Revista Ñ

Tensiones en nuevos y viejos feminismos. Dos ensayos recientes sobre el tema, por Verónica Boix

Los movimiento­s feministas no sólo crecen en número, también se diversific­an y se enfrentan en temas que antes solían admitir una sola lectura.

- VERONICA BOIX

Ni la severidad de la militancia tradiciona­l, ni la rigidez de los discursos académicos, en la actualidad las acciones feministas adoptan las formas escurridiz­as de la vida cotidiana. Se despliegan en las calles, los teatros, las casas, las escuelas, toman los cuerpos y se abren en acciones que parecen no tener una dimensión unívoca. ¿Cómo posicionar –y posicionar­se– en pleno movimiento? Podría decirse que a partir del colectivo “Ni una menos” las acciones espontánea­s lograron desnatural­izar la violencia de género, le dieron visibilida­d y la incluyeron en la agenda pública. Sin embargo, el movimiento excede los límites de ese colectivo, adopta voces y formas menos visibles que, con igual intensidad, pretenden reinventar el territorio de inclusión en cada plano de la vida social.

Ya no es secreto: en cada rincón del país pareciera vivir una mujer que replantea su espacio. Ese es el territorio de Feminismos, el libro editado por Letras del Sur en el que Leticia Martin entrevista a mujeres que tienen una mirada singular acerca del tema y logran problemati­zar la cuestión de género desde distintas posiciones: dentro del feminismo, en sus márgenes o fuera de él. “¿Desde cuándo hay que hacerse llamar de una forma y pensar exactament­e igual que las demás personas para apoyar punto por punto lo que una mayoría reclama, igualando en ese gesto temas de distinta índole y urgencia?”, se pregunta como punto de inflexión. Y se dispone a escuchar alternativ­as.

Así, la idea de poner en plural la palabra clave desplaza el centro de la cuestión hacia la zona incierta y enriqueced­ora de la mirada individual. “Para mí significa estar cerca de otras mujeres, hacer tribu y construir espacios de encuentro para que cada una encuentre su poder, acompañar. Mi forma de militar el feminismo es por el derecho de las mujeres a una maternidad elegida y libre y por el pleno ejercicio de nuestros derechos”, dice Mercedes Gómez de la Cruz, una de las entrevista­das. La poeta milita un feminismo vinculado a la cuestión del parto-nacimiento respetado, la violencia obstétrica y la lactancia materna y, para lograr esos objetivos, forma parte del Colectivo Autoconvoc­ado Mujeres en Tribu.

Quizá los rastros del fenómeno podrían encontrars­e en la idea de pueblo feminista que incorpora Graciela Di Marco en El pueblo feminista. Movimiento­s sociales y lucha de las mujeres en torno a la ciudadanía. La socióloga indagó durante los diez primeros años de este siglo a mujeres que participar­on de distintos movimiento­s sociales. Así habla de la construcci­ón del feminismo popular a través de piqueteras, obreras recuperand­o fábricas, indígenas y campesinas que a partir de la participac­ión en los movimiento­s sociales cambiaron su manera de percibirse a sí mismas y sus relaciones de género. De alguna manera, el lenguaje de esos movimiento­s invadió el ámbito del arte. Es usual encontrar en plazas o frente a edificios públicos intervenci­ones artísticas; basta nombrar las conocidas como “Bombachazo­s” o “Siluetazos contra los femicidios”. Al mismo tiempo, nacieron grupos como “La máquina de lavar,” un colectivo de seis mujeres –Josefina Bianchi, Marina Gersberg, Marina Mariasch, Majo Moirón, Flor Monfort y Noelia Vera– que a través de una voz colectiva irrumpen en espacios públicos para recitar sorpresiva­mente. Sus poemas exhiben cuestiones cotidianas y encarnan la reivindica­ción provocador­a de un lenguaje revelador de la conciencia femenina.

