Cita de la fotografía con el tiempo. Segunda muestra del Ciclo Jóvenes Curadores del Museo MAR
Diez artistas convocados por el curador Ariel Authier acuden en el Museo MAR a un desafío creativo que investiga las relaciones de la representación con la temporalidad.
Puede una muestra de fotografía expandir los bordes de una técnica de finales del siglo XIX? Es tal vez uno de los desafíos que enfrenta el curador de esta muestra, la segunda del Ciclo Jóvenes Curadores programada en MAR (Museo de Arte Contemporáneo de la Provincia de Buenos Aires). Sostiene Ariel Authier en el breve texto que la acompaña: “En forma de imagen, oculto tras sales de plata, papeles, pantallas o píxeles, lo que en ellos se puede ver es el tiempo en persona, surgiendo”. Seguramente una llave para hacer evidencia de un complejo sistema de lectura que a medida que se interpreta se torna más valioso como propuesta.
Hay gran cantidad de textos que exploran la condición del tiempo en la fotografía, aun en su aspecto más obvio porque se parte de un proyecto que en sus inicios capturaba algo de lo que estaba fuera, ahí, como posible registro de una mirada. Pero las condiciones de la propia historia de la fotografía y su expansión –la puesta en marcha con lo digital sumada a la manipulación de la postfotografía– han ido configurando un plano de multiplicidad de variantes donde no sólo es posible encontrar artistas dedicados expresamente al medio fotográfico. El curador elige para esta ocasión a muchos de aquellos que no vienen del campo específico y lo hace a condición de que cada uno plantee un desafío particular para explorar otras situaciones de tiempo, como dice el título.
En esas paredes tan altas de la sala iluminada a giorno, las piezas se ven pequeñas e invitan a recorrer cada proyecto, ya que no hay una sola línea de indagación aun cuando el proyecto las englobe y algunas dialoguen entre sí de manera fluida. Para el espacio del museo MAR, tan heterogéneo en su público, en el marco de una ciudad como Mar del Plata, donde la fotografía tiene una sociedad indiscutible desde el inicio de los tiempos y se practican todas las posibilidades del medio, este nuevo desafío que propone el ciclo logra abrir unos debates interesantes que se irán consustanciando a lo largo de la muestra en actividades varias.
Un cubo negro que seguramente se vería enorme en cualquier otro espacio, radicaliza el propio centro del cuadrado blanco perfecto de la sala, anulando toda relación con el exterior, una condición que necesitaba el proyecto anterior, Destierros, del que dimos cuenta en el número 717 de Ñ. Es el único plan fílmico de la muestra y se integra con tres piezas del legendario artista argentino David Lamelas, captadas con cámara fija en tres ciudades donde vivió y vive. “Time As Activity” intenta algo tan claro como sostiene el título, que el tiempo es actividad. El acierto de anular el sonido y hacerlas convivir en tres paredes dentro del cubo posibilita al espectador evadirse a otro espacio-tiempo: mirar la Plaza de Mayo por una ventana de una reconocida galería de Buenos Aires, registrar las variaciones de un recorrido en taxi por Londres y valorar el movimiento del centro de Nueva York. Casi como un simple testigo, sin otra preocupación que apresar eso que pasa, como tiempo capturado.
Enfrentada a ese volumen contundente, hay una pieza múltiple que puede articularse casi como un mecano, donde también el plano preciso está marcado en negro pero sin quedarse en el dinamismo que propone visualmente. Se trata de “Baile fantasma”, de Cecilia Szalkowicz y Gastón Pérsico. Ellos recuperan revistas de la época en que la elocuencia de las imágenes ocupaba más centímetros en relación al texto, las fotografían dejando entrever tanto los defectos del flash como el propio pliegue interior de las dos páginas. Luego las anulan parcialmente por digitalización mediante recortes de netos planos negros. Las capas sucesivas de intervenciones y temporalidades pesan de manera muy clara en esta pieza, componiendo un juego de figura-fondo que hace elegir al ojo qué ver antes.
Flavia Da Rin, una artista que usa su propia imagen en las obras como cualidad
reiterada, se viste a la manera de las óperas experimentales de principios del siglo XX y en un entorno que homenajea a Brancusi, entre otros, posa haciendo un juego de pasado-presente-pasado de belleza intacta para esas piezas chicas, captando el mismo clima de época.
Equivalente por tamaño, la serie de Rosana Schoijett recupera piezas del célebre artista Johannes Vermeer van Delft (1632-1675), admirado por los fotógrafos por la extraordinaria cualidad de la luz capturada en sus obras. Piezas reproducidas en blanco y negro en los textos de arte de otras épocas, a las que adiciona una manualidad que las torna curiosas y fascinantes. Es que Rosana se empeña en darles un movimiento casi como si de la ventana típica del artista de los Países Bajos se colara otro aire, cosiendo desde atrás con hilo dorado recortes de paños barrocos que ocultan la cabeza de la mujer con la carta, dedos que casi son manos extrañas, todo el pie aclaratorio de la reproducción o algunos otros puntos que siguen haciendo reconocibles las imágenes pero que funcionan de modo fantasmal, como una breve actividad de ocultamiento.
El tiempo en registro del cuadro a cuadro de una tirada fotográfica de disparo casi continuo se capta muy bien en la obra “Secuencias”, de Bruno Dubner. La condición del contacto fotográfico, primera copia en papel que permitía seleccionar las mejores tomas, está visible e integra la composición. Pero lo que cambia en esa fijación temporal es el desplazamiento de una hoja de papel lanzada por el autor una y otra vez sobre un césped verde. Es el viento el que logra que ese papel cambie de forma y gire con toda su levedad como temporalidad atrapada. En Pedro Wainer lo que aparece es un señalamiento a la máquina que permitía crear una imagen, utilizando desechos de una imprenta, obsoletos por la llegada de lo digital, pero mostrando casi las entrañas del dispositivo, algo invisible pero con una capacidad técnica de excelencia que, así fotografiado, nos enfrenta a un espectro curioso.
La alusión a la ciudad está presente en dos artistas. La serie de Alberto Goldestein Mar del Plata, 2001, un año trágico captado por un joven artista que merodea en busca de ciertas tipificaciones constructivas, emblemas reconocibles captados sin personas, en una ciudad vacía pero con los colores de su arquitectura y su cielo resplandeciente.
Junto a la foto casual de Schoijett, las de Goldestein son las únicas obras que tienen color. Pero Schoijett recorta un espacio típico de aeropuerto, donde un reloj de escaparate de free shop detenido a las 10.10 incluye un lugar donde el tiempo trascurre en temporalidades diversas que van de la urgencia a la espera.
Otra obra toma Mar del Plata en un período augural, cuando aún era una potencialidad sin nada más que pescadores y saladero. En un momento en que Alfredo Srur, fotógrafo de profesión, intentaba dar un giro a su producción se topó con unas placas del fotógrafo estadounidense Harry Grant Olds fallecido en Buenos Aires en 1943. Típico fotógrafo viajero que captaba imágenes para imprimir postales. Una bella imagen del trabajo de pescadores que navegaban en barcos a vela, copia original del fotógrafo estadounidense, se pone en relación con una postal impresa encontrada, una toma que parece claramente captada momentos antes del negativo encontrado por Srur. Pero el autor hace tres aproximaciones que narran eso que casi no importa, un detalle de la vela emparchada, un hombre con sombrero que mira irse una carreta, un molino imperceptible. Tanto espacial como temporalmente, esta obra conceptualiza muy bien esa otra situación de tiempo que Authier propone, como sostiene en el texto a modo de pregunta: “¿Puede el futuro, una vez más, revelarnos el pasado?”.
Ficha
Varios artistas. Otra situación de tiempo Lugar: MAR. Museo de Arte Contemporáneo, Félix Camet y López de Gomara, Mar del Plata Fecha: hasta el 30 de agosto Horario: lun a vier (excepto miércoles), 9 a 17; sábados y domingos, 12 a 20 Entrada: gratis