La casa de los eucaliptos, de Luciano Lamberti
Antoine Compagnon. Invitado por la embajada de Francia, el ensayista e historiador de la literatura brindó una serie de conferencias sobre Proust, Baudelaire y la teoría literaria.
En 1976 el nombre de Antoine Compagnon aparece en la revista Tel Quel. Roland Barthes rápidamente lo cita en un libro suyo de 1977. Hoy, para él todo aquello ya es “una época pasada”. Lo dice después de haber publicado clásicos contemporáneos como Los antimodernos (2005) y El demonio de la teoría (1998), dos obras fundamentales para pensar el tiempo de la literatura y los sentidos actuales de la crítica. De paso por Argentina, brindó tres conferencias, sobre Proust en la Alianza Francesa; sobre Baudelaire y la figura de los traperos en la Universidad Católica; y sobre los sentidos actuales de la literatura en Letras de la UBA.
Impulsado por la idea tan proustiana de regresar al pasado, Compagnon construye su concepto de los “antimodernos” –seres desencantados con su propio tiempo–. Quizá ese desencanto con el presente lo llevó a Compagnon a emprender hace poco un regreso a los 60, al momento en que, cincuenta años atrás, leyó por primera vez a Proust: “Nabokov decía que a Proust nunca se lo lee por primera vez, sino que se lo relee por primera vez”. Para Compagnon su primer acercamiento al autor de En busca del tiempo perdido en los 60 coincide con el momento en que Marcel se convierte en Proust. Si se analizan los títulos de los libros, es en aquellos años cuando Proust empieza a aparecer sin Marcel en las portadas. Un caso ilustrativo es un libro de Gilles Deleuze, que en 1964 se titula Marcel Proust et les signes y que para su reedición de 1970 pasa a llamarse Proust et les signes. Ese es el momento de la “proustificación de Proust”. El tiempo de Tel Quel, del postestructuralismo y del mayo francés, para Compagnon es también el tiempo de Proust. Porque es la época en que terminan de morir quienes lo conocieron. El detalle importa, porque para él es la distancia la que produce lecturas: “cuando se está lejos se escribe sobre los textos; cuando se está cerca se escribe sobre la vida. La cercanía produce biografías, la distancia produce crítica literaria”.
Releer a Proust
Considerado un autor pasado de moda en los años 30, rescatado a partir de los años 60, Proust es un autor anacrónico. Ese anacronismo se conecta con varias de las ideas que Compagnon moviliza para construir su noción de antimodernidad. En 1971 Barthes declaraba que su deseo era situarse “en la retaguardia de la vanguardia” y a continuación explicaba que “ser de vanguardia significa saber lo que está muerto; ser de retaguardia significa amarlo todavía”. En su última obra, Les chiffonniers de Paris [Los traperos de París, Gallimard, 2017], Compagnon retoma aquella convicción antimoderna para pensar la figura anacrónica de los traperos en la historia literaria. El libro fue comentado el mediodía del 19 de octubre en la UCA: “El trapero es un personaje que aparece en muchas obras de la literatura y el teatro del siglo XIX. Pero desde 1883, con la invención del tacho de basura, el trapero es una figura que decae y desaparece”. De ellos tomará Walter Benjamin la idea para pensar el concepto de flâneur: del hecho en común de que tanto traperos como poetas sean paseantes que vagan sin rumbo por la ciudad. Pero a diferencia de Benjamin, que lo concebía como una figura revolucionaria, el trapero es para Compagnon un soplón de los policías, una figura servil a los poderosos.
La vocación por los anacronismos que moviliza a Compagnon reapareció en su conferencia en la UBA. Si bien la modernidad hizo de la invención de novedades un valor, en la literatura moderna son pocas las novedades que existen: “no ha habido tantas invenciones reales o giros técnicos en literatura. Y son pocas las cosas que pasan en la literatura francesa entre Zola y Proust”. Entre los inventores de novedades literarias sobresalen autores como Baudelaire, por la invención del poema en prosa; o Mallarmé, por la invención del verso libre; o André Breton, por la escritura automática. Estas invenciones produjeron dificultad en el camino de las artes del siglo XX. Ante esa complejidad el camino de muchos ha sido el retroceso. De allí que Compagnon también vea que el tiempo de la autonomía literaria se esté cerrando.
Si la literatura se transformó a lo largo de los siglos, también lo hizo para transformar a los lectores. Si seguimos sus razonamientos, se advierte que ahora otras innovaciones técnicas que no proceden de la literatura están transformando la sensibilidad lectora. Y de allí también que la literatura, frente a tantos nuevos tipos de “creación” de subjetividades como internet, las redes sociales o las series, ya no compita con la creación de nuevas sensibilidades. Montaigne, que fue capaz de crear un género como el ensayo, creó también la sensibilidad de lectores que navegaban entre volúmenes y se formaban con la lectura.
Para Compagnon también son pocas las cosas que parecen suceder después del nouveau roman y de Tel Quel, las últimas vanguardias francesas. De allí que “Releer a Proust”, el título de una de sus conferencias, se presente como una consigna operativa, un verdadero desafío a la literatura del presente.
En parte su tesis se debe a las vacilaciones propias de la literatura frente a las invenciones técnicas, como aquella de 1830: “cuando apareció la pluma metálica, que en un primer momento dividió las aguas respecto de su uso entre escritores. Flaubert tenía en su escritorio una pecera con 200 plumas de ganso y decía que ese era su principal tesoro. Los miserables, publicada en 1862, fue escrita por Víctor Hugo con pluma de ganso. Alejandro Dumas –con quien Hugo fundó en los años 30 el Théâtre de la Renaissance– está entre los primeros autores que se pasaron a la pluma metálica”. Una nueva pluma para una nueva escritura: la industrial.
Para Compagnon la crisis actual de la literatura también coincide con la crisis de la teoría. Porque para ser un verdadero inventor se debe ser también un teórico del invento: “para inventar el verso libre Mallarmé concibió su texto sobre la crisis del verso. Para la invención de la escritura automática, el surrealismo pergeñó sus cadáveres exquisitos y sus manifiestos colectivos”. Estas invenciones, y esta disponibilidad para la teoría y la historia por parte de los escritores, hicieron que la literatura del siglo XX se vuelva algo más difícil. Analizando obras como las de Vargas Llosa, Compagnon nota que con el correr de los años sus novelas se vuelven más simples, como si en lugar de radicalizar la escritura, prefiriera el retroceso. Él advierte que en las primeras novelas de Vargas Llosa había cosas de Faulkner y de Balzac e incluso una mayor experimentación con diversas técnicas.
Las ideas de Compagnon sirven para comprender mejor la excesiva celebración de la industria de escritores jóvenes que escriben como si fueran autores del siglo XIX. Compagnon recordó con ironía que “antes se esperaba que un escritor fuera también un gran lector. Ahora ya no se espera eso. En la mayoría de los países la prensa literaria está desapareciendo. Y todos leemos un poco menos”. Ni como Proust, ni como Flaubert, ni como Faulkner. Muchos escritores ahora escriben como se escribía antes de ellos. Y si bien no hay progreso ni evolución en las artes, como diría Nathalie Sarraute si no avanzamos, retrocedemos.