La sustancia del mal, de Luca d’Andrea
Entre el policial, la novela de monstruos y la de aventuras, D’Andrea arriesga un retrato contemporáneo de la locura.
La sustancia del mal de Luca D’Andrea combina varios géneros populares con un manejo magistral del suspenso, pero la visión del mundo que despliega es la de la Europa de la colonización y no parece la más inteligente para el estado actual del mundo, en el que los peligros del cambio climático obligan (o deberían obligar) a pensar la relación humanos-naturaleza de otra manera. La peripecia de Salinger (el nombre del protagonista) en los Alpes italianos apela al policial, a la “historia de monstruos”, a la “novela de aventuras” y en algún momento al “relato sobre zombies”.
D’Andrea entreteje esos hilos a la perfección y su novela es casi un guión cinematográfico que coquetea con lo sobrenatural. Hay que decirlo: la mezcla del policial con lo sobrenatural suele ser discordante pero aquí ese coqueteo está manejado con cuidado y sostenido por anticipaciones que funcionan como he- rramienta de suspenso.
El personaje principal está siempre al borde de la locura. Lo dice él mismo: al principio, la investigación es una “obsesión” y al final admite que “deposité mi fe en la locura”. Salinger, director-productor de documentales, despierta tanta admiración como miedo y desprecio. Su locura se relaciona con íconos de la cultura popular como la película El resplandor. Además de la cultura popular, D’Andrea hace citas constantes de discurso científico, sobre todo alrededor de la paleontología, la geología y la meteorología, relacionándolas con el lugar donde transcurre la acción: un pueblito alpino que es un personaje más en la trama.
Aunque el Mal también es humano y en ese nivel la novela, como buen thriller, encuentra y descarta sospechosos, toda la historia está basada en una oposición establecida desde el principio y sostenida hasta el final: el ser humano versus la naturaleza. El protagonista siente que está frente a un Mal representado, según el momento, por el Glaciar, la Montaña, la Nieve, la Tormenta, entendidos como fuerzas malignas. La Naturaleza es un ser inteligente al que Salinger llama “la Bestia”.
La inteligencia es solo una de sus características. La otra se identifica constantemente con el Mal, el Diablo. Esa identificación se vuelve explícita en la descripción de un festival en el que el pueblo se llena de personas disfrazadas de “diablos”. La identificación arrastra a la novela dos siglos atrás, al XIX, cuando el pueblo y la ciudad eran lugares de Dios, y el bosque, en cambio, era el sitio del Diablo, del peligro y la muerte. Así, el autor repite una idea sobre la humanidad que no parece la más recomendable para el momento actual.
Las cuestiones de ética humana (son varias) se resuelven correctamente al final, pero las que relacionan a los seres humanos con la naturaleza dejan mucho que desear.