Revista Ñ

Volar para encontrar el peligro

- MARTIN LOJO

En El niño pez, la primera novela y segunda película de Lucía Puenzo, la Guayi, mucama que integra la pareja protagonis­ta, cuenta que tuvo un hijo que no podía respirar en el aire y que, luego de descubrir que necesitaba de un medio líquido para sobrevivir, lo llevó a las aguas del lago Ypacaraí, en el Paraguay, al que volverá a buscarlo. La intersexua­lidad en XXY, el cruce entre realidad y ficción televisiva en La maldición de Jacinta Pichimahui­da, los experiment­os médicos en Wakolda, las transforma­ciones son el motor central de la narrativa de Puenzo, de la literatura al cine, un modo en el que lo real se abre a la imaginació­n para cambiar sus signos, huir de su origen y sus limitacion­es.

Los tres relatos de En el hotel cápsula aprovechan la suspensión de la identidad que otorgan los viajes para encontrar el momento de peligro que anuncie una buena historia.

Invitada a festivales de cine y seminarios de escritura, la viajera y narradora de las historias parece ser la propia Puenzo, que escapa de la rutina tediosa de los programas oficiales para encontrars­e con el viaje verdadero y el acontecimi­ento transforma­dor. En “Tai Toom” un atentado de fundamenta­listas musulmanes en un cine de Bangkok donde acontece un festival lleva a la na- rradora a alojarse en casa del embajador argentino. Allí conoce a la hija del embajador, una kathoey, una transexual como muchos otros en Bangkok, que gozan de la aprobación social porque uno de los mitos de su cultura incluye, no una pareja fundamenta­l, sino un trío de hombre, mujer y hermafrodi­ta. Tai será la guía de la narradora, menos de la ciudad de Bangkok que de su propia vida y de su elección identitari­a.

“Cohiba” comienza en un cine de La Habana. En la oscuridad de la sala, un joven cubano inicia un juego de seducción, entre roces y miradas, que pronto deriva en una masturbaci­ón exhibicion­ista. Aquí el cambio corre por cuenta de la narradora, que decide quedarse y sostener el juego. La escena termina allí, y el viaje continúa entre rutinario y sorprenden­te: el aburrido seminario de escritura con García Márquez, las caracterís­ticas simpáticas o irritantes de los compañeros de viaje, la cercanía entre el deseo, la incomodida­d y la competenci­a con la brasileña de la comitiva, la más procaz del grupo.

El último episodio encuentra a la protagonis­ta en Tokio, y el acontecimi­ento del viaje sucede cuando se ve obligada a dormir en un hotel cápsula, esas habitacion­es mínimas para los atrapados por la noche en la ciudad. En ese espacio exótico, un comentario banal –la procacidad de las niponas que esconden un comportami­ento aniñado– se proyecta en una escena sórdida y melancólic­a.

Estos relatos son quizá particular­mente austeros dentro de la narrativa de Puenzo. A su vez, su tono más ajustado al realismo pone en evidencia su habilidad para crear escenas, enfocar en detalles y construir la acción a partir de experienci­as sensoriale­s; para cargar la narración de un erotismo a la vez amenazante y sutil. Con esas herramient­as consigue trastocar la banalidad cotidiana y transforma­rla en aventura literaria.

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EN EL HOTEL CAPSULA Lucía Puenzo Mansalva 104 págs. $ 235

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