Un director frente al abismo
¿Robert Wilson es un hombre del Renacimiento nacido en el siglo XX o un artista ultra contemporáneo adelantado a su tiempo? Quizás ambas cosas. Arquitecto, director de teatro, puestista de ópera, diseñador de muebles, coreógrafo, bailarín, artista visual, escultor, Wilson coincide con esa imagen del hombre renacentista cuyo arquetipo es Leonardo Da Vinci. Por otro lado, ¿alguien podría disputarle el carácter precursor de sus exploraciones escénicas en gran escala iniciadas en la década del 70?
Este artista múltiple nacido en Texas comenzó a cursar en su juventud la carrera de administración de empresas; aunque la abandonó tres años después, con el tiempo Wilson logró administrar una gran empresa: él mismo. Sus trabajos en los más variados formatos alcanzaron casi desde el inicio una inmensa repercusión y su nombre ha pasado a ser una auténtica marca.
Letter to a Man, el espectáculo que trae a Buenos Aires, es su segunda colaboración con el gran bailarín Mijail (Misha) Baryshnikov y nació después de que ambos, junto con el actor Willem Dafoe, hubieran hecho la obra The Old Woman: “Fue Misha –cuenta Wilson en una entrevista vía mail– quien sugirió la posibilidad de encarar un nuevo trabajo basado en los Diarios de Nijinsky. Yo estaba familiarizado con ellos y de hecho había realizado una puesta en escena con el poeta americano Edwin Denby en 1972. Formaron parte de la obertura de un espectáculo que duraba 24 horas y que montamos en la Opera Comique de París y en mi propio loft en Nueva York”.
Cuando se le pide que nombre a sus coreógrafos predilectos, Wilson no elige, como podría esperarse, figuras contemporáneas sino a George Balanchine, el gran creador neoclásico: “En primer lugar, me atrae más la danza que el teatro o la ópera y Balanchine y sus puestas clásicas influyeron muchísimo en mí. Lo considero el Mozart del siglo XX. Sus ballets abstractos cambiaron mi vida. Creo que si alguna obra de danza sobrevive en los próximos 50 o 100 años o incluso más allá, será la suya”.
–Los Diarios son una mezcla ilógica de sueños y obsesiones. ¿Cómo devino una pieza teatral?
–Es que no fue escrito para ser representado y un director teatral tiene siempre una tremenda libertad. En este caso no me involucré demasiado en la selección de textos: sólo creé una mega estructura para ser llenada.