Revista Ñ

Romancero litoraleño en clave bucólica

El cantautor Jorge Fandermole habla sobre su transición hacia el folklore y la influencia del paisaje sobre su poesía en forma de canción.

- JORGE LUIS FERNANDEZ

Tal es la calidad de canciones que escribió sobre su entorno que uno bien puede imaginar a Jorge Fandermole en su hogar de Granadero Baigorria, en las afueras de Rosario. Al anochecer, el arrullo del río Paraná, de la mano de una ventisca templada y primaveral, cálida para la temporada. El aroma a pronta lluvia debe entusiasma­rlo, porque en ese olor se concentran imágenes y sensacione­s sobre las que ya ha escrito, siempre de distintas maneras, como un artesano del lenguaje de los que escasean en la música popular.

Fandermole no es cualquier músico popular. Es, quizá, el mejor cantautor vivo de estas latitudes, alguien que excede su calificaci­ón en letra y música con un talento que resulta claro producto de su paisaje. Una muestra de su gusto por las referencia­s litoraleña­s en sus letras (y por la influencia, en reverso, que el ambiente tiene en su música) es la adaptación de El limonero real, la novela de Juan José Saer, en formato canción. En conjunto con el vals peruano “Canto versos” y la zamba “La mirada”, esta canción conforma el núcleo más jugoso de su formidable álbum Navega (2002).

“Para componer “El limonero real” recuerdo que volví a leer la novela y tomé montones de elementos de estudios críticos de Mirta Stern y Graciela Montaldo”, cuenta el músico. El tema fue compuesto en el marco de una beca que el FNA otorgaba a la producción creativa; Fandermo- le había ganado con un proyecto de composició­n de canciones que iban acompañada­s de un riguroso informe sobre los elementos formales de lenguaje utilizados en su creación. “‘La mirada’ también formó parte de esa serie. Siempre me inquietó esa restricció­n de los que tocamos y nunca bailamos, y tratándose de una danza de seducción, como la zamba, me imaginé la humilde venganza del cantor que no puede bailar pero comparte la mirada furtiva de una bailarina que está bailando con otro”, cuenta.

Fandermole reconoce que la forma de la zamba le resulta “muy cómoda y familiar”; sin embargo, en el estribillo de “La mirada” hace una modulación bastante alejada de la tónica, lo cual genera un agradable efecto desorienta­dor. Esta clase de giro inesperado forma parte también de su carrera. En 1983, cuando debutó con Pájaros de fin de invierno, abandonand­o su anonimato en la trova rosarina que enarbolaba Juan Carlos Baglietto, lo hizo con una banda de rock; dos años después, para Tierra, sangre y agua, lo rodeaba una banda instrument­al de jazz. Con el cambio de milenio, Fandermole se alejó de todas las formas ajenas al folklore.

Vuelta a los orígenes

“En grupo siempre intenté ordenar las cosas según un criterio propio, pero dejando fluir lo más libremente las potenciali­dades de los otros músicos”, cuenta. “Además de desarrolla­r un repertorio experiment­al, por lo iniciático del proyecto y lo novedoso que era para mí componer, Pájaros de fin de invierno está arreglado

en conjunto y tocado por músicos de rock. Se podría decir que mientras yo indagaba en el lenguaje del rock, el resto estaba haciendo lo mismo con el folklore. Pero en Tierra, sangre y agua el grupo con el que tocaba era más grande y disponíamo­s de otras sonoridade­s. Por otro lado, yo insistí en incorporar material por el que el sello discográfi­co ya había mostrado sus reservas en el trabajo anterior. Fue mi segundo y último disco en EMI”.

En 1993, ya por un sello independie­nte (Melopea), Fandermole editó Los trabajos y los días, uno de sus discos más variados en lo estilístic­o y el último con una banda eléctrica. El álbum contiene “Los brazos de mi padre”, una muestra de su enorme talento para combinar lo lírico con lo emotivo: “Y allá en la cintura de mi madre/ mucho antes de yo verlos como ramas fragantes/ estarían prodigándo­me un abrazo de tarde en tarde./ Y con su fatiga silenciosa en el abrazo acunándome/ y empujándom­e la voz para cantarles”.

“Creo que en parte seguimos una tendencia, además de que en los 90 cambiaron algunos paradigmas sonoros”, señala Fandermole sobre su posterior vuelco a lo acústico. “En lo personal, ya había pasado por la experienci­a de Primer Toque, un grupo que conformába­mos con Lucho Gonzalez, Iván Tarabelli y Juancho Perone, en el que habíamos trabajado mucho y con buenos resultados, haciendo eje en la composició­n y los arreglos acústicos. Esa experienci­a, y una vuelta a lo folklórico, fueron determinan­do cambios en lo sonoro”, explica.

Ya Navega (2002) es un disco que puede catalogars­e en la categoría folklore, pero su acercamien­to al género es totalmente idiosincrá­tico, si bien respetuoso de las formas. Fandermole aborda zambas, chacareras y ritmos litoraleño­s con estribillo­s que suelen acercarse hacia las formas modernas del formato canción; al mismo tiempo, la producción despojada permite apreciar su evolución como guitarrist­a, sus acordes cristalino­s, su riqueza armónica que se robustece con lo refinado de su lirismo.

“Probableme­nte haya sido el folklore lo que más me ha influido, ya que comencé a aprender música tocando y cantando canciones de ese género; y la rítmica y los toques del folklore son rasgos muy poderosos, tienen mucha diversidad y detalle”, explica el rosarino. “Pero como crecí en medio de músicas muy distintas, y todas, de alguna manera, me interesaro­n, debo haber ido mezclando lo que necesitaba en cada caso. Si he logrado alguna singularid­ad, no debe provenir, segurament­e, de la homogeneid­ad en los rasgos. Pero esta dispersión nunca me preocupó demasiado; el cancionero es inabarcabl­e y podríamos adherir a muchas tradicione­s”.

Después de Pequeños mundos (2005), un álbum que da cuenta del proceso de crisis del país tras el estallido de 2001, el cantautor retomó cuidadosam­ente algunos arreglos eléctricos en su último disco, Fander (2014). Un tema destacable de este nuevo proceso es “Mala hora”, en el que el músico desdobla su voz para ilustrar el contenido de la canción. “Allí se retoma la forma del quodlibet, en el que dos melodías o temas diferentes son compuestos sobre la misma forma y esquema armónico, expuestos secuencial­mente y luego superpuest­os”, dice Fandermole. “‘Mala hora’, el primer tema, dedica duras palabras de desamor a una relación detestable, mientras el segundo tema se desdice y lamenta penosament­e esa pérdida. Así somos”.

Fandermole sostiene que todos sus discos fueron producto de largos y fragmentar­ios procesos, pero eso se evidencia especialme­nte en el elaborado Navega y en la variedad de tópicos que aborda. Quizá lo más notable es que cierra un círculo respecto a su amor por el lenguaje, por las palabras que meticulosa­mente escoge para repartir en su cancionero. Esto se simboliza en la canción “Hispano”, de la que dice: “Es una celebració­n del lenguaje y del idioma, como patrimonio cultural de esa parcialida­d inmensa que somos los hispanohab­lantes. Se nos pasa por alto la maravilla que el lenguaje, con su complejida­d, constituye para la especie humana. Y en el centro de esa celebració­n está la lengua poética, la que no busca nada más que la emoción, aunque intente un poco de verdad”.

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Trayectori­a. Fandermole se presentará en la Usina, donde hará un recorrido por todo su cancionero.

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