El derecho de crear el presente
El francés Bertrand Ivanoff altera las formas del Palais de Glace y el paisaje de Recoleta con luz y color.
Desde hace días el edificio del Palais de Glace reclama las miradas de la gente que pasa en auto o caminando por ese rincón de Recoleta. Imposible no ver las rayas verticales y diagonales de colores vibrantes y luces de neón que lo cubren y que parecen moverse y cambiar a medida que el observador se desplaza y se modifica su punto de vista. El artífice de esa transformación es el francés Bertrand Ivanoff, que intervino el edificio. La forma en que Ivanoff llegó a hacer su obra de arte público en este punto de Buenos Aires es ilustrativa del espíritu abierto que anima a esta Bienal. El artista respondió a una convocatoria abierta con documentación de su trabajo como artista en espacios públicos y recibió de Diana Wechsler la propuesta de intervenir el Palais. Ivanoff suele hacer sus obras de arte público en paisajes urbanos que le permiten criticar la globalización, la gentrificación, el avance de formas de consumo que lo unifor- man todo y arrasan con lo identitario. Ni el Palais de Glace ni el barrio de Recoleta le parecieron estimulantes en ese sentido. “Mi impresión –dice– fue que al edificio del Palais y al paisaje que lo rodea les falta vida. Me dije ‘bueno, trataré de insuflarles algo de vida’ y puse manos a la obra”.
A Ivanoff le llevó algunos años, después de egresar de la escuela de arte, decidir que no le interesaban las galerías, el mercado del arte ni los museos. Tampoco los bordes, los marcos que pusieran límites a su trabajo. “No quería estar enmarcado”, dice. Decidió entonces dejar el taller, instalarse en el Bronx de Nueva York y dedicarse al arte público. Su pregunta fue entonces qué le daba derecho a imponer su arte a los demás en el espacio público. “Prefiero –dice– llamarlo espacio común, es el espacio de todos. Y las municipalidades nos lo roban para venderlo y privatizarlo. ¿Qué obtenemos nosotros de eso? Nada. Entonces mi derecho de usar el espacio común en una ciudad es más legítimo que el de la municipalidad”. –¿Cómo es su experiencia artística respecto de los vecinos? –Extraordinaria. La gente valora que hable con ellos, que los tenga en cuenta, que les diga ‘Voy a hacer esto y esto, pondré un poco de color aquí, va a durar un mes...”. No se trata de que les guste o no, ese no es el punto. Básicamente les das reconocimiento. Les hablás, los reconocés. La muncipalidad no hace nada de eso, simplemente hace algo sin aviso, te guste o no. No existís. La gente está acostumbrada a que la traten así de mal. De modo que cuando llegás y les hablás de lo que vas a hacer, establecés una conexión. Y a partir de eso pasan cosas interesantes, se producen cambios.
–¿Y cuál fue la reacción de la gente aquí con este proyecto suyo?
–No sé, es raro, la gente pasa, mira, me ve trabajando y no dice ni pregunta nada. Es como si no les importara... No sé si es porque es un museo, entonces les parece normal que se haga algo artístico en el edificio de un museo o porque la gente de este barrio es indiferente...
Por la inserción que ha elegido tener en el mundo del arte contemporáneo, Ivanoff es un artista diferente de la mayoría. Y se siente muy cómodo trabajando para una Bienal que también le parece diferente. Desde hace días tiene todas las libertades imaginables para trabajar sobre el edificio del Palais de Glace, sin preocupaciones ni indicaciones ni controles de curadores, como podría ser esperable en un evento como este. “No soy famoso, conocen mi trabajo sólo por Internet y sin embargo, corren el riesgo y apuestan por él”, dice algo sorprendido. “Esta es una buena oportunidad para mí: qué otra Bienal me daría la oportunidad de desarrollar un proyecto tan grande”. Y agradece la posibilidad de experimentar lo que para él es el arte: “El placer de pensar y hacer más allá de las regulaciones; crear el presente. Cuando sé que un proyecto se puede realizar es como crear el tiempo presente”.