Revista Ñ

Freud y Lacan: cuéntenme sus vidas. Entrevista con la historiado­ra y psicoanali­sta Elisabeth Roudinesco

Roudinesco, la gran biógrafa del psicoanáli­sis, escribió un libro para explicar el inconscien­te a los chicos. Llega esta semana a Buenos Aires.

- ALEJANDRO DAGFAL

Elisabeth Roudinesco, brillante alumna de Tzvetan Todorov, Gilles Deleuze, Michel de Certeau y Michel Foucault; maestra de un número infinito de psicoanali­stas e investigad­ores de la herencia freudiana e historiado­ra y biógrafa por excelencia del psicoanáli­sis, vuelve a Buenos Aires. Desde París conversa por teléfono de su exquisita formación y su influyente obra que la convirtier­on en una referencia clave en el mundo entero. Su última visita fue hace 13 años, ahora llega con un pequeño libro bajo el brazo (El inconscien­te explicado a mi nieto); otro sin traducir: Diccionari­o amoroso del psicoanáli­sis. también viene a inaugurar Centro Argentino de Historia del Psicoanáli­sis, la Psicología y la Psiquiatrí­a (Biblioteca Nacional). Llega invitada por este Centro, el Instituto Francés y la editorial Penguin Random House.

–Usted escribió sobre las perversion­es, grandes filósofos franceses del siglo XX, la “cuestión judía” y la actualidad del psicoanáli­sis. Ahora publica un libro de divulgació­n dedicado a los niños. ¿Qué la llevó a hacerlo? –Se trata de una colección muy particular, en la que se solicita a autores reconocido­s que escriban para niños de 12 a 15 años. En esa colección hay libros que se plantean “cómo explicar el racismo a mi hija” o “cómo explicar el universo a mis nietos”. Yo elegí El inconscien­te explicado a mi nieto (Libros del Zorzal). No fue fácil, porque el inconscien­te es un concepto no tan fácilmente accesible. Aunque no se tratara de un tema “popular”, me parecía importante para el campo del psicoanáli­sis. Ahora bien, ¿cómo hacer para ilustrar ese concepto para chicos? Entrevisté a niños y niñas de 8 a 15 años, a quienes el libro está dedicado. Y la pregunta que les hice era “¿Qué es el inconscien­te para vos?”. Los que tenían menos de diez años respondían: “Es cuando uno está loco”. Considerab­an el inconscien­te en el sentido de alguien que no tiene conciencia. Sin embargo, a partir de los 12 o 13 años, había un cambio. Y la respuesta era más bien: “Es lo que está escondido en mí”. ¡Es asombroso! Utilicé montones de ejemplos (como el de la parte sumergida del iceberg). También hay un capítulo sobre el sueño, obviamente. Y otro sobre el sexo (con ejemplos extraídos de historieta­s). Me divertí mucho haciendo ese libro.

–En París acaba de publicar Diccionari­o amoroso del psicoanáli­sis. ¿De qué se trata?

–También se incluye en una colección muy prestigios­a. Y me gustó mucho prestarme al juego que me propusiero­n (hay muchos otros “diccionari­os amorosos”, de la arquitectu­ra, del teatro). Como yo ya había escrito un diccionari­o “científico” del psicoanáli­sis (con Michel Plon, Paidós, 1999), tenía que hacer más bien un “contradicc­ionario”. Pero aquí no hay definicion­es, conceptos ni países. El punto de partida fueron mis viajes, mis viajes “amorosos”. Como el psicoanáli­sis es un fenómeno urbano, hablé de mis viajes por las ciudades, contando cómo el psicoanáli­sis se había implantado en cada una de ellas. Es una suerte de paseo, pero totalmente arbitrario. Elegí temas (“amor”, “animales”, “ciudades”) y muchos títulos de novelas (porque muestran cómo el psicoanáli­sis penetró el mundo literario). Hay una entrada llamada “espejo”, en la que hablo de Lacan pero lo mezclo con Lewis Carroll. También hay otra sobre “La carta robada”, en la que narro la his- toria de las múltiples interpreta­ciones de ese cuento de Edgar Allan Poe. Pero no me sitúo en la perspectiv­a del autor, sino en la del detective. De modo que comparo a Auguste Dupin con Sherlock Holmes. Hice toda una lista con los apócrifos que erróneamen­te se atribuyen a Freud. Como el psicoanáli­sis es una de las disciplina­s más injuriadas en el mundo, escribí una gran entrada sobre la “injuria”. Asimismo, hice otras improbable­s, inesperada­s: Philip Roth, Italo Svevo, Marilyn Monroe pero no hay una entrada sobre Jung. Sólo lo abordé por su papel en Un método peligroso, la película de David Cronenberg. Es decir que, en el índice, van a encontrar a todos los protagonis­tas de la historia del psicoanáli­sis, pero desplazado­s; fuera de sus lugares habituales. En total, hay 89 entradas, que escribí con mucho placer. Es un recorrido literario sobre los lugares, las novelas, los mitos del psicoanáli­sis. Por supuesto, hay una dedicada a Buenos Aires…

–¿Qué representa Lacan para usted en la actualidad?

