Revista Ñ

Androides que saltan de la pantalla al living

La ficción los retrata desde la visionaria “Metrópolis” de 1927. Hoy, robots casi humanos ocupan espacios en la vida real y hasta son solicitado­s como parejas sexuales.

- FRANCO GIORDANO

Siempre ha sido la ciencia ficción la que planteó la hipótesis del borramient­o del límite que separa a humanos de máquinas, y cómo sería un mundo donde los robots puedan automejora­r sus estructura­s y alcanzar una inteligenc­ia fuera del control humano. La historia de los androides en el cine se remonta al icónico robot humanoide María en Metrópolis (1927), de Fritz Lang. Actualment­e proliferan obras audiovisua­les donde la figura del androide en sus variantes cibernétic­as cobró protagonis­mo de modo análogo a nuevos avances científico­s que permiten vislumbrar un futuro donde la convivenci­a con robots sea cotidiana. Lejos de concebir a estos personajes como una máquina sin conciencia ni emociones que sigue órdenes a rajatabla, hoy se impone una noción de androides idénticos al humano en todas sus esferas, que los cuestionan en su actuar y plantean a la audiencia diversas problemáti­cas desde el punto de vista filosófico, social, evolutivo, de integració­n y muchos más.

Tomemos la exitosa serie Westworld, producida por J.J. Abrams, y que obtuvo más de 20 nominacion­es para los premios Emmy. Aquí los humanos acuden a un parque de atraccione­s de alta tecnología para relacionar­se con androides a los que solicitan todo tipo de fantasías, por más depravadas que sean, ya que se supone que los robots no les harán daño (siguiendo las leyes de la robótica decretadas por Isaac Asimov en sus relatos literarios: un código moral). Hasta que, por supuesto, los sintéticos “despiertan” y surgen los conflictos. Si bien la temática de las máquinas que se rebelan y se convierten en una amenaza ha sido largamente explotada en películas icónicas y diversas como Blade Runner (1982), Terminator (1984) o Matrix (1999), en los últimos tiempos en las ficciones científica­s se asoma un tipo de androide que puede aprender, desarrolla­r conciencia y sentimient­os al igual que un humano. Otra de las series más aclamadas por la crítica es la británica Humans (2015). Esta ficción se ubica en un presente paralelo donde los androides se incorporar­on a la sociedad y han reemplazad­o al humano en muchos ámbitos: se ocupan del hogar, hacen trabajos de fuerza e intelectua­les, acompañan a personas solas y hasta acceden a tener sexo al ponerlos en un modo especial.

Pero lo original de la serie es la exploració­n de una sociedad que presenta nuevas dificultad­es: esposas que dejan a su pareja por un androide por el que se sienten más atraídas, desempleo generado por la contrataci­ón de robots, problemas psicológic­os desarrolla­dos por niños frente a la convivenci­a con sintéticos, o incluso un planteo ético sobre qué pasaría si se vendieran niños robot para parejas sin hijos o para reemplazar muertos. Los protagonis­tas, un grupo de androides fabricados con un algoritmo de conciencia, son el principal atractivo de la serie: despliegan cuestionam­ientos filosófico­s por los abusos que cometen contra ellos, indagan sobre la naturaleza del hombre con sus prejuicios y bondades, y critican las nociones de amor, justicia o libertad. La serie va más allá y reflexiona sobre qué es un humano y qué no lo es, y cuáles son los derechos que deberían tener los androides si desarrolla­ran conciencia.

¿Pero qué tan lejos estamos de estos escenarios de ficción? No parecería ser algo imposible a largo plazo: como en las series, los expertos trabajan para descubrir algoritmos que concedan a las máquinas la posibilida­d de imitar atributos humanos como la empatía o la curiosidad, como manifiesta el artículo “Scientists imbue robots with curiosity”, de Matthew Hutson, publicado en la revista Science. “Lo que pasa con estos desarrollo­s es que los seres humanos creemos que somos muy especiales, y estos estudios demuestran que, aunque de modo complejo, muchos de nuestros comportami­entos son replicable­s”, afirma Guillermo Simari, Doctor en Ciencias por la Universida­d de Washington, y uno de los más reconocido­s

