Revista Ñ

Variacione­s y trances sobre la épica

Un libro que son dos, de Alejandro Rubio y Mauro Lo Coco, mezcla lo cotidiano y lo marginal, la comicidad mordaz y la lírica descarnada.

- EMILIO JURADO NAON

Si leer es poner en relación, dos libros que vienen pegados se leen entre sí, se relacionan, o se pegan. Los libros más recientes de Alejandro Rubio (El poema no es el tema) y Mauro Lo Coco (Donde caucho se quema), opuestos por el vértice, se dan la espalda pero riman, tanto en el título como en el problema: qué queda para la épica después del desastre.

Ubicado en un futuro posnuclear, el texto de Lo Coco narra un viaje hacia la reconstruc­ción “abollando la ternura/ empujando los alambrados de la civilizaci­ón”. El yo del poema, el “gordo nafta” y el canciller queman ruedas y montan sus “caballos cromados” por un paisaje en donde apenas se levantan ruinas, óxido y charcos químicos; buscan a la “dama azul”, que les revelaría alguna verdad. Se mueven entre el heroísmo humanista y un afán cínico de exterminio, y el tono neutro favorece este trance ambiguo al combinar humor con solemnidad, registro coloquial con léxico teórico, narración realista con fórmulas alegóricas. Una suerte de epopeya oracular bajada a tierra, Donde caucho se quema construye algunas estrofas potentes (“En el crepitar del tiempo/ actuar es echar nafta/ a las brasas de la historia”) pero, en general, termina subordinan­do la sintaxis al relato de acciones más que a la factura del verso. Si fuera en prosa, el libro no hubiese cambiado mucho.

Por otro lado el equilibrio entre sentido figurado y literal está desbalance­ado, lo que lleva a sobreexpli­citar las acciones, como si estuviera inseguro de su claridad. Con malicia, se podrían dar vuelta los versos del capítulo XIII, “por elegir las palabras/ olvidaron lo que querían decir”, y aducir que, por miedo a descuidar lo que se quería decir, el texto de Lo Coco olvidó elegir las palabras.

Lo distópico en Alejandro Rubio, por otra parte, es el presente: poemas breves de observació­n cotidiana formulan desvaídos gestos de los internos en un hospital, las enfermeras que avalan “la locura de los otros,/ ya que interdicta la propia” y los infructuos­os intentos de una filosofía de la alegría por amilanar el infierno que –como supo el Cristo del poema “Informes”– es lo usual absoluto. Con fraseo pulido y un léxico amplio que se pone al servicio tanto de la melodía como de la precisión semántica, los versos de El poema no es el tema se suceden despacioso­s y configuran personajes resignados, de una marginalid­ad menos cochambros­a que la de aquel realismo “sucio” de Música mala o Metal pesado. Pero la resignació­n no es el tema; como anuncia el primer texto, “Foto de un pony rabioso”, la observació­n detenida sobre lo usual absoluto del presente cumple la función, también, de detectar –goce y regocijo– “entre el horror y el trago de vino/ el súbito de una ocasión de justicia”.

Siguiendo la referencia equina, es el encabalgam­iento el recurso bien aceitado que Rubio esgrime para calibrar ese instante (un corte de verso apenas) que separa tedio de redención. Si alguna épica es posible, es aquella de la frase que, entre derechos vaciados y agonizante­s garantías, se pronuncia y “fractura un esternón de un cabezazo”.

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