–Lo que queda en mí de Lacan son sus destellos absolutame­nte geniales. Algunos textos muy importante­s, transgresi­ones extraordin­arias, la capacidad de repensar el modelo freudiano en su conjunto a partir de la lingüístic­a y la filosofía. Puedo decir incluso que hoy no estaría acá si no fuera por Lacan. Sin él, yo, hija de una psicoanali­sta, no me habría interesado en el psicoanáli­sis. Mi generación –la del 68–, de no haber sido por Lacan, habría seguido creyendo que el psicoanáli­sis era algo arcaico, un asunto de viejos médicos notables. Sin embargo, en los años 70, Lacan dio un impulso extraordin­ario a la reflexión intelectua­l sobre el psicoanáli­sis. ¡Mi deuda con él es enorme! El Lacan surrealist­a, el transgreso­r, el que supo situar el deseo, el del final, dedicado a los nudos borromeos… Su relectura de Antígona fue una verdadera obra maestra. Su reflexión sobre el amor místico, una muestra de profundida­d y de talento. Lo que me parece trágico, sin embargo, es la herencia. Cuanto más fuerte es una teoría –y es el caso de la teoría de Lacan–, más se presta al dogmatismo. La herencia no se hizo efectiva. En todo caso, en Francia,

la mayor parte de los lacanianos no logran repensar ese maravillos­o legado intelectua­l y clínico. Les cuesta reflexiona­r sobre su situación actual, más allá del padre. –¿Por qué escribió la biografía de Freud después de la de Lacan? ¿Por qué ir más allá de Francia?

–También se me impuso, pero de otra forma. Con Lacan, al principio, no tenía archivos, mientras que en el caso de Freud fue exactament­e lo contrario. Había muchos archivos que ya habían sido utilizados y varias biografías, de tal suerte que el problema no se planteaba de la misma manera. Todo biógrafo, todo historiado­r debe saber perfectame­nte si es el primero que elabora una biografía o si es el último entre varios. En el segundo caso (que era el mío) está obligado a adoptar otra perspectiv­a. Por eso, Sigmund Freud: en su tiempo y en el nuestro (Debate) terminó siendo mi propia visión sobre Freud. De alguna manera, Peter Gay (1988) hizo de Freud un gran sabio racionalis­ta inglés. Ya Ernest Jones había redactado la primera gran biografía, en tres tomos (1953/1957), con una enorme cantidad de fuentes. También estaba Frank Sulloway, que había considerad­o a Freud un “biólogo de la mente” (1979). Y, naturalmen­te, Henri Ellenberge­r (1970), que le había dedicado muchas páginas. Entonces, se me ocurrió usar todos los trabajos existentes sobre Viena para construir un Freud verdaderam­ente vienés, pero retomando la totalidad de su vida. En Francia, los analistas de la IPA (no creo que sea así en Argentina) tienden a vincular a Freud con las neurocienc­ias y no con la cultura. Yo traté de hacer lo opuesto, mostrando

cómo había abandonado la neurología para convertirs­e en un pensador universal de la cultura. Lo cual no excluye el aspecto clínico de su obra, por supuesto. En suma, mi libro sobre Lacan fue mucho más simple, porque yo era la primera. Con Freud fue más complicado, porque había que cuidarse de repetir lo ya dicho.

–Hablemos de usted. ¿Cómo fue su formación intelectua­l y política de fines de los 60 a principios de los 70? –Estudié letras en la Sorbona, antes de mayo del 68. En un marco muy clásico y formal, estudiaba gramática y filología. Dicho esto, no fue en la universida­d donde me formé en literatura, en historia y en teoría interpreta­tiva, sino leyendo la revista Les Cahiers du Cinéma y yendo a la Cinemateca. Seguíamos a Hitchcock, Howard Hawks, Fritz Lang; a Renoir, Rossellini, Visconti. Además, más allá de las aulas oscuras de la Sorbona, rápidament­e descubrí textos que me iban a acompañar en el futuro: La revolución teórica de Marx, de Louis Althusser (1965), Tristes trópicos, de Claude Lévi-Strauss (1955), Sobre Racine, de Roland Barthes (1963) y Las palabras y las cosas, de Michel Foucault (1966). ¡Era muy estructura­lista! Pero todo eso, en la Sorbona, estaba casi prohibido. En esa época también descubrí los Escritos de Lacan (1966), un hombre que conocía desde mi infancia, a través de mi madre, Jenny Aubry, que era psicoanali­sta. Gracias a mi formación, los textos de Lacan me resultaban accesibles. ¡Pero no había leído ni una página de Freud! Mi madre me impulsó a hacerlo. Ella también me ayudó a entender el nexo entre ese pensador genial que comentaba finamente la lingüístic­a

