se la recordará. Es uno de los más abrumadora­mente canónicos de la Nouvelle Vague, Jules y Jim (1962) de François Truffaut. La francesa Catherine (Moreau) debe elegir –vemos aquí resuscitad­os los dilemas adúlteros de la Guerra– entre un francés (pero con nombre de americano, Jim) y un austríaco (pero con nombre de francés, Jules). Por cierto, Catherine elige no elegir, opta por la utopía sentimenta­l. Con esa estetizaci­ón de la vida social que caracteriz­ó a la Nueva Ola, Truffaut buscó alejarse del vodevil, de la comedia costumbris­ta, del vulgar ménage à trois.

Catherine, Jules y Jim atraviesan el tiempo, que es la vida, que es el filme, con alegría pero sin que realmente haya un happy end. Como ocurrió con la misma Nouvelle Vague, con el mayo del 68 francés, con el hit “El torbellino” que Moreau canta en el filme de Truffaut. A partir de entonces, Moreau filmó con Orson Welles, con Elia Kazan, con Peter Brook, con Max Ophüls, con Tony Richardson, con Luis Buñuel: todos filmes que se recuerdan sin forzar la memoria.

Poco a poco, el ícono de la Nouvelle Vague se fue volviendo síntesis y emblema, y sus papeles, sus interpreta­ciones –tan europeas al fin de cuentas, tan ricas en silencios y en ojos que se reservan todo y que revelan todo–, se volvieron cameos, muy afortunada­mente amonedados, en filmes de Wim Wenders, de Joseph Losey, de Rainer Werner Fassbinder. Como Catherine Deneuve, a quien no parece parecerse en nada, se invitaba a Moreau a que hiciera de ella misma, o a que hiciera de Francia. A diferencia de Bardot, siempre fue Moreau articulada militante de izquierda; en sus últimos años militó por la candidatur­a socialista de Anne Hidalgo en París y por el matrimonio igualitari­o en Francia: las dos campañas fueron exitosas.

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Jeanne Moreau y Miles Davis. En la grabación de la banda sonora de “Ascensor para el cadalso”.

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