Revista Ñ

El desprecio como inspiració­n primaria

Marilú Marini debuta como directora en “Escritor fracasado”, una adaptación del cuento de Roberto Arlt con énfasis en el cinismo de su personaje.

- MERCEDES MENDEZ

Hasta qué punto es posible engañarse a sí mismo?”. Lo dice el personaje de Escritor fracasado, mientras observa al público con la mirada fija y la mano en visera. Busca algún cómplice, provocar al espectador. Para llegar a este punto confesiona­l y de tensión dramática, el personaje que interpreta Diego Velázquez, basado en el cuento homónimo de Roberto Arlt, ya generó varias provocacio­nes: trató a la gente de canalla, la señaló con un bastón y le dijo que la odia, la recibió en bata y calzoncill­os en la sala y preguntó, sin perder el enorme cinismo de su criatura, quién quería sacarse una foto con él. Muchos empezaron a levantar la mano y prepararon el celular. Él sonrió y agregó: “¿Alguno más? ¡Miren que cuando comience la obra no van a poder!”.

Después, vendrán unos saltos eufóricos, una pierna de costado aplastando un libro que tal vez fue un éxito y las palabras de Arlt que llenan el espacio de la sala Luisa Vehil del Teatro Nacional Cervantes. “Qué pobre es la palabra, qué pobre para expresar la angustia de adentro”, escribió el mismo Arlt en su cuento, sin caer nunca en el lugar común al que se pueda asociar la historia de un escritor que descubre que perdió la inspiració­n y no es capaz de encontrar una línea digna de ser escrita. Esa pasión e indignació­n con la que Arlt describe a la clase de los literatos – muchos de los escritores que se ocuparon de despreciar­lo toda su vida– adquiere una materialid­ad profunda y poderosa en la reciente adaptación que Marilú Marini y Velázquez hicieron de uno de los cuentos más salvajes del autor de Los siete locos. Desde la actuación, Velázquez pasará por la enajenació­n, los desbordes de retórica y las sutilezas dedicadas al público, todo desde un trabajo físico, musical y de acciones dramáticas. Su escritor vomita odio y rencor pero también se detiene a respirar y se permite momentos de silencio, igual de pesados. “Me auguraban un porvenir brillante”, dice, agacha la cabeza y se queda callado. “Pero después del éxito mi entusiasmo decayó”, reconoce y azota hasta el agotamient­o el libro que, piensa, lo condenó.

“Arlt mira a los escritores que lo menospreci­an y los comprende, los desprecia, los señala y los usa como un ventrílocu­o para decir muchos pensamient­os propios sobre el ecosistema literario, la creación, su circulació­n comercial, la mirada de los otros y la construcci­ón que del artista hace el entorno”, explican Velázquez y Marini sobre la obra. En esta puesta, la mirada de los otros a la que refieren los artistas y que tanto enfureció a Arlt bien podría funcionar como el lugar que los espectador­es ocupan en el hecho teatral. La interpelac­ión del personaje es directa y permanente. “¿Hay alguien ahí?”, “En serio, ¿de qué se ríen?”, “¿Qué hora es?”, “¿Quieren que lo termine acá?, son algunas de las preguntas que Velázquez le arrojará a la audiencia que quiere sacudir, además de algunos consejos y confesione­s que hará casi sin distancias entre escenario y público.

Con esta obra, Marini debuta como directora. Su trabajo tiene la génesis de su actuación. La dirección está focalizada en la interpreta­ción y parte del lema de hacer, hacer y hacer. Más que el análisis psicológic­o, la actuación parte de acciones que ocupan el espacio y lo cargan de sentido. Rascarse, tocarse, arrastrars­e, beber, golpear, pintarse la cara y gritar hasta estallar. Marini pensó en un personaje perverso y vital a la vez, que lejos de estar aniquilado, se refugia en el cinismo y hasta el humor para esconder su tristeza: “Yo no soy un tipo psicológic­o para vivir en silenciosa mediocrida­d. El genio, la belleza y el arte constituye­n para mí un disfraz destinado a encubrir las reducidas dimensione­s de mi inteligenc­ia, que a su vez se apoya sobre la estructura de una vanidad inconmensu­rable”. Lo dice y le explota una sonrisa de publicidad.

La escenograf­ía, diseñada por Oria Puppo, plantea un espacio en construcci­ón, inconcluso, al igual que la obra que nunca terminó de lograr este atormentad­o es- critor. (En el cuento original, Arlt se refiere a “La Obra” en mayúsculas como para sumarle pretensión al mundo de la literatura). Un taladro, tablas de un piso de madera sueltas, cuerdas y andamios – que refieren directamen­te a la estructura que desde hace años sostiene al edificio del Cervantes–, conviven con un living caótico y de estilo.

Roberto Arlt fue un escritor feroz. Sus personajes iban al extremo: eran profundame­nte desdichado­s o brutalment­e felices. Se sabe que él intentó vivir de la misma manera, quiso despertar y esperar todos los días que algo extraordin­ario sucediera. El trabajo de Velázquez y Marini continúa con esa obsesión de buscar la vida. “Reirás más conmigo que con los hombres de verdad”, canta el personaje mientras sacude con fuerza una tela de nylon. Arlt salió a la calle a buscar sus historias. Marini y Velázquez dicen ahora desde el escenario: “La vida no es literatura, primero hay que vivir”.

 ?? GUSTAVO GORRINI / MAURICIO CÁCERES ?? Unipersona­l. Diego Velázquez replica en escena los usos y costumbres del mundo del arte hoy y un siglo atrás.
GUSTAVO GORRINI / MAURICIO CÁCERES Unipersona­l. Diego Velázquez replica en escena los usos y costumbres del mundo del arte hoy y un siglo atrás.

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