#YoTambién, un hashtag contra la agresión
o queda claro qué llevó a Woody Allen, nada menos, a hacer comentarios sobre las acusaciones por abuso sexual contra Harvey Weinstein, cuando hubiera podido simplemente no decir nada, no expresar compasión por un supuesto violador sexual, no acusar a las mujeres que al cabo de guardar largo silencio dijeron que habían sido agredidas sexualmente de contribuir a que haya una “atmósfera de caza de brujas” y no sentirse obligado a hacer otra declaración de disgusto en la que no pidió disculpas pero, de hecho, reiteró lo triste que se siente por Weinstein porque Weinstein está “enfermo”.
¡Lo digo en broma! Está totalmente claro por qué Allen hizo esa declaración, por qué no dudó en incluir la sorprendente confesión de que “nadie me vino con cuentos ni me contó historias horribles realmente en serio”, aludiendo a que le contaron cosas sobre Weinstein pero que él, con esa extraña omnisciencia natural de los muy ricos, no las consideró suficientemente serias. También queda totalmente claro por qué Allen se sintió suficientemente intocable como para agregar que aun si hubiera creído en las “historias de horror”, no le habrían interesado, y mucho menos preocupado, porque es un hombre serio ocupado en hacer arte de hombres serios. Dijo que de todos modos la gente no se molestaba en acudir a él, porque, según lo puso en palabras, “A usted eso no le interesa. A usted le interesa hacer su película”. (Esto último es correcto, en realidad. Si Harvey Weinstein abusara de mí, literalmente mi último impulso sería pedirle ayuda a Woody Allen).
Está claro porque el error cultural que permite que Allen se sienta bien haciendo su declaración es el mismo error que nos los trajo a Allen y a Weinstein, para empezar, y a su asfixiante y delirante derecho galáctico de hombres poderosos.
Cuando Allen y otros hombres advierten acerca de “una atmósfera de ca- za de brujas, una atmósfera de Salem”, a lo que se refieren es a una atmósfera en la que ellos deben comportarse con el cuidado, la consideración y el temor por las consecuencias que el resto llamamos profesionalismo básico y respeto por la humanidad que integramos. En cierto nivel, para determinados hombres –y pueden decirme exaltada, pero estoy harta de hablar con remilgos sobre esto– no hay injusticia más antinatural, más visceralmente grotesca que la de que se eche a un hombre blanco.
Donald Trump, nuestro depredador en jefe, parece considerar la elección de Barack Obama como el despido de un hombre blanco. El y sus simpatizantes quieren quemar el mundo como venganza. Todo este catastrófico momento cultural nació de aquel mismo derecho, de las zarpas de Trump y la bata de baño desprendida de Weinstein, de los antiguos ciclos de abuso que acuñaron anónimamente el verdadero eslogan de campaña de Trump: Si no puedo tenerte yo, no te tendrá nadie.
Dejando de lado la diferencia de género del poder involucrado en las cazas de brujas históricas (es seguro que en Salem no se reunieron todas las víctimas de violación para quemar al alcalde) y el patético descaro de los hombres que hoy se sienten perseguidos después de milenios de tratar a las mujeres como presas, les voy a conceder algo, chicos. Sin duda, ya que insisten, esta es una cacería de brujas. Soy una bruja y los estoy cazando.
Mi red social ha estado saturada los tres últimos días con relatos de degradación, acoso en lugares de trabajo, violación: personas, principalmente mujeres, pero también sobrevivientes de género no binario y varones, que usaron el hashtag #YoTambién para demostrar la asombrosa vastedad y la presencia generalizada de la agresión sexual. Se produjeron brotes similares de narraciones personales después del video “Pussygate” de Trump, la ráfaga de acusaciones contra el actor Bill Cosby y el festival de asesinatos de Elliot Rodgers en 2014, en los cuales el criminal se propuso de manera explícita castigar mujeres que lo rechazaron sexualmente.
En los últimos cinco años ha habido un genuino aluvión de víctimas que hicieron denuncias: una cantidad innumerable que representa no solo el agudo trauma de un toqueteo no deseado o un comentario deshumanizante, sino también efectos invisibles de la pérdida de confianza, empleos que se dejan, carreras que se estancan, disminución de la influencia de las mujeres, afianzamiento del poder de los hombres.
No dejo de pensar en cómo se vería el hashtag #YoTambién si no fuese una lista de personas que padecieron agresión sexual sino una lista de quienes padecieron agresión sexual e hicieron que el causante fuera llevado a la justicia, ya sea profesional, legal o incluso personalmente. El número sería minúsculo. El algoritmo de Facebook lo enterraría.
Por lo tanto, señor Allen et al., sé que ustedes odian los chismes y las usinas de rumores, pero lamentablemente son el único recurso que tenemos. También querríamos que la cuestión fuese diferente. En un sistema justo, Weinstein se hubiera enfrentado a consecuencias sociales y profesionales que hubieran arruinado su carrera la primera vez que se puso la bata y le rogó a una mujer horrorizada que le hiciera un masaje. En un sistema justo, el abuso no hubiese seguido siendo un secreto a voces durante décadas mientras él quedaba libre para seguir disfrutando con generación tras generación de actrices en ascenso. La vida de Weinstein, como la de Cosby, no es la historia de una trágica y deplorable caída. Es la historia de alguien que se salió con la suya.
Llegan las brujas, pero no en busca de la vida de nadie. Venimos en busca del legado. El costo de ser Harvey Weinstein es no poder ser más Harvey Weinstein. No tenemos el sistema judicial de parte nuestra; no tenemos poder institucional; no tenemos millones de dólares ni la presidencia; pero tenemos nuestras historias, y las vamos a seguir contando. Feliz Halloween (noche de brujas).
Llegan las brujas, pero no en busca de la vida de nadie. Venimos en busca del legado. El costo de ser Harvey Weinstein es no poder ser más Harvey Weinstein.