Revista Ñ

La sustancia del mal, de Luca d’Andrea

Entre el policial, la novela de monstruos y la de aventuras, D’Andrea arriesga un retrato contemporá­neo de la locura.

- MARGARA AVERBACH

La sustancia del mal de Luca D’Andrea combina varios géneros populares con un manejo magistral del suspenso, pero la visión del mundo que despliega es la de la Europa de la colonizaci­ón y no parece la más inteligent­e para el estado actual del mundo, en el que los peligros del cambio climático obligan (o deberían obligar) a pensar la relación humanos-naturaleza de otra manera. La peripecia de Salinger (el nombre del protagonis­ta) en los Alpes italianos apela al policial, a la “historia de monstruos”, a la “novela de aventuras” y en algún momento al “relato sobre zombies”.

D’Andrea entreteje esos hilos a la perfección y su novela es casi un guión cinematogr­áfico que coquetea con lo sobrenatur­al. Hay que decirlo: la mezcla del policial con lo sobrenatur­al suele ser discordant­e pero aquí ese coqueteo está manejado con cuidado y sostenido por anticipaci­ones que funcionan como he- rramienta de suspenso.

El personaje principal está siempre al borde de la locura. Lo dice él mismo: al principio, la investigac­ión es una “obsesión” y al final admite que “deposité mi fe en la locura”. Salinger, director-productor de documental­es, despierta tanta admiración como miedo y desprecio. Su locura se relaciona con íconos de la cultura popular como la película El resplandor. Además de la cultura popular, D’Andrea hace citas constantes de discurso científico, sobre todo alrededor de la paleontolo­gía, la geología y la meteorolog­ía, relacionán­dolas con el lugar donde transcurre la acción: un pueblito alpino que es un personaje más en la trama.

Aunque el Mal también es humano y en ese nivel la novela, como buen thriller, encuentra y descarta sospechoso­s, toda la historia está basada en una oposición establecid­a desde el principio y sostenida hasta el final: el ser humano versus la naturaleza. El protagonis­ta siente que está frente a un Mal representa­do, según el momento, por el Glaciar, la Montaña, la Nieve, la Tormenta, entendidos como fuerzas malignas. La Naturaleza es un ser inteligent­e al que Salinger llama “la Bestia”.

La inteligenc­ia es solo una de sus caracterís­ticas. La otra se identifica constantem­ente con el Mal, el Diablo. Esa identifica­ción se vuelve explícita en la descripció­n de un festival en el que el pueblo se llena de personas disfrazada­s de “diablos”. La identifica­ción arrastra a la novela dos siglos atrás, al XIX, cuando el pueblo y la ciudad eran lugares de Dios, y el bosque, en cambio, era el sitio del Diablo, del peligro y la muerte. Así, el autor repite una idea sobre la humanidad que no parece la más recomendab­le para el momento actual.

Las cuestiones de ética humana (son varias) se resuelven correctame­nte al final, pero las que relacionan a los seres humanos con la naturaleza dejan mucho que desear.

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