Psicodelia a fuerza de birome y plastilina
Con rigor técnico y una estética cercana al cómic y al rock, Mauro Koliva crea un mundo en el que es imposible separar lo orgánico de lo mecánico.
rtista tan racional como físico, cuando dibuja Mauro Koliva siente que va al gimnasio. Tan expresivo como técnico. Tan clásico como disruptivo.
Sus nuevos trabajos vuelven a sorprender por la complejidad de una línea que construye atrapantes universos visuales. Podemos observar tres propuestas en su muestra Flasmagroom, que puede visitarse estos días en la galería Vasari: los dibujos en blanco y negro de mediano y gran formato, aquellos coloridos que forman un políptico de doce piezas de menor formato–en ambos casos realizados con birome–, y su obra en plastilina.
La birome desde siempre ha sido fiel aliada del artista, en cuyas manos alcanza un inusual potencial estético. Herramienta que le permite extrema precisión y un rigor cercano al del dibujo técnico. “Mi trabajo tiene una instancia muy orgánica y corporal cuando produzco la imagen, pero después hay un método de aplicación del dibujo que es muy riguroso y sistemático”, comenta el artista a Ñ.
El monopolio del blanco y el negro en estas obras se introduce como novedad para emparentarlas con la ilustración de los siglos XVIII y XIX y el grabado. Escenarios ficcionales habitados por formas similares a vísceras y partes de cuerpos desmembrados, los cuales se yuxtaponen, regeneran, expanden, contraen. Paisajes de suelos desolados y extrañas figuras en un tiempo y un lugar tan cercanos como extraordinarios. A esto se suman las representaciones de aparatos tecnológicos, que acentúan el enigma producido por ese imaginario. En tanto, los fondos adquieren un inesperado protagonismo al percibir la rica variedad de sistemas que edifica la línea en distintas direcciones, provocando movimientos ópticos y vibraciones de la imagen.
Luego de la primera impresión general, cada obra pide mirarla sucesivamente de cerca y de lejos para percibir sus múltiples niveles de lectura. Referencias figurativas, compositivas y técnicas pertenecientes a la tradición clásica del arte, la vanguardia histórica, la contemporaneidad, el cómic y el rock se amalgaman para conformar la singular y reconocible poética del artista.
En el texto sobre esta muestra, Eduardo Rubinschik sostiene: “El tema en Koliva es cómo hacer o destruir sentido. En Flasmagroom ya no existe cierto efecto de transparencia, de registro, como en series anteriores. La imagen se ha revuelto en alusiones, a veces incluso en indetermidas nación de sus elementos”. Rubinschik también se refiere con justeza a una “cartografía monstruo, corrosiva” y a “lo sensual, que a veces vira al porno” que “se da en ciertos encastres, hundimientos, roces, figuras de precisa musicalidad visual, apoyadas en otros materiales, o en el aire, proyectándose”.
El universo del heavy metal y la historieta fueron las primeras influencias del artista, palpables en su obra y evidencia- aún más en su serie Infrarock. Cada una de las doce partes que la integran armando un políptico podría ilustrar la tapa de un vinilo de rock, en esta época en la cual ese formato discográfico ha recuperado toda su aura. Imágenes de rostros deformados, monstruosos, con fondos psicodélicos en colores fluorescentes; un martillo siendo fagocitado por un organismo animal; un conducto por el que circula lo que parece ser un gusano.
Desde hace siete años, el artista compone música experimental con instrumentos no convencionales construidos por él mismo. Su música, a su vez, modificó el dibujo. En su exposición Bajobony, realizada cuatro años atrás también en Vasari, estaba el instrumento creado con ese nombre –homenaje, a su vez, al artista Oscar Bony–. La palabra Flasmagroom –un invento con el propósito de lograr vínculos con el cómic y las historias de ciencia ficción– no sólo da título a la muestra actual: también es el nombre de una sus composiciones musicales. Igual que los dibujos, su repertorio sonoro persigue distintas texturas. “La textura es lo que trasciende lo figurativo y lo abstracto, es como una descripción del material”, considera el artista.
Hace diez años Koliva empezó a trabajar también con plastilina. En esta muestra se presenta una obra con este material, “Flasmatronic”, que convoca rápidamente la atención por el barroquismo de sus formas y el estallido de colores. Como sucede con la birome, Koliva logra que la plastilina le brinde lo mejor de sí misma y, a su vez, parezca otro material mediante la capa de resina que le otorga apariencia de plástico. Hasta el momento, sus trabajos en plastilina habían sido exhibidos de manera horizontal. En esta oportunidad, está colgado en la pared y recuerda a un bajorrelieve. La representación nos sitúa frente a una enorme cantidad de referencias orgánicas sintetizadas y cierto horror vacui. Y nos sumergimos en sus diversas profundidades llevados por el atractivo cromático y los intrigantes y, al mismo tiempo, familiares motivos.
“Lo considero un dibujo porque trabajo de igual manera, por superposición de formas, de piezas y por la diferenciación de texturas”. En su elogio del dibujo, Koliva sostiene que se trata de “un lenguaje transversal al campo del arte, capaz de recoger la imaginería de todos los campos y ponerlos en nuevas relaciones”.
Flasmagroom es una nueva oportunidad para introducirnos en una experiencia visual vibrante. Similar a cuando deseamos que empiece a sonar la música de un vinilo y nuestra mirada se abisma en el hipnótico movimiento giratorio de su surco.