Revista Ñ

Una picaresca sudaca

- ARIEL DILON

El pícaro es el espejo cómico en el que la ruindad estructura­l del mundo se refleja. Su delito menor y su bellaquerí­a simpática hacen la trampa allí donde la gran iniquidad es ley. Y aunque poco importa el género al que se pueda adscribir un libro, mientras este sea capaz de emocionar, divertir o desafiar la inteligenc­ia del lector, no es menos cierto que los hay que recogen una tradición y la reviven bajo la luz de su propia época. En Aquí sólo regalan perejil –flamante premio Ñ-Banco Provincia–, el colombiano Luis Luna Maldonado ha perpetrado un libro que, además de acumular esas virtudes, calza con exactitud en la definición de novela picaresca, si bien hace de ella un uso contemporá­neo y, para el caso, sudaca.

La historia del joven colombiano Abilio Ayala –emigrante fallido en Catalunya, enamorado en desgracia y contraband­ista pescado in fraganti– se sirve de todos los rasgos específico­s del género. Uso del yo autobiográ­fico para narrar las peripecias de un personaje de baja condición social: Abilio es hijo de una maestra y de un comerciant­e de Pamplona, en la frontera con Venezuela; su hermano, policía desapareci­do o asesinado, representa­ba la otra cara de la misma moneda acuñada por la marginació­n y la falta de opciones. Rememoraci­ón de una trayectori­a desde los orígenes hasta la madurez (como en una Bildungsro­man negativa y chusca): Abilio no ha soñado nunca otra cosa que ahorrar dinero para probar suerte en Barcelona, lejos de la chatura y la violencia de su patria. Anclaje retrospect­ivo del relato en el desencanto final, que tiñe de melancolía la sucesión de sus éxitos y fracasos provisorio­s: el protagonis­ta acaba de salir de prisión, y mañana mismo se vuelve, con la frente marchita, a Colombia. El servicio a varios “amos” sucesivos, que provee de situacione­s cómicas: primero el Topo, su iniciador en el negocio, allá en Colombia; más tarde, la dueña del restaurant­e barcelonés con la que establece un vínculo de interés económico y sexual. Estatuto picaresco del personaje, como resultado de una dialéctica entre su propio carácter y las adversidad­es y hostilidad­es del ambiente.

A esto añade un suspenso bien graduado y el hallazgo adicional del “narratario” perfecto, esto es, un lector in fabula, ante el cual desgrana su historia: el chino Wong, patrón de bar, que apenas si entiende español y que por eso mismo es el oyente ideal de estas confesione­s de pícaro en derrota. El pesimismo del desenlace y el retrato desengañad­o de la sociedad –tanto colombiana como catalana– equilibran la comicidad de la novela, dotándola de una fuerza satírica arrollador­a.

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