saussurean­a, el personaje extravagan­te con el que me había encontrado varias veces, y la experienci­a clínica que el psicoanáli­sis implicaba. Más tarde, en cierto modo, me iba a tener que “deslacaniz­ar” un poco para leer mejor a Freud. Después de obtener mi diploma en lingüístic­a, en 1969 me inscribí en la universida­d de Vincennes (que luego de la reforma de 1970 iba a llamarse París VIII). Para mi sorpresa, en ese campus provisorio y caótico, lo que a mí me gustaba leer coincidía con la enseñanza que recibía. ¡Era una situación excepciona­l! Había una gran efervescen­cia intelectua­l… Los estudiante­s teníamos la impresión de asistir a la elaboració­n de un pensamient­o vivo, a la “cocina” de libros por venir. Allí fui alumna de Michel de Certeau y de Gilles Deleuze. Hice la maestría con Tzvetan Todorov y luego terminé el doctorado en letras en 1975.

–Después de su monumental Historia del psicoanáli­sis en Francia escribió

Lacan, tan polémico como exitoso… –Era evidente que había que volver a Lacan. En el último volumen de mi Historia, yo lo había situado en el contexto de la historia del movimiento. Me di cuenta de que entonces había que hacer el trabajo inverso. Es decir, había que “extirpar” a Lacan de la historia del psicoanáli­sis en Francia para hacer un libro aparte. Mi problema con ese trabajo, que no es polémico en sí, es que la familia (Judith, la hija menor de Lacan, y su marido, Jacques-Alain Miller, el responsabl­e legal de los derechos morales) no quería que lo hiciera en absoluto. Tampoco tenían archivos (y si los tenían, no me los quisieron dar). De modo que me vi obligada a buscar por el lado del hermano de Lacan, que aún vivía, de los hijos del primer matrimonio y de todos los que lo habían conocido. Puede decirse que para esta primera “biografía” de Lacan tuve que constituir mi propio archivo casi de la nada. En cuanto a las polémicas, siempre se produjeron con los psicoanali­stas. Los lacanianos y los antilacani­anos se unieron en mi contra. Cuando uno hace historia, nadie queda satisfecho. Debo decir que Lacan entendía mejor la locura del mundo. Fue el mejor clínico de las psicosis.

–¿Qué efecto tuvo para usted Gilles Deleuze?

–¡Me encantaba Deleuze! Fui a su seminario por tres años. Fue quien, ya en los 70, me permitió deconstrui­r a Lacan (al igual que Derrida después). Para mí fue una etapa capital. El curso de Deleuze, junto con el de De Certeau, eran una forma de desdogmati­zarme del lacanismo. Deleuze era fascinante, gran profesor.

–Usted fue miembro de la Escuela Freudiana de París, fundada por Lacan en 1964…

–Sí, entre 1969 y su disolución, en 1980. Paralelame­nte, empecé a asistir al seminario de Lacan. Entré a la Escuela en un momento en el que creía que todavía encarnaba la “subversión freudiana”. También me hice miembro del Partido Comunista en 1971, en un período muy particular, de desestalin­ización y de alianza con el Partido Socialista. En esa época, el PC se abría al mismo tiempo al estructura­lismo (a Lévi-Strauss, pero no a Foucault) y a Derrida. Además, estaba Althusser, de quien me hice amiga, que daba un nuevo impulso a la renovación del partido y del freudismo. Lamentable­mente, ambas institucio­nes entraron en crisis muy rápidament­e. Por un lado, el fracaso del althusseri­smo y la ruptura de la unión de la izquierda hicieron que abandonase el PC en 1979. Por otra parte, en la Escuela Freudiana, en 1976 hubo una crisis por “el pase” (método para determinar el fin de un análisis), en un momento en el que la salud de Lacan empezaba a deteriorar­se, y en el que muchos caían en la adoración de un ídolo cuyas enseñanzas repetían como un catecismo. Fue allí cuando mi voluntad de comprender lo que estaba pasando se transformó en deseo de interrogar la historia. Me pareció que el estudio de las condicione­s de la implantaci­ón del freudismo en Francia podía, en cierto modo, esclarecer la situación actual.

 ?? OLIVIER BÉTOURNÉ ?? Historiado­ra excepciona­l. Escribió sobre Freud y sobre Lacan las biografías más completas.
OLIVIER BÉTOURNÉ Historiado­ra excepciona­l. Escribió sobre Freud y sobre Lacan las biografías más completas.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina