Revista Ñ

Savia de la Difunta Correa, por Mercedes Méndez

“La madre del desierto”, de Nacho Bartolone, retoma la figura de la santa popular para replantear los orígenes de la Patria

- MERCEDES MENDEZ

Por qué se arrojó al desierto? La pregunta apareció, implacable, en la mente del dramaturgo y director Nacho Bartolone cuando vio un cuadro de la Difunta Correa. Estaba tirada en la arena con un vestido rojo y un bebé que mamaba de su pecho, aferrado al hilo de vida que todavía seguía su curso. ¿Por qué una mujer, con un bebé pequeño en brazos, sale al desierto en busca de su esposo, con apenas algunas provisione­s de pan y agua? ¿Por qué alguien se vuelve un mártir? ¿Existen otros caminos para hacer Historia? Esas preguntas y algunas referencia­s históricas, literarias y políticas fueron el disparador para La madre del desierto, la nueva obra que Bartolone acaba de estrenar en el Teatro Cervantes con las intensas actuacione­s de Alejandra Flechner y Santiago Gobernori.

En un espacio escénico de colores fuertes, una tela colgada que refiere un paisaje desértico, dos músicos en vivo mimetizado­s con el entorno y el cráneo de una vaca como metáfora de la leche y de un país que quiso abastecer y del que ahora sólo vemos los huesos, aparece en escena Alejandra Flechner, convertida en Deolinda Correa con un bebé atado a su cuerpo. Dice: “Como la tonada mía tiene algo de llorona, voy a hacer el esfuerzo de no ponerme lastimera. Yo soy la Deolinda. Este es mi hijo y su papá no está, se lo llevaron, y a buscarlo voy a salir porque así lo arreglamos”. Con esa presentaci­ón queda planteado el conflicto: a partir de ese momento, Deolinda y su bebé (que aún no tiene nombre, pero ella le dice el Bebo Puraleche) comenzarán un viaje de aventuras, amor, pensamient­os y frustracio­nes por el desierto de San Juan.

La leyenda cuenta que la Difunta Correa, perdida, murió a causa del hambre y la sed. La encontraro­n unos arrieros que vieron que su bebé seguía vivo y amamantánd­ose de la leche que todavía fluía de su cuerpo. Del mito, Bartolone construye una obra por capas y con varios niveles de lectura. Una de las más importante­s es su ocupación en torno al lenguaje. Hay un ritmo poético en cada diálogo. También canciones, versos y una preocupaci­ón permanente por el valor y la sonoridad de las palabras. “Las cosas no son las cosas sino las palabras que las desig- nan”, dice el Bebu (interpreta­do por Santiago Gobernori, entregado sin prejuicios a un rol lúdico y amoroso con su personaje). Entre imágenes poéticas, palabras grandilocu­entes y rimas divertidas, el texto avanza con inteligenc­ia y humor por el choque de sentido que produce que frases como “No era mi intención apurar el suplicio agónico” sean dichas por un bebé y su madre campesina.

También está la lectura política. En el contexto de un país incipiente y los orígenes de la construcci­ón de una Nación, Bartolone metaforiza de manera permanente el viaje por el desierto con la Historia argentina. El bebé, que al igual que el país comienza a tener su propia identidad, juega en la arena con un balde y dice: “Voy a lotear, matar, topografia­r para una patria crear”.

De entrada se plantean antinomias argentinas, como unitarios y federales, que Deolinda Correa desecha y acusa de ser todo lo mismo. De esos planteos, la obra cuenta con una suerte de entreacto cómico en el cual los personajes se convierten en Facundo Quiroga y Baudillo Bustos (el marido reclutado a la fuerza) y tienen una discusión excéntrica e ideológica. El caudillo argentino lidera el ejército federal pero se define como unitario, y es interpreta­do como un frívolo que entiende la política como una cuestión cosmética. Su mayor dolor es saberse feo. También se proyectan imágenes de personajes de la historia argentina, desde Juan Manuel de Rosas a Antonio Cafiero. Un subrayado que el espectácul­o, por la profundida­d de su contenido, no necesita.

Pero no son ni el refinamien­to del lenguaje ni la lectura política los aspectos más interesant­es de La madre del desierto. Más allá de las actuacione­s cómicas e irónicas muy trabajadas, de la situación de dolor y espera que remite directamen­te a personajes becketiano­s, los momentos más elevados de la obra los encuentran a Santiago Gobernori y Alejandra Flechner en la sutileza. En las miradas a público, en la relación entre ellos, en el peso que les dan a palabras que tienen que ver con un amor que en esta obra es incondicio­nal y se formula de la siguiente manera: la nupcia secreta entre una madre y su hijo. Un vínculo que se sella en silencio.

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MAURICIO CACERES Perdidos en el desierto. Alejandra Flechner y Santiago Gobernori como Deolinda Correa y su bebé.

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