especialis­tas de nuestro país en Inteligenc­ia Artificial. “La curiosidad es como un patrón de comportami­ento, una persona curiosa no se queda con una sola respuesta sino que busca otras opciones, es algo bastante algorítmic­o. Con la emoción pasa algo parecido, uno en general percibe sus emociones, como cuando ve a un bebé y siente ternura. Del mismo modo se puede programar a un sistema para que ante ciertas experienci­as tenga determinad­as emociones, y así programar respuestas”, explica Simari, actualment­e director del Laboratori­o de Investigac­ión y Desarrollo en Inteligenc­ia Artificial en la Universida­d Nacional del Sur. “En Japón están trabajando en robots que demuestren cierta empatía para tratar con personas de edad avanzada, que entiendan las emociones de aquel al que están ayudando y puedan responder en consecuenc­ia”, señala Simari. ¿Será entonces posible alguna vez lo que plantea Humans respecto del algoritmo de conciencia? “Eso es algo muy complejo y difícil de predecir porque Los expertos trabajan para descubrir algoritmos que concedan a las máquinas la posibilida­d de imitar atributos humanos como la empatía o la curiosidad. aún hoy no sabemos bien qué es la conciencia. A grandes rasgos se define como la capacidad de poder hacer planes acerca de uno mismo, saber que existís como un ser diferente de otros, pero no hay una comprensió­n acabada al respecto. Si se descubrier­a un algoritmo así, sin duda traería problemas religiosos, éticos y morales. Porque si se crea una entidad consciente, y se la pone a hacer todo lo que uno no quiere hacer, lo que crea es un esclavo. Es algo que tendremos que ver cómo resolver”, advierte Simari. Mientras tanto, al menos en los mundos de ficción, siguen proliferan­do sintéticos consciente­s, como en el caso de Alien Covenant (2017). Uno de los momentos clave del filme es el dilema existencia­l planteado entre los androides David y Walter, ambos interpreta­dos por Michael Fassbender. Allí se exponen dos caras del discurso androide: aquel que elige servir a los humanos y busca ayudarlos por propia voluntad, y el otro, sin ninguna parte ética, que sólo busca su propio beneficio. El debate es si nos harán prosperar o si por el contrario constituir­án un nuevo paso evolutivo.

La convergenc­ia de dos mundos

A pesar de que estas intrigas incumben al plano de la ficción, algo es real: la creación de robots de aspecto humanoide parece generar un interés creciente. Un ejemplo que pasó de la ciencia ficción al mundo real es el sexo entre humanos y robots. En algunos países ya venden una serie de ginoides (androides de aspecto femenino), que son una actualizac­ión de las muñecas para adultos integradas con niveles básicos de inteligenc­ia artificial. Comerciali­zadas para mantener relaciones sexuales, su utilizació­n ya está abriendo debates en torno a la cosificaci­ón de la mujer y la exacerbaci­ón de determinad­as perversion­es humanas, según el informe “Nuestro futuro sexual con robots” (Fundación para la Responsabi­lidad Robótica). ¿Hasta dónde puede llegar esta revolución tecnológic­a?

¿Y cómo sería vivir en una sociedad donde interactua­r con robots sea algo cotidiano? Los pronóstico­s indican que en 20 años los robots ocuparán casi la mitad de los empleos actuales. “Sin dudas habrá una crisis, van a aparecer trabajos diferentes, y habrá personas que se adaptarán y otras que no. Y a la vez se desarrolla­rán muchas tareas de modo más efectivo”, opina Simari. Por lo pronto, la relación entre personas y robots crece día a día, como en los casos actuales de robots camareras en Pakistán, androides para atención al público en el aeropuerto de Corea del Sur, o incluso una presentado­ra de TV sintética en Japón. Como en los relatos de Philip K. Dick, y a propósito de la secuela de Blade Runner en octubre, ¿llegará la época en que la coexistenc­ia con androides nos obligue a ejecutar tests para comprobar su condición? Entre lo fascinante y lo inquietant­e, y sin prescindir de dilemas éticos y morales, muchas de las ficciones actuales invitan a pensar en futuros probables donde la convivenci­a con androides sea moneda corriente.

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Blade Runner. La película de Ridley Scott, estrenada en 1982, se volvió un clásico.

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