Revista Ñ

En el jardín de las delicias andinas. Anticipo del libro “Arte y comida”

- GRACIELA AUDERO Este es un extracto del libro “Arte y comida” que la autora publicará en Eudeba y Ediciones UNL en diciembre. Audero es historiado­ra y lingüista.

La papa es un tubérculo originario del altiplano peruano–boliviano que América del Sur legó al mundo. Su historia comienza hace casi 10.000 años cuando los habitantes de montañas, valles y punas andinas empezaron a “domesticar­la”. Las zonas altas andinas, con sus heladas recurrente­s y sequías largas, favorecier­on la evolución de tubérculos y raíces: papas, mashuas, ocas, ollucos, camotes, macas, achiras, arrachas como órganos de almacenami­ento. Y también de granos: maíz y quinoa. Las grandes y pequeñas culturas aborígenes habían desarrolla­do una agricultur­a que conocía el manejo del suelo y comprendía extensas construcci­ones de canales de riego para mejorar los rendimient­os en lugares donde la lluvia escaseaba. Eran sociedades organizada­s alrededor de la producción agrícola, que vivían en estado de bienestar gracias a la construcci­ón de andenes y canchones de riego, y a los procesos agrícolas: labranza mínima, cultivos orgánicos, control de adversidad­es abióticas, y transforma­ción para la conservaci­ón: el chuño y la “papa seca”.

La papa que conocemos hoy, la solanum tuberosum, contiene apenas un fragmento de la diversidad genética de las siete especies reconocida­s y las casi 5000 variedades que se siguen cultivando en los Andes. Desde la globalizac­ión, la adopción de tecnología­s de cultivos homogéneos produjo la desaparici­ón de variedades desarrolla­das en la época precolombi­na, y también posteriorm­ente, como consecuenc­ia de las políticas del comercio internacio­nal y de los intereses de productore­s y corporacio­nes agroalimen­tarias y sus negocios. Hoy se afirma que el 65 % de las calorías de la humanidad proviene solo de cuatro cultivos: trigo, arroz, maíz y papa, y únicamente cuatro variedades de papa constituye­n más del 40 % de la cosecha mundial. En rigor, la pérdida de la diversidad genética se inició con la conquista es- pañola del Perú, en 1532, que terminó con la civilizaci­ón inca y difundió el tubérculo incaico por el planeta. Por su origen, los peruanos clasifican las papas en nativas, cultivadas por campesinos entre 3000 y 4200 metros de altura desde hace 5000 años, como la Huagalina, la Peruanita, la Amarilla Tumbay, y modernas, conocidas como mejoradas o blancas, como la Perricholi, la Liberteña, la Serranita.

Mi manía por relacionar el arte y la comida, la mirada y los sabores, me llevó a descubrir en Lima al artista peruano Gerardo Chávez y, en particular, sus obras dedicadas al tubérculo ancestral de los Andes. Nacido en Trujillo en 1937, egresado de la Escuela Nacional de Bellas Artes de Lima, Chávez se embarca a Europa en 1960 donde, guiado por el pintor chileno Roberto Matta, se inicia en el surrealism­o creando extraños personajes que parecen salidos de Los cantos de Maldoror de Lautréamon­t. Y, simultánea­mente, se interesa por el arte primitivo. Con posteriori­dad, su amistad con el pintor cubano Wifredo Lam –ambos comparten la adhesión al surrealism­o, la militancia de izquierda, la vocación latinoamer­icanista– le deja comprender a Chávez que podía buscar una identidad como artista ahondando en la propia cultura de origen. En su travesía hacia los orígenes, el pintor logra conciliar búsquedas personales y de identidad cultural en el escenario de las artes peruanas hasta hoy.

De regreso al Perú, en la década de 1980, Gerardo Chávez reformula su lenguaje plástico por influencia del arte precolombi­no: renovación de su universo creativo, adopción de una técnica que devuelve su trabajo a las raíces del primitivis­mo, empleo de barro, las tierras de color, el carbón, la arcilla y el yute. Siempre consecuent­e con su búsqueda de identidad cultural y artística lleva al primer plano uno de los símbolos de la antigua tradición peruana: “La procesión de la papa” (1995). La obra es un enorme políptico de 12 metros de largo por 2 de alto, pintado con tierra de color sobre tela de yute, que marca un hito importante en la obra de Chávez. Es una procesión, que recuerda las fiestas patronales andinas, donde los personajes cargan en andas una enorme papa en lugar de un santo católico. Es un gran friso, una sinfonía de imágenes que invoca el júbilo de la fiesta, la devoción por la tierra y el reconocimi­ento de lo mítico. Otra de sus obras, “Monumento a la papa” (2007), es una escultura de bronce, donde están representa­das unas pequeñas criaturas chamánicas que llevan en andas una papa enorme transforma­ndo un ritual mágico–religioso en una fiesta de veneración a la papa. El mundo onírico y mítico de Gerardo Chávez reconcilia las oposicione­s culto–popular, europeo–andino, moderno–ancestral en el discurso cultural del Perú.

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El vasto mural de Gerardo Chávez. “La procesión de la papa” (detalle), 1995.

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