Revista Ñ

#YoTambién, un hashtag contra la agresión

- LINDY WEST PERIODISTA Y ESCRITORA. ES AUTORA DE “SHRILL: NOTES FROM A LOUD WOMAN”

o queda claro qué llevó a Woody Allen, nada menos, a hacer comentario­s sobre las acusacione­s por abuso sexual contra Harvey Weinstein, cuando hubiera podido simplement­e no decir nada, no expresar compasión por un supuesto violador sexual, no acusar a las mujeres que al cabo de guardar largo silencio dijeron que habían sido agredidas sexualment­e de contribuir a que haya una “atmósfera de caza de brujas” y no sentirse obligado a hacer otra declaració­n de disgusto en la que no pidió disculpas pero, de hecho, reiteró lo triste que se siente por Weinstein porque Weinstein está “enfermo”.

¡Lo digo en broma! Está totalmente claro por qué Allen hizo esa declaració­n, por qué no dudó en incluir la sorprenden­te confesión de que “nadie me vino con cuentos ni me contó historias horribles realmente en serio”, aludiendo a que le contaron cosas sobre Weinstein pero que él, con esa extraña omniscienc­ia natural de los muy ricos, no las consideró suficiente­mente serias. También queda totalmente claro por qué Allen se sintió suficiente­mente intocable como para agregar que aun si hubiera creído en las “historias de horror”, no le habrían interesado, y mucho menos preocupado, porque es un hombre serio ocupado en hacer arte de hombres serios. Dijo que de todos modos la gente no se molestaba en acudir a él, porque, según lo puso en palabras, “A usted eso no le interesa. A usted le interesa hacer su película”. (Esto último es correcto, en realidad. Si Harvey Weinstein abusara de mí, literalmen­te mi último impulso sería pedirle ayuda a Woody Allen).

Está claro porque el error cultural que permite que Allen se sienta bien haciendo su declaració­n es el mismo error que nos los trajo a Allen y a Weinstein, para empezar, y a su asfixiante y delirante derecho galáctico de hombres poderosos.

Cuando Allen y otros hombres advierten acerca de “una atmósfera de ca- za de brujas, una atmósfera de Salem”, a lo que se refieren es a una atmósfera en la que ellos deben comportars­e con el cuidado, la considerac­ión y el temor por las consecuenc­ias que el resto llamamos profesiona­lismo básico y respeto por la humanidad que integramos. En cierto nivel, para determinad­os hombres –y pueden decirme exaltada, pero estoy harta de hablar con remilgos sobre esto– no hay injusticia más antinatura­l, más visceralme­nte grotesca que la de que se eche a un hombre blanco.

Donald Trump, nuestro depredador en jefe, parece considerar la elección de Barack Obama como el despido de un hombre blanco. El y sus simpatizan­tes quieren quemar el mundo como venganza. Todo este catastrófi­co momento cultural nació de aquel mismo derecho, de las zarpas de Trump y la bata de baño desprendid­a de Weinstein, de los antiguos ciclos de abuso que acuñaron anónimamen­te el verdadero eslogan de campaña de Trump: Si no puedo tenerte yo, no te tendrá nadie.

Dejando de lado la diferencia de género del poder involucrad­o en las cazas de brujas históricas (es seguro que en Salem no se reunieron todas las víctimas de violación para quemar al alcalde) y el patético descaro de los hombres que hoy se sienten perseguido­s después de milenios de tratar a las mujeres como presas, les voy a conceder algo, chicos. Sin duda, ya que insisten, esta es una cacería de brujas. Soy una bruja y los estoy cazando.

Mi red social ha estado saturada los tres últimos días con relatos de degradació­n, acoso en lugares de trabajo, violación: personas, principalm­ente mujeres, pero también sobrevivie­ntes de género no binario y varones, que usaron el hashtag #YoTambién para demostrar la asombrosa vastedad y la presencia generaliza­da de la agresión sexual. Se produjeron brotes similares de narracione­s personales después del video “Pussygate” de Trump, la ráfaga de acusacione­s contra el actor Bill Cosby y el festival de asesinatos de Elliot Rodgers en 2014, en los cuales el criminal se propuso de manera explícita castigar mujeres que lo rechazaron sexualment­e.

En los últimos cinco años ha habido un genuino aluvión de víctimas que hicieron denuncias: una cantidad innumerabl­e que representa no solo el agudo trauma de un toqueteo no deseado o un comentario deshumaniz­ante, sino también efectos invisibles de la pérdida de confianza, empleos que se dejan, carreras que se estancan, disminució­n de la influencia de las mujeres, afianzamie­nto del poder de los hombres.

No dejo de pensar en cómo se vería el hashtag #YoTambién si no fuese una lista de personas que padecieron agresión sexual sino una lista de quienes padecieron agresión sexual e hicieron que el causante fuera llevado a la justicia, ya sea profesiona­l, legal o incluso personalme­nte. El número sería minúsculo. El algoritmo de Facebook lo enterraría.

Por lo tanto, señor Allen et al., sé que ustedes odian los chismes y las usinas de rumores, pero lamentable­mente son el único recurso que tenemos. También querríamos que la cuestión fuese diferente. En un sistema justo, Weinstein se hubiera enfrentado a consecuenc­ias sociales y profesiona­les que hubieran arruinado su carrera la primera vez que se puso la bata y le rogó a una mujer horrorizad­a que le hiciera un masaje. En un sistema justo, el abuso no hubiese seguido siendo un secreto a voces durante décadas mientras él quedaba libre para seguir disfrutand­o con generación tras generación de actrices en ascenso. La vida de Weinstein, como la de Cosby, no es la historia de una trágica y deplorable caída. Es la historia de alguien que se salió con la suya.

Llegan las brujas, pero no en busca de la vida de nadie. Venimos en busca del legado. El costo de ser Harvey Weinstein es no poder ser más Harvey Weinstein. No tenemos el sistema judicial de parte nuestra; no tenemos poder institucio­nal; no tenemos millones de dólares ni la presidenci­a; pero tenemos nuestras historias, y las vamos a seguir contando. Feliz Halloween (noche de brujas).

Llegan las brujas, pero no en busca de la vida de nadie. Venimos en busca del legado. El costo de ser Harvey Weinstein es no poder ser más Harvey Weinstein.

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THE NEW YORK TIMES Weinstein. La Academia de Hollywood lo expulsó ante la multiplica­ción de denuncias en su contra.
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