Tabú, de F. von Schirach
Un célebre fotógrafo, envuelto en una acusación inesperada, es el centro de una fría ficción sobre la culpa, la ética y el sistema judicial.
Tabú es la cuarta obra del alemán Ferdinand von Schirach. Nacido en Múnich, abogado de profesión y habiendo trabajado gran parte de su vida como abogado defensor del servicio penal de Alemania, pasados los treinta años le dio por escribir. O por publicar, y demostró para cualquiera, tras la lectura de pocas páginas, que no se trataba de un arribista de la literatura, sino de un tipo avezado y con ojo de halcón para descubrirle al lector los temas de la culpa y la ley.
Su primer libro fue Crímenes, compilación de cuentos breves que estuvo 54 semanas entre los más vendidos en lengua alemana, y al año siguiente publicó Culpa, otro libro de cuentos, con idéntica temática y factura. Ningún lector que se atreva a ellos sale indemne de su lectura; el gran mérito de Von Schirach es mostrarnos que las cosas siempre pudieron haber sido distintas al modo en que llegan a la justicia y al modo en que la justi- cia ejecuta la ley. Casi siempre los cuentos tratan de desposeídos, de lo que suele llamarse inadaptados, anormales, y de aquel vulnerable socialmente –el turco, el gitano– y que suele convertirse en chivo expiatorio en todas las sociedades.
En el 2011, Von Schirach se adentró en un nuevo género y escribió su primera novela, El caso Collini, donde aborda el crimen de Hans Meyer, un industrial de oscuro pasado, a manos de Collini, hombre sencillo que se limita a poner en marcha una venganza. Su estilo está poblado de frases cortas, descripciones, diálogos, nunca explicaciones psicológicas o sentimentales: eso corre por cuenta del lector y es por eso que todos sus personajes, hasta los lúcidos e ilustrados nos parecen, como diría el tango, andar un poco en falsa escuadra, y de allí la empatía que el lector siente por los personajes.
Pero la ambición es el diablito consejero en el oído izquierdo de un escritor y esta vez fue por más. Aquí Sebastian von Eschburg cuenta con un don especial e incomprendido: percibe más colores de los que percibe el común de la gente. Todo se transforma al color, incluso algunas palabras y olores. Tan exuberante es la realidad que nunca se siente capaz de volcarla en palabras y queda en estado de estupor. Se habla de “el vacío, la niebla, y la sordera”, y el autor lo mete a fotógrafo, prontamente famoso, millonario y dedicado a las instalaciones de arte. Recién en la segunda parte, la novela que fue dividida y titulada por colores, se convierte en un policial. “Rojo” es el relato por antonomasia del crimen de una joven cuyo asesino parece haber sido este Von Eschburg alelado. La figura del abogado defensor recuerda un poco a los detectives Jaritos o Montalbano, con esas esposas que, además de ser un dolor de nalga, son como un Sócrates de entrecasa. (O quizá todas las esposas de investigadores del género policial se parezcan entre sí).
En resumidas cuentas, el lector gozará en Tabú de la estilística impecable y casi helada del autor, pero no debe esperar, esta vez, hallar empatía en el relato.