Revista Ñ

Sobre la memoria

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El tema de debate “¿Qué precio pagarías por la memoria?” de Raquel Garzón toca un tema caro, a propósito del libro “Elogio del olvido” de David Rieff, y resulta excelente.

Somos seres de memoria. Eso nadie lo discute. Por eso me dedico al psicoanáli­sis, porque las historias, los relatos, las ficciones tienen efectos de verdad. Porque resulta increíble el caudal de recuerdos e imágenes que posee una persona y el modo en que ello puede estallar para ordenarse de otro modo que haga más soportable su existencia, porque los huecos de un tejido hacen al mismo saco que nos abriga. Por eso, ciertos olvidos resultan sanos desde la clínica de lo particular, en el sentido de observar y liberar la energía acumulada. La teoría del trauma, tan rica a los filmes, donde hay recuerdos que deben salir a la luz de manera fragmentad­a, por ejemplo en La cordillera, para por fin trabajarse y elaborarse, constituye un ejemplo claro de los olvidos perjudicia­les.

Freud en el texto “Recordar, repetir y elaborar” señala que, a la manera de un bucle, el que no recuerda es el que repite y actúa. Pero agrega lo fundamenta­l que resulta elaborar y procesar para olvidar. El olvido es bueno, es positivo, se trata de una represión favorable, en esos casos. Por el contrario, recuerdo que al trabajar muchos años en Salud Mental como residente y ahora como psicoanali­sta en ámbitos públicos, cada vez que escuchábam­os a un paciente que se anclaba en alguna certeza inamovible y duradera, que no podía pasar a otra cosa o tema, olfateábam­os el aroma del delirio, o sea lo que vuelve al mismo sitio inamovible. Contábamos con otros nombres de la psicopatol­ogía para aquellos fenómenos, rigidez del carácter o caracterop­atías, melancoliz­aciones o duelos interminab­les, fobias graves o inhibicion­es.

Por ello, poder olvidar y frenar el afluente de estímulos hace al placer, a la disminució­n de la tensión. Eso se puede lograr o no, con o sin un análisis personal mediante, no en forma colectiva ya que las masas potencian los fenómenos imaginario­s.

A veces, pensar tanto en el lunes puede arruinarno­s el domingo.

María Cecilia Anton

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