Arte en busca de otros meridianos
Organizada por la UNTREF y con auspicio de Ñ, trae un vendaval de artistas, entre jóvenes y consagrados. Según su curadora, Diana Wechsler, sigue el aliento filosófico de una globalidad alternativa y sureña.
Creemos conocer la receta para organizar una bienal de arte contemporáneo. Hace falta una ciudad, fijar una fecha, designar curadores algo altivos que salgan a la pesca de artistas con un tema, elegido con sofisticada vaguedad. BIENALSUR cuestiona esas rutinas para proponer un modelo alternativo: carece de un rótulo común y su cronología es forzosamente abigarrada. El abordaje de esta curaduría abierta, de la catedrática Diana Wechsler y con la asesoría de Marlise Ilhesca, es polifónico, por decir poco: experiencias artísticas en 16 países, 32 ciudades, 84 sedes, 350 artistas y curadores. El evento no ocurre cada dos años, sino escalonado a lo largo de un bienio. Hablar de work in progress a menudo esconde mera retórica, pero esta Bienal, que inauguró su primer capítulo en Montevideo el miércoles pasado, se despliega como un proceso en un sentido genuino. Sus preámbulos llevaron dos años; las muestras se jalonan desde el 1° de septiembre hasta diciembre.
Incluso los escépticos deben reconocer que la propuesta, propulsada por la Universidad Tres de Febrero (UNTREF) en diálogo con otras universidades y museos nacionales, propone una articulación novedosa, un reparto diferente de saberes y competencias. Cuestiona las liturgias curatoriales e incita a los artistas a producir obras en sitios que no son sus lugares de origen. Proyecta también la figura de un espectador despabilado, siempre en tránsito, que disfruta del interior sacro del museo pero también del jardín que lo rodea, con las mezclas realistas del espacio público. Al situarse a distancia de los mandatos del mercado, permite detectar a artistas emergentes (como el colombiano Iván Argote y el binomio brasilero de Motta & Lima), compartiendo escena con creadores célebres (como el francés Christian Boltanski y el portugués Pedro Cabrita Reis). Dado que parte de los proyectos son intervenciones urbanas –de hecho, comenzará este viernes en Buenos Aires en el espacio exterior de cuatro instituciones, para desplegarse de lleno en sus salas poco después–, el paisaje urbano se verá alterado, lo que interpelará a los transeúntes no habituados a los circuitos del arte. Algunas de las sedes porteñas serán el Museo de Bellas Artes, el C.C. Recoleta, el CCK, el Hotel de Inmigrantes, el Museo de Arte Decorativo; pero también un punto de Puerto Madero y el muelle frente a la Fundación Proa. Y también tomará por asalto Rosario, el sábado próximo; las muestras viajarán a Salta, Tucumán y Córdoba. Asimismo, BIENALSUR explotará la conectividad: desde cualquier punto presencial se tendrá acceso virtual a lo que ocurre en las demás sedes, en línea con Guayaquil y Tokio, La Habana y Berlín o Valparaíso. Tal como sostiene Diana Wechsler, directora artística de BIENALSUR, estas coordenadas permiten hacer “un corte por estratos de la escena del arte contemporáneo”. “Hoy en día todos estamos en varios sitios a la vez”, resume con sencillez. ¿No era hora de que los gestores del arte usufructuaran de esta ubicuidad tan a la mano?
Y pensar que el proyecto sobrevivió a los avatares de Latinoamérica. Hacia fines del 2015, tuvo lugar una serie de encuentros para definir el formato de lo que habría de ser la Bienal de la UNASUR, una idea surgida en vida del presidente Hugo Chávez. Muy pronto fue rebautizada y, en 2016, bajo el lema Sur Global, tomó forma en unas jornadas de diálogo entre artistas, curadores, críticos, coleccionistas, periodistas y público. A lo largo de ese año, BIENALSUR hizo dos convocatorias para creadores y curadores. Y así el proyecto atravesó tanto el cambio político en el país como el de la región, Brasil incluido: superando el aura bolivariana, asumió una impronta rica y bien austral, sin dejar de proponer la integración latinoamericana en un paisaje sutilmente alterado.
En una obra emblemática, el uruguayo Torres-García invirtió el mapa de Sudamérica y nos exhortó a que, en el Sur, descubriéramos el Norte de la brújula. Para ese entonces ya estábamos familiarizados con el logo de la revista Sur: esa simple flecha que exhibe toda la fuerza de un vector austral. Esta Bienal, que en gran medida se debe a la persistencia del rector de la UNTREF, Aníbal Jozami, terminó abrazando ese punto cardinal –símbolo, para algunos, del elitismo refinado– y buscó democratizarla con un espíritu muy siglo XXI: vuelve a proponer una declinación sureña del cosmopolitismo a través del arte. Jozami no ocultó la ambición de que esta I Bienal de Arte Contemporáneo de América del Sur recoloque a la Argentina como faro cultural, alternándose con la Bienal de San Pablo. Con lenguaje más neutro, Wechsler recalca la necesidad de definir otro lugar de enunciación: “un desde acá global”. Apuntada hacia arriba, ahora la flecha se proyecta en un haz de direcciones.
Para aludir a ese nudo entre lo local y las virtualidades planetarias, el sociólogo Roland Robertson popularizó el término “glocalización”. La palabra es risible pero el concepto merece atención. Desde la conciencia ecológica hasta las problemáticas sociales, en casi todas las propuestas seleccionadas por BIENALSUR se reconoce la voluntad del arte de situarse en un aquí y ahora, desde el cual mitigar las heridas del mundo. Es probable que, en esa tarea, las obras demuestren su coherencia estética y capacidad de interpelar; no sabemos cuán débil o poderosa será su eficacia política. Pero una vez más, en los suburbios de un planeta crispado, el arte sigue emitiendo su incesante noticiero. A la manera de un aleph precario, nos habilita a auscultar los estados del mundo.
Desconocemos de antemano la fisonomía del público de esta Bienal y es una suerte que sea un poco imprevisible.