Lo extraordinario surge para los hombres simples
Los personajes de Luciano Lamberti viven atraídos por visiones o fuerzas que los superan, como el miedo, lo anómalo y lo desconocido.
El proyecto narrativo de Luciano Lamberti es el más clásico de entre sus contemporáneos. Trabaja de manera deliberada sobre tópicos literarios acreditados, con un lenguaje abierto y un registro laico, casi provocativamente tradicional. No se pliega a la afectación pueril de “transgredir los géneros”, ni cede a la tentación de construir personajes excéntricos, ni se pliega a la desesperada carrera por introducir “novedades tecnológicas”, gesticulaciones de clave “etnográfica” o guiños de corte mezquinamente autorreferencial. En el centro de su ficción no hay otra cosa que hombres simples en situaciones que los superan.
Por esa razón, desde El asesino de chanchos (donde los relatos realistas dan paso a la insinuación fantástica) a El loro que podía adivinar el futuro (donde el fantástico se hace materia y nervio vivo de lo real), la literatura de Lamberti no ha dejado de ser una exploración rigurosa, genui- na, radical de las condiciones en que lo extraordinario emerge para transformar la vida de los hombres infames. La casa de los eucaliptus está en plena consonancia con la matriz ética de ese proyecto. Su prosa frugal, sus tramas limpias, francas y sin subterfugios, y sus escenarios sencillos pero sugerentes, alimentan un régimen de ficción que opera sobre las zonas opacas de las conductas humanas y las relaciones sociales.
Pero la complejidad de la literatura de Lamberti está ante todo atada a la de la imaginación de sus propios personajes. Un médico que se pierde y descubre un oscuro camino a casa, un padre de familia que recibe una inesperada visita y transforma su destino, una familia no sabe cómo lidiar con aquello que no muere, unos adolescentes que se dejan seducir por una fuerza destructiva, alguien que ambiciona el poder es puesto ante una entidad que lo trasciende, un artista plástico que extrae su originalidad de una animalidad recobrada gracias a una enfermedad hereditaria, dos amigos que descubren una ventana a otro mundo y ya no vuelven a verse, un niño que es adoctrinado en el camino de la redención por un ser que le habla desde el otro lado del espejo, una madre que protege y cría a sus monstruosos gemelos tras la muerte del padre, un grupo de chicos que ejecuta un sacrificio equivocado, un fantasma de intensa vitalidad que regresa para despedirse, una niña tomada por visiones horrorosas que carga con el sufrimiento del mundo.
Los personajes de Lamberti están siempre asediados por fuerzas que los exceden o arrastrados irresistiblemente hacia ellas. Lo que habla en esos relatos es el miedo (de lo nuevo, de lo desconocido, del cambio), el temor (del otro, de Dios, de lo inexplicable, de lo sobrenatural), la angustia (ante el desastre, la pérdida, el abandono, la degradación, el sinsentido). Y lo que bajo esos síntomas ocurre es un quiebre, una crisis, un desgarramiento o una hendidura en la consistencia subjetiva de los personajes por obra de unas fuerzas extrañas que los transforman.
En un pasaje de Los campos magnéticos, Lamberti le hacía decir al confesional narrador de esa inhallable nouvelle que, bajo la superficie de lo cotidiano, actúan “fuerzas invisibles” que gobiernan incluso nuestra propia experiencia de lo visible. No son fuerzas naturales (o naturalizadas) que puedan identificarse con el Destino. Son, al contrario, fuerzas ciegas, contra natura, desconocidas pero extrañamente presentidas en la vacilación de la Normal. Haciendo foco en ellas, la literatura de Lamberti nos arranca del tedio de lo conocido, de lo consistente, de la apatía previsible del sentido común.