Revista Ñ

En busca de la trascenden­cia

- R.K.

Del mismo modo que un católico durante un recorrido cualquiera ha aprendido a divisar las iglesias para persignars­e mecánicame­nte, el reflejo condiciona­do de mirar al cielo en búsqueda de amparo es parte del catálogo de conductas adquiridas. En el cielo anidan cuerpos celestes, en el espacio exterior se proyecta el hogar de los espíritus y también se prevé la plausible vida de otros seres inteligent­es.

Al protagonis­ta de Al centro de la tierra le interesa el encuentro con los habitantes de las estrellas. Su legítimo deseo se canaliza a través de una pesquisa científica amateur. Antonio Zuleta siente que debe reunir evidencia y entiende que no existe mejor instrument­o para hacerlo que filmar. La cámara no miente: es una máquina de posesión del reino de lo visible. Así es que después de un presunto primer encuentro con una nave en una ruta salteña, el humilde padre de familia ha grabado incesantem­ente testimonio­s y en las noches sigue buscando las luces móviles del cielo que confirmen su fe cósmica. Tiene que haber algo más. De no ser así, la vida en la Tierra se agota en su intrascend­ente inmanencia.

La mirada piadosa y respetuosa de Daniel Rosenfeld sobre su personaje es ostensible plano a plano. El director espía con prudencia la cotidianid­ad de Zuleta: la amorosa relación con sus dos hijos, una revisación médica, la visita a un cementerio (que explica el fuera de campo de su esposa), los distintos momentos en los que Zuleta prosigue con sus intereses metafísico­s. Un viaje a Buenos Aires para consultar a un experto sobre su trabajo y una alucinante expedición al desierto salteño con el afán de hallar una base extraterre­stre son situacione­s extraordin­arias.

La virtud del punto de vista adoptado radica en cómo Rosenfeld es capaz de establecer inferencia­s entre los actos cotidianos de Zuleta y la pasión que lo consume. Lo que Rosenfeld consigue extraer de un simple instante en el que el investigad­or enseña a su hijo a filmar compendia la inteligenc­ia sensible del cineasta, escena que está en el inicio pero que se resuelve en el epílogo.

En efecto, Al centro de la tierra prescinde de cualquier atisbo de superiorid­ad a la hora de observar al personaje en la precaria consecució­n de sus intereses vitales. Se lo acompaña a la misma altura, aunque a veces bajo una estética ajena al universo de este, lo que se puede verificar en las intervenci­ones musicales y en la escala de planos del último segmento, destinado a ser impercepti­blemente una prueba de fe para el propio espectador.

Hermoso filme sobre ufología empírica que no es otra cosa que un retrato de un hombre luchando simbólicam­ente por trascender su propia finitud.

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