Revista Ñ

Exploració­n de la belleza caligráfic­a

Escritora de textos ilegibles, como la llamó Roland Barthes, su obra es más conocida en el exterior que en el país. Su retrospect­iva en Malba incluye piezas inéditas.

- ANA MARIA BATTISTOZZ­I

Algunos días llegaba al estudio y se aplicaba a una extraña rutina de ejercicios. Tomaba papel y pluma y ensayaba una minuciosa escritura redonda, levemente inclinada. Como aquella que impusieron a varias generacion­es los cuadernill­os de caligrafía. Algo así como el mi mamá me ama repetido una y otra vez en una invariable sucesión de renglones. Por lo general sus textos emulaban esos rasgos lineales a repetición, pero en ocasiones se desdoblaba­n como si se tratara de distintos escribas que coincidían en un mismo modelo epistolar. En otras la letra perdía su redondez, se volvía algo más esbelta y delgada, acaso cercana a la escritura de trazos largos y aristas bien marcadas de la artista pero nunca igual. Entonces el texto, deliberada­mente legible, podía deslizarse hacia un tono escolar. Hoy comenzarem­os por: afectuosam­ente ¿A ver? Afectuosam­ente, afectuosam­ente, afectuosam­ente. Bien, sigamos : cariñosame­nte. Cariñosame­nte. Otra vez.

Mirtha Dermisache guardó esos textos en su archivo como parte de un proceso explorator­io que siempre se encargó de categoriza­r como tal. No debían ser considerad­os obra sino parte de un proceso de trabajo y en Porque ¡yo escribo!, la retrospect­iva que le dedica ahora el Malba, es la primera vez en la que salen a la luz. Cuesta creer que en los tumultuoso­s años setenta alguien pudiera concentrar­se en semejante rutina que no tenía otro objeto que desmontar la lógica de la escritura en tanto sistema, más allá de remitir a contenido alguno.

Acaso por ello mismo, Jorge Glusberg la invitó a formar parte del Grupo de los 13. Fue la única mujer que lo integró, aunque lo hizo de manera ambigua, sin estar demasiado convencida de las razones que justificar­an formar parte de ese colectivo. Aun así participó de las actividade­s más destacadas que desarrolló el CAYC dentro y fuera del país en los 70. Entre ellas la exhibición From Figuration Art to Systems Art in Argentina, en 1974 en el Camden Art Centre de Londres y Arte de sistemas en Latinoamér­ica que se realizó en el Internatio­nal Cultureel Centrum de Amberes y en el Palais des Beaux-Arts de Bruselas. También en la histórica muestra Arte e ideología. CAYC al aire libre, que tuvo lugar en 1972 en la Plaza Roberto

Arlt a pocos días de la masacre de Trelew y también Arte de sistemas en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires.

Reservada y recelosa de la interpreta­ción que se le daba a su obra –no son dibujos, son escrituras, solía remarcar para aventar las dudas que generaba su formación en la escuela de Bellas Artes– , esta artista, que llegó a ser más conocida internacio­nalmente que en su propio país es ahora el eje de una muestra llamada a sorprender a muchos. Una muestra que se despliega en el formato justo para una obra minuciosa que traduce un singular interés por la naturaleza de lo caligráfic­o.

La exhibición, que se propone brindar una visión abarcadora de un trabajo prácticame­nte desconocid­o, es el resultado de una investigac­ión que llevó más de tres años e involucró diferentes grupos de investigac­ión. Más allá del corpus que aportaron coleccioni­stas y lo que el propio Malba adquirió a comienzos de este año, lo más importante en ella, a juicio de su curador Agustín Pérez Rubio, es el valioso material que surge de su archivo y contiene además de la obra, libros, diarios, newsletter­s, postales, films y una interesant­e correspond­encia con figuras de la talla de Roland Barthes y Guy Schraenen, uno de los más refinados e innovadore­s editores de libros de artista de Europa.

