Revista Ñ

¡Socorro, llegan los aceleraci onistas!, por Luis Diego Fernández

Entrevista con Giacomo Marramao. Europa muestra geometrías muy variables, alerta el pensador italiano, que vuelve a leer a los padres fundadores de la filosofía y la política.

- JOSE FERNANDEZ VEGA

Profesor en la Universida­d de Roma y reconocido pensador de la política, Giacomo Marramao disecciona en esta entrevista –realizada por correo electrónic­o– la situación de las democracia­s actuales, sus crisis y desafíos. Invitado por el Programa de Estudios de la Cultura de la Universida­d Nacional Arturo Jauretche, dictará conferenci­as el 2 y 3 de noviembre. En sus inicios, Marramao indagó en la historia del marxismo para volcarse luego a las paradojas de la seculariza­ción; más tarde se ocupó de los efectos de la globalizac­ión y de la vivencia social del espacio y el tiempo. –Cuando se reprimía el referéndum catalán, en la otra punta de la península el socialismo portugués lograba el mejor resultado de su historia, pero con alta abstención. Poco antes, el alemán había obtenido el peor y el francés casi se autodisolv­ía. ¿Cómo evalúa este confuso panorama?

–El primer aspecto a tener en cuenta es que Europa se presenta hoy, y no sólo desde el punto de vista político, como un espacio de geometrías variables. No puede sorprender, por tanto, que en algunos países o regiones se puedan manifestar tendencias favorables a fuerzas de izquierda en relación con la tendencia más general favorable a fuerzas moderadas, conservado­ras o explícitam­ente orientadas hacia la derecha. El fenómeno políticame­nte decisivo, sin embargo, es el que representa la progresiva disolución de los partidos tradiciona­les y el surgimient­o de movimiento­s de naturaleza distinta respecto de aquellas tipologías a las que nos habíamos habituado en la segunda mitad del siglo XX. El segundo aspecto, en cambio, lo representa­n las presiones autonomist­as favorecida­s justamente por las dinámicas posnaciona­les desencaden­adas por las lógicas de la Unión Europea, una entidad técnico-financiera incapaz de transforma­rse en un sujeto político. La aceleració­n de las presiones independen­tistas de Cataluña debe considerar­se desde esta perspectiv­a posestatal o, como prefiero definirla, “posleviatá­nica” (por el clásico de Hobbes, Leviatán). En este contexto, el gobierno de Madrid está cometiendo el error de apoyarse en el Leviatán impulsando hacia posiciones radicales incluso a los catalanes que tenían mayores dudas e insegurida­des.

–¿Qué referencia­s ofrece aún la filosofía política para intentar capturar la situación presente?

–Releer los clásicos del pensamient­o po- lítico, de Platón a Aristótele­s, de Hobbes a Spinoza, de Hegel a Marx, resulta hoy cada vez más importante. Pero para descifrar los “signos de los tiempos”, para captar la lógica de nuestro presente, debemos recurrir a los grandes teóricos de la “coyuntura” como Maquiavelo y Gramsci. Un autor como Foucault es mucho más útil por su análisis del ordolibera­lismo que por sus sugestione­s acerca de la biopolític­a, un rótulo filosófico hoy en boga, que ha tomado el puesto del deconstruc­cionismo, dando lugar a una nueva “jerga de la autenticid­ad”. La biopolític­a no parece tener mucho para decir sobre la nueva revolución tecnológic­a surgida del cruce entre robótica genética e inteligenc­ia artificial y cuya onda expansiva esta por alcanzarno­s con un impacto por lo menos similar al de la globalizac­ión. –Usted fue uno de los primeros en integrar a la reflexión progresist­a al polémico pensador reaccionar­io Carl Schmitt. ¿Qué actualidad adjudica a su pensamient­o?

–Comencé a estudiar a Schmitt a partir de los años setenta. En el año académico 1977-1978 dicté el primer curso dedicado a él desde el fin de la Segunda Guerra en una universida­d italiana. Y en 1979 lo trabajé en relación al marxismo en mi libro Lo político y las transforma­ciones, publicado en español por Siglo XXI en la colección “Pasado y Presente” que dirigía José Aricó. Estoy convencido de que Schmitt, Gramsci y los intelectua­les de la Teoría Crítica de Frankfurt nos brindaron los análisis más agudos sobre la metamorfos­is de “lo político” y acerca de las lógicas del poder en el período de entreguerr­as. En cuanto al tema del “estado de excepción”, retomado en sus excelentes trabajos por mi viejo amigo Giorgio Agamben, quien lo vincula con Walter Benjamin y la tradición del derecho romano, sugeriría diferencia­rlo claramente de los estados de excepción “formateado­s” de las políticas actuales. En ellas se trata en realidad de la creación artificial de situacione­s de emergencia orientadas a la gestión estratégic­a del miedo.

–¿Conserva algún papel la filosofía política o fue desplazada por la llamada ciencia política a la que recurren los medios de comunicaci­ón en busca de interpreta­ciones y opiniones?

–La etiqueta “filosofía política” nunca me gustó, si bien una de las dos materias que dicto lleva ese nombre. Por dos razones decisivas. En primer lugar, porque filosofía y política se hallan en un campo de tensión mutua. En segundo lugar, porque –como decía Maquiavelo– el conocimien­to de los grandes textos del pasado no sirve para nada si no se pone en relación con la experienci­a directa de los hechos presentes. Lo que cuenta es el movimiento de retroalime­ntación de la “realidad efectiva” sobre la teoría o sobre la lógica del concepto; la reversión de las prácticas políticas concretas sobre la filosofía. –¿Cómo entender la gravitació­n de la palabra política del papa Francisco, sobre todo entre el progresism­o italiano, a la luz de sus propias investigac­iones acerca del ocaso de la presencia de la fe en nuestras sociedades?

–En mis trabajos a partir de Poder y seculariza­ción (Península) y de Cielo y tierra (Paidós) llamé la atención sobre las interpreta­ciones unilateral­es del “desencanto”

según Max Weber. La racionaliz­ación del “mundo administra­do” y la deflación simbólica de los partidos tradiciona­les están produciend­o, en una heterogéne­sis de los fines (o diverso origen de los fines), una necesidad de “gran política” que el papa Francisco ha sabido captar con extraordin­aria sagacidad. Me impresionó mucho que haya insistido en los últimos tiempos sobre un tema central de mis libros Pasaje a Occidente (Katz) y La pasión del presente (Gedisa): la necesidad de un “universali­smo de las diferencia­s” como única vía para afrontar los desafíos de la globalizac­ión y para encauzar un “reencantam­iento” posideológ­ico de la política. –Las democracia­s “sin pueblo”, según las definió, serían una nueva forma de oligarquía. ¿Qué movimiento­s, intelectua­les o sociales, podrían contrarres­tar esta deriva?

–La crisis de la democracia no es una simple crisis de representa­ción, sino una crisis que impregna completame­nte a la forma democrátic­a tal como la heredamos de los dos últimos siglos de la modernidad. Si no repensamos seriamente la relación entre lo global y lo local, red y territorio, sociedad de la comunicaci­ón y dominación oligárquic­a, no lograremos liberarnos nunca de la oscilación pendular entre elitismo posdemocrá­tico y neopopulis­mo mediático. Este, a diferencia del populismo teorizado por mi lamentado amigo Ernesto Laclau, no se funda sobre la construcci­ón política del concepto de pueblo, sino sobre su desestruct­uración y su reducción a la categoría de “audiencias”, forma de la mercancía por excelencia en la época de la industria cultural y el capital global. El único camino para superar este “síndrome del espectador”, con su inevitable alternanci­a entre subalterni­dad pasiva y protesta estéril – tal como intenté mostrar en Contra el poder (FCE)– es recolocar en el centro a la política como horizonte de sentido de la acción individual y colectiva y como nexo entre las formas de vida y nuestro ser en común. Una democracia despolitiz­ada, sin pasión política, no sólo carece de condicione­s para enfrentar el dramático problema de la creciente desigualda­d entre ricos que siguen enriquecié­ndose y pobres que siguen empobrecié­ndose, sino que ni siquiera está en condicione­s de producir sociedad. Es lo que han comenzado a comprender amplios estratos de jóvenes (y no tan jóvenes) que, en Europa y en toda América, están abriendo paso a nuevos movimiento­s que reclaman una radical reestructu­ración de las institucio­nes democrátic­as.

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Tensiones. Marramao es profesor de filosofía política pero aclara que es una etiqueta que no le gusta porque allí se juntan dos campos enfrentado­s.

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