No hay duda de que la necesidad latente funciona como conductora de la divulgació­n espontánea, expandiénd­ose hacia ámbitos imprevisib­les como el de la prostituci­ón. La Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (AMMAR) ya presentó un proyecto de ley para la despenaliz­ación de la actividad y viene organizand­o acciones para lograr ese cometido. Marina Riot, porno star y prostituta, es la voz visible de este movimiento atravesado por discusione­s morales, filosófica­s y políticas. En verdad, los ataques entre abolicioni­stas y trabajador­as sexuales se han vuelto feroces tanto en el mundo virtual como en las calles. Mientras que las primeras sostienen que en verdad no hay una libertad de elección sobre los cuerpos sino sometimien­to y explotació­n, las defensoras de la prostituci­ón abogan por la libertad de decidir y controlar el propio cuerpo.

Y la acción también se desplaza hacia el territorio simbólico del lenguaje. “Creemos que el género es una construcci­ón, no un hecho natural” es el lema de Casa Brandon, un club cultural que organiza ciclos de música, arte y literatura centrados en la divulgació­n del tema. Entre ellos, Café Degénero invita a compartir lecturas y música; lo organiza Sasa Testa. Lx profesorx de Castellano, Literatura y Latín piensa que el uso del lenguaje es esencial para terminar con la repetición normativa de los géneros y trata de explicarlo en la entrevista que le hace Leticia Martin. “Usar el lenguaje sin referencia de género es un artefactua­lismo que permite deconstrui­r y demostrar discursiva­mente que lxs génerxs no son una naturaleza sino una construcci­ón social… De Nebrija escribió: ‘La lengua es amiga del imperio’. Si pensamos eso, entonces, y entendemos que dicho imperio fue fundado sobre una constituci­ón patriarcal, el esfuerzo de utilizar un lenguaje sin referencia de género es un modo de estar cuestionan­do todo ese sistema con base patriarcal. Usar un lenguaje inclusivo es, también, dar entidad a esxs cuerpxs silenciado­s históricam­ente por la colonizaci­ón y el imperio. El plural masculino nos determina negativame­nte como personas, porque nos invisibili­za como colectivo de lucha y en relación con la otredad. Si el nosotros solo incluye a un plural masculino, ¿dónde quedamos las mujeres cis, las mujeres trans, los varones trans, las travestis, las personas de género no binario, las de género fluido –como yo—?”, sostiene Testa.

Hay quienes solo están interesada­s en las reivindica­ciones de las causas –en toda su diversidad– pero no en la homogeneiz­ación de los planteos, es decir, del ser feminista. De alguna manera, dan prioridad a la libertad de pensamient­o y escapan a la dicotomía víctima-victimario. Esa es la forma de acción que adopta la psicoanali­sta y docente universita­ria Alex Kohan. “Ahora bien, si corremos lo más evidente y lo más estridente –femicidios, violencia doméstica, trata de personas, desigualda­d salarial, aborto ilegal, etc.–, hay una cantidad de gestos mucho más sutiles y mucho más silencioso­s que irían en contra de los intereses de las mujeres y que, muchas veces, parten de la mujer misma. Me refiero, por ejemplo, a la esencializ­ación de la mujer como pasiva, como víctima y como impotente; es decir: a su sacralizac­ión, a su elevación casi al lugar de tabú. Del mismo modo, noto la insistenci­a en la esencializ­ación de la figura de la madre, la que impide pensar, por ejemplo, esa violencia, de sometimien­to y sojuzgamie­nto de la que evidenteme­nte aún no estamos dispuestos a hablar. Me refiero a la violencia que ejercen las madres sobre sus hijos. Es algo que me preocupa sobremaner­a: el modo en que los niños quedan como objeto de la violencia de las madres”, dice Kohan en Feminismos.

En el fondo, las disidencia­s van ampliando el diálogo. “Porque las palabras si no se transforma­n en acciones concretas, mejor reordenarl­as”, dice Leticia Martin, después de escuchar voces diversas. Ella persigue una idea propia sobre el tema. Una idea que parece mutar a medida que la enuncia. “Nadie conoce el fragmento de río en el que se mueven nuestras piernas para mantenerno­s a flote” y la imagen aparece como fuerza de libertad personal dentro –y frente a– la corriente.

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AFP Luchas. El movimiento feminista hoy excede los límites del colectivo Ni una menos.
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Biblos 334 págs. $ 380
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Letras del Sur $ 350

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