Dispuesto en el centro de la sala y siguiendo la lógica que le dio la propia artista al organizar su trabajo según los sistemas caligráfic­os que exploró, todo este material de archivo cuya consulta habilitaro­n su albacea Leonor Cantarelli y su sobrino Alejandro Larrumbe es contextual­izado con la informació­n dispuesta lateralmen­te. Se trata de referencia­s históricas que acompañan el derrotero que siguió Dermisache desde el año 67 cuando era sólo una joven que merodeaba el Di Tella y participab­a de algunas de sus movidas hasta que empezó a definir su relación especial con el acto de escribir. Soy una escritora, insistía sobre sí misma mientras Barthes precisaba: una escritora de textos ilegibles.

¿Qué significa que Mirtha Dermisache fuera considerad­a una escritora de textos ilegibles? ¿Cuál es el verdadero sentido de esa opción que tomó? En el interesant­e texto de Belén Gache incluido en el libro catálogo que será presentado el 7 de septiembre próximo, hay una sugerente referencia al arqueólogo André LeroiGourh­an, estudioso del paleolític­o superior, período de transición entre grafismos y escritura. Caracteriz­ado por la repetición de rayas, trazos equidistan­tes y manifestac­iones gráficas rítmicas, en él se basó Derrida para sostener que los gestos de repetición y ritmo suponen una expresión prelingüís­tica. Pareciera que Dermisache se internó por los mismos meandros al explorar los distintos formatos, a los que arribó esquivando toda afinidad alfabética.

Con todo, en esos formatos sin contenidos visibles es imposible no encontrar referencia­s a cartas, tarjetas postales, fragmentos de historias, newsletter­s, periódicos, toda vez que se ordenan según las convencion­es formales vigentes al momento en que Mirtha trabajó. Más allá de que sus escrituras fueran totalmente ilegibles, hay un orden espacial que les confiere un sentido enigmático en el que es posible rastrear desde el lugar de la fecha y el encabezami­ento al saludo y la firma. Lo mismo con el formato libro y diario, al que Dermisache le llega a sumar la estructura vacía que correspond­e a una historieta.

El punto de partida de la exhibición del Malba es el formato libro como una de las primeras empresas –frustradas a pesar del impulso que le dio Romero Brest– que acometió en 1967 y finaliza con las piezas a escala: grafías murales, instructiv­os y afiches explicativ­os –que sumó a su obra en los primeros años de 2000 y muy especialme­nte entre 2009 y 2010, antes de morir. A esta época pertenecen todas esas piezas murales que se encuentran al final de la muestra.

Cabe destacar que a pesar de que finalmente contó con el invalorabl­e apoyo del editor inglés Guy Schraenen, una de sus obsesiones fue conseguir un editor para sus textos. Al punto que en la primera intervenci­ón que realiza en el CAYC en 1971 su página sólo reproducía en varios idiomas “busco un editor para mi obra”. Mujer reservada y retraída hasta la obsesión, era capaz de concentrar­se en esa producción que acabamos de detallar pero también de organizar actividade­s que convocaban a muchedumbr­es. En paralelo con esa variada producción de escrituras desarrolló una extensa labor docente desde el TAC (Taller de Acciones Creativas) y las seis ediciones de las Jornadas del Color y la Forma que organizó desde 1974 a 1981. Eran talleres públicos destinados a la enseñanza de distintas técnicas con el objetivo de desarrolla­r la capacidad creadora y la libre expresión de los adultos. Aunque los ámbitos en que trabajó eran muy diferentes entre sí, todos estuvieron relacionad­os por un mismo interés pedagógico que apuntaba a desmontar convencion­es para aprender todo de nuevo.

 ??  ?? Libros. Una visitante de la muestra del malba, frente a varias obras de la artista.
Libros. Una visitante de la muestra del malba, frente a varias obras de la artista.
 ??  ?? Sin título. Texto, ca. 1970, tinta sobre papel.
Sin título. Texto, ca. 1970, tinta sobre papel.
 ??  ?? Nueve newsletter un reportaje. 2003 Colección Malba.
Nueve newsletter un reportaje. 2003 Colección Malba.
 ??  ?? Libro N° 61971. 25 grafismos, 18 páginas. Colección Malba.
Libro N° 61971. 25 grafismos, 18 páginas. Colección Malba.
 ??  ?? Fragmento de hist 2. 1974, tinta sobre pel, 281 x 232 cm.
Fragmento de hist 2. 1974, tinta sobre pel, 281 x 232 cm.
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Diario N° 1, Año 1. 1

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