Blaszko y su pacto con el mundo
La Plata. Los dos grandes museos de la ciudad recorren vida y obra de Martín Blaszko, figura decisiva para el arte argentino que huyó de la guerra en 1939.
Esta es una de esas historias fuertes, tristes y bellas, como la de la mayoría de los inmigrantes en cualquier siglo. Pero quizá el relato de esta vida y esta obra contempla otros rasgos: es la trayectoria vital de un artista inmigrante. De un escultor, es decir, de alguien que crea, que produce, que lleva las ideas a formas o rastros de volúmenes. Es acerca del paso y la obra del artista Martín Blaszko, cofundador del movimiento Madí en la Argentina, junto a Carmelo Arden Quin y Gyula Kosice.
Actualmente lo recuerda una importante exposición, Un acuerdo secreto, desplegada en dos espacios de la ciudad de La Plata: el Museo de Arte Contemporáneo Latinoamericano (Macla) y el Museo Provincial de Bellas Artes Emilio Pettoruti. Mientras en el Macla se exponen esculturas, pinturas y bocetos de todas las épocas de Blaszko, los contenidos en el Museo Provincial, en cambio, se concentran en la documentación acerca de su vida y su producción: en la salida a circulación de sus archivos personales. Ambas son formas expositivas complementarias y estrategias para mostrar aristas, perspectivas y horizontes de una misma figura, un mismo artista, hombre y creador.
Blaszko se radicó en la Argentina un poco por casualidad. Fue en 1939, cuando junto a su madre y sus tres hermanos venía huyendo desde Le Havre (Francia) del nazismo y de la Segunda Guerra Mundial rumbo a Bolivia. Pero decidieron parar en medio del trayecto, bajarse del tren en Tucumán, refugiarse un tiempo allí y luego volver a Buenos Aires. Se instaló durante esa época en nuestro país. Después de haber conseguido la familia Blaszkowski –su apellido real– una visa de turista desde Francia hacia Bolivia, sin embargo, la sugerencia casual del músico Ben Molar –a quien encontraron en el tren rumbo al norte de nuestro país– hizo que se establecieran en Buenos Aires. Con el tiempo, en 1959, Blaszko obtendría la nacionalidad argentina y abriría ( junto a su hermano) una peletería en la esquina de Guido y Juncal, siguiendo el consejo que le dio el artista Marc Chagall en 1938 en París, cuando ya asomaba la Segunda Guerra y los Blaszkowski buscaban huir de ella: “Vos sé artista, pero aprendé un oficio para subsistir”. El escultor le hizo caso: en Buenos Aires abrió la peletería, que luego devino nudo, ojo de tormenta, centro de acción: espacio de venta de pieles pero también taller de creación. Su casa quedaba en Recoleta. Gran cambio luego de haber vivido en un conventillo ni bien hizo pie en Buenos Aires, junto a su familia.
Las exposiciones del Macla y del Provincial –las dos organizadas por el staff de cada museo junto a la familia del artista y curadas por Agustina Taruscchio, quien trabaja en relación con el patrimonio familiar de Blaszko– dan cuenta detallada de uno de los escultores argentinos más interesantes e importantes, aunque siempre de actitud discreta: son cerca de 30 esculturas, alrededor de 25 pinturas y collages, y numerosos documentos originales pertenecientes al archivo Blaszko. Pero las exposiciones muestran, especialmente y una vez más (así como otras exhibiciones anteriores importantes del artista, realizadas en 2015 en el museo Caraffa de Córdoba –La inestabilidad del equilibrio–, y en 2010 en Malba –Proyecciones urbanísticas–, un grupo de 13 trabajos) las ideas-eje del escultor, esos tres puntos que lo obsesionaban, que iban y venían una y otra vez en sus investigaciones formales y personales, visibilizándose en su producción: los movimientos bipolares (tensiones de fuerzas opuestas en las obras); la importancia de la experiencia estética en la vida de las personas; y el interés por la urbanística y las obras diseñadas para el espacio público. Varios de estos puntos fueron herencias parciales de los postulados del platense Pablo Curatella Manes, a quien Blaszko admiraba y con quien compartía el deseo de unificar geometría y rigor en la búsqueda de formas abstractas individuales, personales y libres. “Así es como mantendremos una fuente de inspiración y de estímulo para buscar y encontrar un acuerdo secreto con el mundo, a través del arte”, comentaba Blaszko en el prólogo de la
exposición homenaje a Curatella en el Museo Nacional de Bellas Artes en 1982.
“Constelación”, un bronce de 1960 (expuesto en el Pettoruti); “Conquista espacial”, otro bronce de 1960 (en el Macla); “Ritmo centrífugo”, aluminio pintado presumiblemente en 1949 (en el Provincial); y la gran “Estructura dinámica” (aluminio de más de 3 metros, 1959, puede verse en el Macla) exponen lo que Blaszko sostenía: “La misión del artista es intentar llevar al plano de las armonías universales los movimientos de atracción y repulsión, los ritmos esenciales de nuestra vida psíquica, creando verdaderas constelaciones estéticas”.
Los ricos documentales que completan la propuesta curatorial –La ciudad blanca, de Nicolás Rubio, 1958; Martín Blaszko I, II y III de Ignacio Masllorens, y Del punto a la forma, del propio Blaszko, de 1953–, cierran una aproximación profunda a la obra de un artista original, lúdico, luminoso, que sorprende siempre, aunque los años pasen.