Relato de un lector
Los lunes o los miércoles acostumbro a ir a la librería Ateneo Grand Splendid. Agarro el libro que mi inconsciente me lleve a buscar en una de sus góndolas, y lo leo en su resto-bar. Uno de los mozos ya me conoce. No sabe mi nombre, pero sí lo que quiero: capuchino a la italiana o algún licuado con hielo los días de calor. En la última semana agarré “Aguafuertes porteñas”, un libro tan vigente como las imágenes que quedan en la memoria de los mozos. Este del que hablo, cuando vio que apoyé el libro en la mesa, me dijo: “¿Otra vez leyendo a Arlt? Usted es medio complejo en su lectura: si no lo veo con algo de él lo veo con algo de Borges”. Su acotación me dejó perplejo. Y su amabilidad era tan grande que, no sólo motivó a que le deje buena propina, también a que le hable un poco de mí:
-Jefe, le cuento... Un viernes del 2012, con unos compañeros de una revista de la que formé parte, fuimos a la casa de Alejandro Dolina a hacerle una entrevista. El Negro nos habló de varios temas. Uno de ellos fue la disputa entre el “Grupo Boedo” y el “Grupo Florida”. Contó que al primero lo conformaban escritores como Roberto Arlt, Elías Castelnuovo y no me acuerdo quiénes más. Y al segundo: Borges, Leopoldo Marechal, Ricardo Güiraldes y otros tantos. Como que unos eran más cercanos a lo popular y los otros, más cajetillas. Automáticamente pensé: “¡Ay, Dios! este país no tiene arreglo, hay grietas por todos lados: ¡hasta en la literatura!”. En mi caso, por ejemplo, no soy muy lector de Arlt; me encanta, pero no he leído más que sus “Aguafuertes”. A Borges lo leo más seguido. Después de Soriano debe ser al que más leí, y ojalá algún día logre terminar todas sus obras. Pero hay algo en que está en lo cierto: con la salvedad de mi lealtad partidaria, soy medio complejo en mis pasiones; me gusta Jorge Luis y me gusta Arlt, el costillar y el pescado, me gustan los Rolling Stones pero también soy fana de los Beatles. Soy bilardista y otras veces menottista. Mi psicología es de ir de acá para allá, de la risa al llanto, del bar a la biblioteca. Oscilo entre dictámenes jurídicos y cuentos de Cortázar, entre Lincoln y Buenos Aires: ¡entre el delirio y la sensatez!
-¡Sí, sí! Lo sé –me contestó-. ¡Y entre el capuchino y el licuado con hielo!
Javier Ignacio Olaberría