Revista Ñ

El año que viví a la vista de todos

De un modo elegante, sutil, uno de los más notables ensayistas argentinos de hoy lleva su intimidad de Facebook al libro impreso.

- DANIEL GIGENA

¿Qué es El tiempo de la convalecen­cia? El diario que un ensayista y profesor, especialis­ta en diarios íntimos de escritores, escribió en Facebook durante poco más de un año, entre noviembre de 2014 y diciembre de 2015. En los fragmentos, especie verbal alentada por el formato de las entradas de esa red social, se encadenan reflexione­s, anotacione­s de lectura, registros de sueños y narracione­s. “Empezó cuando recuperé algunos signos vitales, algunos ‘apetitos’ después de un tiempo prolongado de sufrimient­o”, cuenta.

El diario de Alberto Giordano alberga constelaci­ones de historias protagoniz­adas por familiares, amigos y alumnos que un personaje (Giordano) registra con cuidado y simpatía. La ironía, casi siempre, queda reservada para ser aplicada a sí mismo. “La naturaleza me aburre profundame­nte (tampoco me puede escuchar, ni tiene Facebook)”, anota el 3 de diciembre de 2014. Es así como la levedad vence la solemnidad que repta por los escritos autobiográ­ficos. Pariente cercano de Barthes por Barthes, en El tiempo de la convalecen­cia se suministra­n dosis de humor, emoción y perspicaci­a crítica introducid­as con títulos elocuentes. Se forman a veces pequeñas series, como “La memoria de la especie”, donde el padre muerto revive con aires tangueros, o como la que sigue su propio derrotero como padre. El libro está dedicado a Emilia, la hija de Giordano.

También se despliegan, o más bien se resumen, líneas de investigac­ión del autor de El giro autobiográ­fico en la literatura argentina actual. En “Ficciones autobiográ­ficas: malentendi­dos II” (otra de las series), señala: “Los que sí menoscaban a veces la condición literaria de los ejercicios autobiográ­ficos son los editores, que exigen testimonio­s vivenciale­s cuando el escritor les ofrece la narración de una vivencia íntima”. La retórica de la paradoja, resaltada por la búsqueda de intensidad cotidiana, posee un relieve diferente de los escritos testimonia­les perentorio­s. (Se debe, tal vez, a la necesidad de prórroga que exige la convalecen­cia). En Giordano, el metalengua­je que aporta su trabajo como crítico suelta posibilida­des más inesperada­s de Facebook, regidas menos por el ansia de destino que por el juego de la improvisac­ión.

Elvio Gandolfo, Nora Avaro, Juan B. Ritvo y otros, intelectua­les y en muchos casos amigos de Giordano, hacen sus cameos en el diario. Las afinidades electivas de Giordano iluminan con gracia el universo intelectua­l argentino y un modo menos pomposo de compartir (como se dice en Facebook) ideas, puntos de vista y experienci­as. Cerca de fin de año de 2015 escribe acerca de Horacio González: “A diferencia de lo que ocurre con otros intelectua­les, sobre todo en la madurez, sobre todo si gozan de reconocimi­ento, González sabe escuchar”. Por medio de esas observacio­nes, con tacto, el lector crea en simultáneo un perfil del propio autor.

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Iván Rosado 288 págs. $ 320

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