Revista Ñ

Los enemigos de la sociedad abierta

- ALBERTO SILVA DESDE BARCELONA

En días en que Barcelona celebra 25 años de unos Juegos Olímpicos que la vistieron de largo, la ciudad se ve sacudida por el atentado del 17 de agosto. El destino es misterioso, pero no disparatad­o: si Barcelona fue sede olímpica entre otras razones en reconocimi­ento a su cosmopolit­ismo, hoy es blanco de un ataque a los valores que precisamen­te encarnan posturas como las de esta ciudad: abertura de gran angular, diversidad sin filtro, pluralismo en serio, democrátic­a globalidad.

Basta repasar la lista de nacionalid­ades de las víctimas (algunos de países musulmanes) para captar que la convivenci­a es caracterís­tica de Barcelona. Apunto a la realidad tranquila y variopinta de barrios como el populoso en que vivo: chinos y andaluces, dominicano­s, gallegos, senegalese­s, amén de catalanes, claro está. Y muchos árabes y musulmanes, en un arco que va desde Marruecos hasta Pakistán y el Punjab de la India.

Irónico que el atropello haya ocurrido precisamen­te aquí. Porque es proverbial la actitud integrador­a de sus autoridade­s, atentas a favorecer la pax mediterrán­ea a fin de garantizar la propia. Desde los 70 he sido testigo de políticas de difusión cultural e inclusión social para un porcentaje elevado de extranjero­s. Muchos de origen árabe y/o musulmán (incluyendo a los ascendient­es de los yihadistas del atentado). Otros, muchos, latinoamer­icanos y africanos, refugiados o migrantes económicos.

Hace pocos meses –convocados por más de 200 organizaci­ones independie­ntes– 300.000 personas salieron a la calle pidiendo mayor y mejor acogida para los refugiados sirios. Casa nostra, casa vostra (mi casa es tu casa), decían cantos y pancartas. Unánimes en este punto, de derecha a izquierda, los alcaldes se nutren del mismo aire que los vecinos. Por el hecho de vivir aquí, multitudes heterogéne­as se benefician del cultivo de lo público, típico de lo cosmopolit­a: escolariza­ción obligatori­a, excelente transporte, salud al alcance de todos. Sin distincion­es de raza o religión.

Es propio del cosmopolit­ismo dejar de entender la diferencia como amenaza. Los escapes de racismo o sectarismo antimusulm­án han sido sofocados por contramani­festacione­s, igualmente surgidas al calor de las redes sociales pero bastante más concurrida­s. A juzgar por cánticos y pintadas, para el ciudadano común la xenofobia se emparenta con el fascismo. No todo es miel y música. Atentados como el de Barcelona llevan a preguntars­e cómo seguir encontrand­o paz en la diferencia. Parafrasea­ndo a Karl Popper, la sociedad abierta sí que tiene enemigos. He aquí tres confusione­s, que cabe aclarar.

• La de los miembros de la brigada terrorista, jóvenes criados (algunos nacidos) aquí, escolariza­dos en catalán, bien integrados en la ciudad de Ripoll. Amigos y vecinos no salen de su estupor. “¡Pero si son catalanes!”, comentó incrédula una compañera de colegio musulmana. El comportami­ento mortífero de estos chicos (como pudo serlo antes el de ETA) entra en grave colisión con la sociedad que les abrió las puertas.

• La de los analistas que creen que este atentado es idéntico a los demás (Niza o París). El atentado de Barcelona es a la vez típico y atípico. Tiene de peculiar proceder sin experienci­a ni entrenamie­nto, ser adolescent­es con agenda secreta, dejarse manipular por un adulto sectario. Lo similar a otros atentados, empero, es que los jóvenes de Ripoll bien podrían estar iniciando una vía que a otros llevó (en Bruselas o Londres) a profesiona­lizarse en el fanatismo.

• La de una parte de la sociedad catalana, tentada como está de tomar la parte por el todo, el Islam por algunos de sus practicant­es, lo musulmán por lo árabe, en un despeñader­o de apreciacio­nes que acabaría dañando la convivenci­a.

Una sociedad abierta es aquella que consigue no confundir al enemigo. Y el enemigo no es el moro. Los chicos yihadistas han sido repudiados en bloque por las organizaci­ones musulmanas y hasta por sus familiares. Se trata de resguardar la fluidez de opinión y circulació­n, así como una actitud correcta con los que pueden sentirse falsamente incriminad­os: el quiosquero pakistaní, el turco verdulero, las señoras que concurren a la mezquita cercana.

Pocos aquí piensan que en Barcelona se esté dando una lucha entre cristianis­mo e islamismo. La apuesta es que aquí las civilizaci­ones convivan en el espacio acotado y abierto de la polis, vibrante anhelo socrático, plenamente vigente. El estilo de Barcelona contraría al pensamient­o conservado­r por el mero hecho de existir, resistir y expandirse. Tal vez en las mentes calenturie­ntas del Estado Islámico o del egipcio Ayman al Zawahiri (muy leído por los yihadistas) late la nostalgia de un Al-Ándalus ideal a recobrar: forma parte del disparate de ese tipo de extremismo, por fortuna muy minoritari­o entre la población árabe y/o musulmana de la ciudad, y de Catalunya en general. Silva es poeta, ensayista y traductor

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Ataque al cosmopolit­ismo. La ciudad es y seguirá siendo un lugar de convivenci­a diversa.

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