Lo que la noche vuelve visible. Sobre las pinturas de Juan Nördlinger
Los objetos y la realidad parecen nacer de las texturas de la oscuridad en una muestra de Juan Nördlinger.
La noche, sus silencios, misterios y transformaciones. Una y otra vez convertida en arte. “Porque es de noche, manantial de la noche”, escribe Mario Benedetti en el poema “Nocturno”. En esta ocasión hace brotar una serie de pinturas de Juan Nördlinger expuestas en la galería Arcimboldo.
Un maniquí de luminoso y espectral blanco en el frente de una vidriera. A su lado, dos planos rectangulares reciben el tejido de líneas rectas y sinuosas de rejas que clausuran el ingreso. “La novia” es el título de esta pintura que es posible ver en pendant con “Los novios”, en la que tres maniquíes con frac observan a través de una ventana iluminada desde el interior de una habitación.
La nocturnidad da vida a lo inanimado. Dirige la percepción sobre lo que en el día pasa inadvertido.Un sillón verde intenso deviene un organismo a punto de moverse en un espacio que le concede el mayor protagonismo. Una silla y una escultura parecen hundirse o emerger de una pared y piso con límites difuminados por una rojiza oscuridad.
Los Nocturnos de Nördlinger nos sitúan frente a exteriores e interiores cuya particularidad, en la mayoría de las obras, está constituida por fondos de apariencia marmórea que parecen concentrar la esencia de la noche. Sobre ellos, el artista propone representaciones de seres y objetos con una línea al servicio tanto de contornos netos como difusos. Todo en conexión con una mirada atenta en revelar lo que la falta de luz sustrae o intensifica. Las obras se sostienen en esos fondos –presentes en series anteriores– de materia acrílica diluida, chorreada y esparcida con movimientos del bastidor. Sigue un tiempo de secado y luego más colores y texturas hasta lograr esa base abstracta. En palabras del artista “la trama de superposi- ciones que recibe lo figurativo provoca un cierto equilibrio inestable, un cuadro dentro de otro conjugando la técnica y el azar”.
Alicia Romero y Marcelo Giménez hablan en el texto curatorial de una “nueva densidad poética” que marca “cierta discontinuidad con el trayecto previo” del artista. Agregan que “lo gráfico y lo pictórico solicitan una contemplación en detalle para descifrarse como textura de la nocturnidad”.
En otra obra, el interior de un cuarto genera una imagen extraña y misteriosa de la mano de diagonales y una superficie trapezoidal –¿un espejo, un cuadro dentro del cuadro?– con una mujer atravesando una puerta. La textura de las paredes y el piso contrasta con la nitidez de las líneas rectas que definen vértices casi a manera de ilustración. Similar tratamiento de la línea esboza posibles arquitecturas en el exterior de una calle en “Aquellos tiempos”.
Para Nördlinger “lo que sucede en la noche es lo mismo que acontece en la pintura: una transfiguración”. El grafito, el lápiz, el acrílico, la carbonilla, los marcadores acrílicos y las tintas posibilitan en sus combinaciones el surgimiento de imágenes que nos interrogan sobre su significación, materialidad, perspectiva. Como en aquella pintura donde un fragmento de ventana –motivo recurrente en otras series– invita a entrever un exterior con apariencia de lámina de cobre avanzando sobre las líneas negras de un sintetizado balcón. El fondo deviene figura y esta, puerta de entrada a otro espacio. Una transfiguración en acto. El manantial de la noche derramado en fecundos cauces pictóricos.