¿Está muerta la crítica teatral?
–Ustedes no vienen a ver nuestras obras, ustedes no saben siquiera que nosotros existimos.
El reclamo viene del público y quien lo pone en palabras es una programadora de Villa Gesell. Trabaja en un festival de teatro de su ciudad y ahora, como espectadora desde su butaca en el Centro Cultural Parque de España de Rosario, se dirige a una mesa variopinta de críticos, periodistas e investigadores teatrales agrupados sobre un escenario; de Rosario y Buenos Aires, pero también de Croacia y Eslovaquia, con sus realidades tan disímiles.
Ese aplacamiento latitudinal es una de las virtudes de Experimenta, el festival de grupos de teatro (prolongación de la importante tradición teatral de la provincia de Santa Fe) que, en su decimoséptima edición, además de encuentros, seminarios, obras de teatro locales e internacionales (convocadas fuera de cualquier canon y signadas por una búsqueda de experimentación) sigue reflexionando sobre espacios más periféricos.
Por eso estamos ahora a mitad de una tarde de sábado en una mesa de críticos, a la que le seguirá una mesa de revistas especializadas y luego una obra de teatro italiana sin subtítulos (y afortunadamente para quienes desconocen el idioma, enorme belleza visual), Il Visconte Dimezzato, del Teatro Libero Palermo de Sicilia, sobre la novela de Italo Calvino y con influencia de la estética de Darío Fo. Culminará, a su vez, en un desmontaje de la obra en el teatro-bar de El Rayo Misterioso, el grupo que organiza el festival.
Pero volvamos. Claro que hay muchos encuentros que reflexionan sobre la crítica, en el país y también a nivel global, pero pocas veces un festival pone con tanta insistencia y frecuencia, año a año, cara a cara, a reflexionar a un grupo de críticos sobre su propia actividad, frente a la comunidad teatral.
A la ávida pregunta acerca de si el teatro de la actualidad está a la altura de los tiempos que corren, circulan comentarios disímiles. Hay una reivindicación del teatro político (y su conciencia política) de los comienzos del teatro independiente de Leónidas Barletta por parte de aquellos con más experiencia en el campo; hay, por otro lado, un foco en las estéticas que son fruto de una forma actual de hacer teatro, más allá de las temáticas. Por algo al teatro de los 90 le cayó redondo el mote de teatro desideologizado. Cuestiones generacionales en un momento histórico marcado por una diversidad de lenguajes y una producción descomunal.
Hay quien sentencia (¿cómo prescindir del toque dramático?) que la crítica está muriendo. Alguien del público recomienda encontrar la propia especificidad de la actividad, así como Jerzy Grotowski –gran abanderado del festival– hizo lo propio con el teatro. Sube la tensión cuando desde el escenario alguien sugiere que la existencia del teatro de la actualidad para la posteridad está determinada por los críticos, los investigadores, los periodistas. ¿Y todos los que existen por fuera de ellos, más allá de ellos, por encima de ellos? ¿Qué rol cumple la crítica en la construcción de la memoria y la identidad de una época? ¿Qué rol tiene la crítica en el ecosistema teatral, ante una comunidad que muchas veces la rechaza, pero a la vez invierte en ella –su tiempo y su dinero– para volverse visible en el arbitrario, disímil y escueto ecosistema mediático?
Desde las tablas se esboza una metáfora: el crítico como puente entre el creador y el espectador. La imagen es apropiada, conciliatoria. Así y todo desemboca en el reclamo. La respuesta es esperable e incluso evidente: con tanta oferta teatral (sobre todo en Buenos Aires) es difícil verlo todo, escribir sobre todo, elegir sobre la desmesura. No es fácil, claro, pero es la parte ardua y fascinante de la tarea.
El teatro y la crítica coquetean con la muerte desde hace siglos. Hay un artículo de 1901 que alerta que la crítica en el país está muriendo. Pese a la condena que anticipa su caducidad, el cuerpo vivo del actor –lo inefable, según Kartun–no vence. Lo que muere tal vez son las verdades de cada época.