El teatral “vanitas” de Maresca
Si nos atenemos al delicado perfil que traza María Gainza, en el catálogo del Mamba, en la instalación Wotan-Vulcano confluyen su ánimo luctuoso por la Guerra del Golfo, que acababa de empezar, su propia enfermedad, a tres años ya del diagnóstico, y el encuentro azarosa de una escena con ataúdes abiertos en el cementerio de Berazategui, donde habían enterrado a su tía.
Según el testimonio de Eduardo Stupía recogido allí, “no había nada de lúgubre ni de macabro en ella cuando hablaba de la curación de esos ataúdes (no en el sentido de la curaduría sino en el de asep- sia), de la limpieza a la que había debido someterlos”. Y de acuerdo con Fernando Fazzolari, era como “llegar a las puertas del infierno”. “Las paredes de lo que parecía una capilla estaban pintadas de rojo; el piso, de dorado; al fondo, una lámpara de kerosén despedía una luz tenue mientras el humito de unas pilas de incienso subía indolente por la habitación al ritmo de una música árabe”.
Cuentan que Liliana consiguió en Chacarita estas carcasas que, con su tapa soldada al cabo de todo velorio, forran los ataúdes. En una conversación la semana pasada, Fabián Lebenglik, amigo muy cercano de Liliana, evocaba el montaje como “esos días de olor a lavandina y a muerto”, con la artista embarcada en refregarlos en vista de su estado deplorable. Eran los primeros tiempos de Miguel Briante al frente del Recoleta y ella trabajaba en la salita chica. De pronto, corrió la voz con el anuncio de que en cualquier momento los visitaba el intendente Carlos Grosso. “Apareció un Briante demudado”, cuenta Lebenglik. “Ofreció meter las carcasas en su oficina mientras Grosso paseaba por las salas del Centro. Y así iban entrando y saliendo las chapas sucias por las ventanas”. El texto del programa original, una pieza de orfebrería firmada por Ed Shaw, concluye con un agradecimiento irónico al Director General de Crematorios de la Ciudad...
Wotan, rey de la guerra, Vulcano, rey del fuego. Es en esta obra, exhibida en la Sala de Situación del Recoleta en 1991 y reproducida ahora en el Mamba, donde encuentro el “vanitas” concéntrico de Maresca. A falta de la calavera que seremos, presenta esta última cama y su ausencia. A la manera del Barroco, estilo donde el “vanitas” encontró su gran engarce, el rojo de las paredes y la alfombra oriental, el oro de la luz interior, nombran los placeres y subrayan su inutilidad: fugacidad de la vida. Oro y miseria de un “barroco fúnebre” justo al lado del cementerio de los próceres.