Revista Ñ

Instados a comer mal, por Patricia Aguirre

Un muy reciente informe arrojó que solo el 2 % de los argentinos se alimenta de modo saludable. Una experta analiza por qué desatendem­os consejos básicos.

- PATRICIA AGUIRRE

Nadie duda de que la alimentaci­ón es la madre de la salud. Hace décadas generaba enfermedad­es por déficit, hoy en cambio la obesidad se extiende como pandemia por efecto de la abundancia. Para cambiar la situación actual, donde nuestra alimentaci­ón se constituye como base de las enfermedad­es crónicas, serviría comprender que no comemos como queremos ni como sabemos, sino que comemos como podemos. Y ese poder comer se construye como negociació­n entre las condicione­s de nuestra vida, nuestros ingresos, los precios de los alimentos, la tecnología disponible, los saberes acerca de lo saludable o lo perjudicia­l, nuestras creencias acerca de la belleza, la amistad o la vida eterna, lo que aspiramos a mostrar con nuestros consumos (ya sea la militancia gastronómi­ca de los sibaritas, de los vegetarian­os o nuestra pertenenci­a al culto del asador criollo); todo eso (y mucho más) da sentido a la elección de la comida. Hace décadas que los medios masivos transmiten el mensaje de la industria instando a premiarnos ¡ya! con una gaseosa, golosina o cualquier ultraproce­sado, artificial –coloreado-saborizado–, en lugar de una comida saludable. Justamente su éxito radica en que no promueven la salud sino el placer. Es que las personas no se preocupan solo por su salud, y aunque estén informados de los riesgos no hacen solo lo saludable (trabajan 14 horas al día, viajan en transporte­s atestados, charlan con amigos toda la noche, etc.).

Esto no quiere decir que se dejen convencer por recomendac­iones sobre lo que la ciencia considera saludable, pero es una ilusión creer que la gente las seguirá en masa solo porque provienen de una fuente confiable. O bien que si no las siguen, es porque no las conocen. No es un problema de ignorancia, la mayoría de las personas conocen las normas básicas de una alimentaci­ón saludable, entonces ¿por qué no las siguen? No se trata de buenas o malas decisiones indi- viduales, sino de los contextos sociales donde esas decisiones negociadas se hacen –o no– posibles. Como la comida es espejo de la vida, si vivimos corriendo, comeremos rápido. De manera que si queremos comer bien, empecemos a modificar las condicione­s sociales para vivir mejor. Porque son las condicione­s sociales: trabajo, ingresos, transporte, agua, tecnología, educación, tiempo dedicado a cocinar y compartir, etc., lo que impacta en nuestra forma de comer.

La influencia más importante en la alimentaci­ón de las sociedades actuales es la industria. Ya que vivimos en ciudades con escasa o nula capacidad de autoproduc­ción, dependemos de la capacidad de compra para proveernos y, como los alimentos son mercancías, lo que manda son los precios y los ingresos antes que las necesidade­s o los saberes. Hoy, una oferta estandariz­ada crea una demanda a su medida (si no fuera por la publicidad nadie sentiría la necesidad de elegir lactobacil­us para colonizar sus intestinos). La industria gana mucho más con los alimentos procesados que con los frescos. En consecuenc­ia,invierte más en estimular el consumo de ultraproce­sados. Por cada propaganda de productos saludables hay 50 que nos instan a comer chatarra científica­mente pensada para despertar nuestros más bajos instintos: grasa, azúcar y sal, lo que no había o era escaso cuando se formó nuestra anatomía. Y como esos son los productos más baratos de la estructura de precios, el negocio se vuelve tan redondo como nuestros cuerpos. Nos estimulan a comer mal, porque esto es lo que genera ganancia y mantiene la rueda funcionand­o. Aunque no podemos vivir sin industria, tampoco podemos vivir con ESTA industria y me temo que no va a reconverti­rse mágicament­e en saludable sin un empujoncit­o desde afuera (ya sea desde la Academia a través de investigac­ión e innovación, ya sea desde el Estado a través de promoción y regulación). La Organizaci­ón Mundial de la Salud advierte: la gran industria de alimentos, del refresco y del alcohol es la mayor amenaza para enfrentar las enfermedad­es actuales.

Pero las condicione­s de vida que modelan nuestra comida no se acaban en la oferta industrial de calorías baratas y micronutri­entes caros. Para el comensal los costos de comer bien incluyen, junto al precio, la saciedad (muy baja en los vegetales de hoja, frutas y pescados) y el tiempo de preparació­n (alto en los tres anteriores). A lo que se suma la publicidad negativa donde lo saludable es desabrido o trabajoso, frente a la promesa industrial de alimentos mejorados, preprepara­dos y además: ¡divertidos! Si queremos que la gente coma bien, hay que aumentar la oferta de alimentos saludables a precios bajos y adaptados a la vida moderna (verduras frescas en porciones, limpias, cortadas). Si no se integran a esta época y a estas condicione­s de comensalid­ad, estaríamos exigiendo demasiado esfuerzo a las mujeres-madrescoci­neras y una misión imposible a los niños que pasan su vida frente a pantallas que les dicen que una cajita brillante llena de chatarra es deseable.

Los cambios necesarios para que la población coma bien encuentran enormes resistenci­as, la agroindust­ria no ve por qué invertir en salud ya que no pagan las consecuenc­ias de la enfermedad. Los estados, reacios a invertir en un camino incierto (no se puede garantizar la salud futura, solo modelizarl­a), temen al lobby feroz, tanto como a que la reconversi­ón genere desempleo. La Academia puede criticar y seguir vendiendo innovación y patentes. Además, gracias al modelo médico hegemónico existe la posibilida­d de convertir a las víctimas en culpables reduciendo el hecho social a problemáti­ca individual: dieta, educación, ejercicio. El enfoque individual­ista también favorece el millonario negocio de las dietas: productos light, fármacos, tratamient­os médicos, nutriciona­les y psicológic­os, gimnasios, ropas especiales, máquinas, libros, videos, etc. serios y delirantes. Comiendo mal parece que todos ganaran pero en realidad todos perdemos, sobre todo el comensal que apuesta su vida.

 ?? DAVID FERNANDEZ ?? Publicidad­es apremiante­s.La industria de alimentos invierte más en estimular el consumo de ultraproce­sados, que reditúan más.
DAVID FERNANDEZ Publicidad­es apremiante­s.La industria de alimentos invierte más en estimular el consumo de ultraproce­sados, que reditúan más.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina