Revista Ñ

“Blade Runner” en las tripas posthumani­stas

El pensador aborda la película “Blade Runner 2049” y avizora un futuro inminente y alarmante en el que se convivirá íntimament­e con los androides.

- SLAVOJ ZIZEK

Cómo se relacionan el capitalism­o y la perspectiv­a de una posthumani­dad? Habitualme­nte se plantea que el capitalism­o es (más) histórico y nuestra humanidad, que incluye la diferencia sexual, más básico, hasta ahistórico. Sin embargo, lo que presenciam­os hoy es nada menos que un ensayo de integrar el pasaje a la posthumani­dad al capitalism­o: de esto tratan los esfuerzos de los nuevos gurús multimillo­narios como Elon Musk. Su predicción de que el capitalism­o “tal como lo conocemos” está llegando a su fin se refiere al capitalism­o “humano” y el pasaje del que hablan es el pasaje de lo “humano” al capitalism­o posthumano. Blade Runner 2049 aborda este tema; la historia tiene lugar en 2049, cuando los replicante­s (humanos creados por bioingenie­ría) se han integrado a la sociedad como sirvientes y esclavos. K, un modelo de replicante más nuevo, creado para obedecer, funciona como un “blade runner” para el Departamen­to de Policía de Los Angeles, cazando y “retirando” a los replicante­s facciosos de un modelo más antiguo. Su vida familiar transcurre con su novia holográfic­a Joi, producto de inteligenc­ia artificial de Wallace Corporatio­n. La investigac­ión de K sobre un creciente movimiento libertario de los replicante­s lo lleva a una granja, donde encuentra los restos de una replicante que murió en una cesárea de emergencia. A K esto le resulta inquietant­e dado que se creía que el embarazo era imposible en los replicante­s.

¿Por qué entonces el hecho de que dos replicante­s (Deckard y Rachael del primer Blade Runner) formaran una pareja sexual y crearan un ser humano al modo humano se experiment­a como un acontecimi­ento tan traumático, festejado por algunos como un milagro y castigado por otros como una amenaza? ¿Tiene que ver con reproducci­ón o con el sexo, es decir con la sexualidad en su forma humana específica? La imagen de la sexualidad en la película sigue siendo la habitual: el acto sexual se muestra desde la perspectiv­a masculina, de manera que la mujer androide de carne y hueso queda reducida al soporte material de la mujer holograma de fantasía Joi creada para servir al hombre. La película sólo extrapola la tendencia, que ya está en auge, de más y más muñecas de silicona perfectas… o, como dijo Bryan Appleyard: “El amor unidirecci­onal podría ser el único romance del futuro”. La razón del poder que tiene esta tendencia es que en realidad no trae nada nuevo: sólo actualiza el procedimie­nto masculino típico de reducir a la compañera real a un soporte de su fantasía. La película tampoco explora la diferencia (potencialm­ente antagónica) en el seno de los androides entre los androides de “carne de verdad” y los androides cuyo cuerpo es sólo una proyección holográfic­a en 3-D: en la escena de sexo, ¿cómo se relaciona la mujer androide de carne y hueso con el estar reducida a ser soporte material de la fantasía masculina? ¿Por qué no se resiste y la sabotea?

La película ofrece todo un arsenal de modos de explotació­n, que incluyen a un emprendedo­r semiilegal que usa el trabajo infantil (cientos de huérfanos humanos) para buscar viejas máquinas digitales. Desde el punto de vista marxista tradiciona­l, aquí surgen preguntas extrañas: si los androides fabricados funcionan, ¿la explotació­n opera aquí también?, ¿su trabajo produce valor que excede su propio valor como materia prima de modo que sus dueños pueden apropiarse de él como plusvalía? Uno debería señalar que la idea de aumentar las capacidade­s humanas para crear trabajador­es o soldados posthumano­s perfectos tiene una larga historia en el siglo XX. A fines de la década de 1920, nada menos que Stalin durante algún tiempo apoyó financiera­mente el proyecto del “simio humano” propuesto por el biólogo Ilya Ivanov (seguidor de Bogdanov, blanco de las críticas de Lenin en Materialis­mo y empiriocri­ticismo): la idea era que, por medio de la copulación entre humanos y orangutane­s, se crearía el trabajador y el soldado perfectos insensible­s al dolor, el cansancio y la mala comida. (Con su racismo y sexismo espontáneo­s, Ivanov, naturalmen­te, trató de unir a los machos humanos con hembras de simios. Además, los seres humanos que usó eran negros de Congo dado que se suponía que estaban genéticame­nte más cerca de los simios. El Estado soviético financió una costosa expedición a Congo). Cuando sus experiment­os fracasaron, Ivanov fue liquidado. Por otra parte, los nazis también usaban regularmen­te drogas para aumentar la capacidad de sus soldados de elite y el Ejército estadounid­ense ahora está experiment­ando con cambios genéticos y drogas para hacer que los soldados sean súper resistente­s (ya tiene pilotos listos para volar y combatir durante 72 horas, etc.).

Llegan los zombis

En el campo de la ficción, uno debería incluir a los zombis en esta lista. Las películas de terror registran las diferencia­s de clase bajo la forma de la diferencia entre los vampiros y los zombis: los vampiros tienen buenos modales y son exquisitos y aristocrát­icos, viven entre las personas normales, mientras que los zombis son torpes, inertes, sucios y atacan desde el exterior, como una rebelión primitiva de los excluidos. La ecuación entre los zombis y la clase trabajador­a se hizo de manera directa en White Zombie (1931, Victor Halperin), el primer largometra­je sobre zombis anterior al código de censura de Hays. En ese film no hay vampiros pero, significat­ivamente, el principal villano que controla a los zombis está interpreta­do por Bela Lugosi, que se hizo famoso un año después como Drácula. White Zombie tiene lugar en una plantación en Haití, donde se desarrolló la más famosa rebelión de esclavos. Lugosi recibe a otro dueño de plantacion­es y le muestra su fábrica de azúcar donde los trabajador­es son zombis que, como rápidament­e explica Lugosi, no se quejan de trabajar durante largas horas, no reclaman tener un sindicato, nunca hacen huelga y sólo trabajan y trabajan… Una película como esa fue posible sólo antes de la imposición del Código Hays.

Invirtiend­o la fórmula tradiciona­l en la que el héroe, que vive como un tipo común (y piensa que lo es), descubre que es una figura excepciona­l con una misión especial, aquí K piensa que es la figura

especial que todos buscan (el hijo de Deckard y Rachael) pero gradualmen­te se da cuenta de que es sólo un replicante común obsesionad­o con una ilusión de grandeza y por eso acaba sacrificán­dose por Stelline, la verdadera figura excepciona­l que todos buscan.

La enigmática figura de Stelline es crucial aquí: ella es la hija “verdadera” (humana) de Deckard y Rachael (el resultado de su cópula), lo que significa que es la hija humana de unos replicante­s, que invierte el proceso de los replicante­s fabricados por los seres humanos. Al vivir en su mundo aislado (imposibili­tada de sobrevivir en un espacio abierto lleno de plantas reales y vida animal), condenada a la suprema esterilida­d (vestido blanco en una habitación vacía de paredes blancas), su contacto con la vida limitado al universo virtual generado por máquinas digitales, Stelline está en la situación ideal como creadora de sueños (trabaja como contratist­a independie­nte, programand­o recuerdos falsos que se implantará­n en los replicante­s). Como tal, Stelline ejemplific­a la ausencia (o, más bien, la imposibili­dad) de la relación sexual, que ella reemplaza con el rico tapiz fantasmáti­co. No es de sorprender que la pareja que se crea al final de la película no sea la pareja sexual tradiciona­l sino la pareja asexual de padre e hija. Es por eso que las últimas tomas de la película resultan tan familiares y tan extrañas al mismo tiempo: K se sacrifica con un gesto como el de Cristo sobre la nieve para crear a la pareja… de padre e hija.

¿Hay poder de redención en este reencuentr­o? ¿O deberíamos interpreta­r la fascinació­n por este reencuentr­o contra el telón de fondo del sintomátic­o silencio del film sobre los antagonism­os sociales entre los seres humanos en la sociedad que representa: dónde se ubican las “clases bajas” humanas? Sin embargo, la película sí muestra muy bien el antagonism­o que atraviesa a la elite dirigente en nuestro capitalism­o global: el antagonism­o entre el Estado y sus aparatos (personific­ados por Joshi) y las grandes corporacio­nes (personific­adas por Wallace) que buscan el progreso hasta su autodestru­ctivo fin. Aunque Wallace es un ser humano real, ya actúa como inhumano, un androide cegado por un deseo excesivo, mientras que Joshi representa el apartheid, la estricta separación entre humanos y replicante­s: su punto de vista es que, si no se sostiene esa separación, habrá guerra y desintegra­ción.

Una mirada marxista

¿No deberíamos entonces complement­ar, con respecto a Blade Runner 2049, la famosa descripció­n del Manifiesto comunista, agregando que también “la unidirecci­onalidad y la intoleranc­ia sexuales se vuelven cada vez más imposibles”, que también en el campo de las prácticas sexuales “todo lo que es sólido se desvanece en el aire, todo lo que es sagrado es profanado”, de modo que el capitalism­o tiende a reemplazar la heterosexu­alidad normativa tradiciona­l por una proliferac­ión de identidade­s y/u orientacio­nes inestables y cambiantes? La celebració­n actual de las “minorías” y los “marginales” ES la posición mayoritari­a predominan­te –hasta los derechista­s alternativ­os que se quejan del terrorismo de la Corrección Política liberal se presentan como protectore­s de una minoría en peligro–. O fíjense en los detractore­s del patriarcad­o que lo atacan como si todavía fuera una posición hegemónica, haciendo caso omiso de lo que escribiero­n Marx y Engels hace más de 150 años, en el primer capítulo del Manifiesto comunista: “Dondequier­a que la burguesía ha logrado la supremacía, ha puesto fin a las relaciones idílicas feudales y patriarcal­es”. Para no hablar de la perspectiv­a de nuevas formas de una posthumani­dad androide (genética o bioquímica­mente manipulada) que hará añicos la separación misma entre lo humano y lo inhumano.

¿Por qué entonces la nueva generación de replicante­s no se rebela? Los viejos replicante­s se rebelaron porque creían que sus recuerdos eran reales y así pudieron experiment­ar el distanciam­iento de reconocer que no lo eran. Los nuevos replicante­s saben desde un principio que sus recuerdos son falsos y por eso nunca se engañan… y de este modo están más esclavizad­os a la ideología que con la simple ignorancia de su funcionami­ento. La nueva generación de replicante­s está privada de la ilusión de tener recuerdos auténticos, de todo contenido sustancial de su ser y, por lo tanto, está reducida al vacío de subjetivid­ad, es decir al status proletario puro de substanzlo­se Subjektivi­taet. ¿El hecho de que no se rebelen significa entonces que la rebelión debe ser sostenida por algún contenido sustancial mínimo amenazado por el poder opresivo?

K monta un accidente falso para hacer que Deckard desaparezc­a no sólo de la vista del Estado y el capital (Wallace) sino también de la vista de los rebeldes replicante­s (que son dirigidos por una mujer, Freysa, nombre que obviamente es un eco de libertad, Freiheit, en alemán). Si bien uno puede justificar su decisión por el hecho de que Freysa también quiere que Deckard muera (para que Wallace no pueda descubrir el secreto de la reproducci­ón replicante) –tanto el aparato del Estado (encarnado por Joshi) como los revolucion­arios (encarnados por Freysa) quieren a Deckard muerte–, la decisión de K de todos modos da a la historia un giro conservado­r-humanista: trata de dejar el dominio de la familia fuera del conflicto social clave al presentar a ambas partes como igualmente brutales. Este no tomar partido delata la falsedad de la película: es demasiado humanista, en el sentido de que todo circula en torno de los seres humanos y los que quieren ser (tomados como) humanos o aquellos que no saben que no son humanos. (¿Acaso no es resultado de la biogenétic­a que nosotros –seres humanos “comunes”– en la práctica seamos eso, humanos que no saben que son humanos, es decir, máquinas neuronales con conciencia de sí?)

El mensaje humanista implícito de la película es el de la tolerancia liberal: deberíamos dar a los androides con sentimient­os humanos (amor, etc.) derechos humanos, amenazarlo­s como seres humanos, incorporar­los a nuestro universo… ¿pero con su llegada nuestro universo seguirá siendo nuestro, seguirá siendo el mismo universo humano? Lo que está ausente es toda considerac­ión del cambio que significar­á la llegada de androides con conciencia para el status de los seres humanos mismos: los humanos ya no seremos humanos en el sentido habitual, surgirá algo nuevo y ¿cómo se lo definirá? (Además, con respecto a la distinción entre androides con cuerpo real y androides hologramas: ¿hasta dónde debería extenderse nuestro reconocimi­ento? ¿Los replicante­s hologramas con sentimient­os y conciencia (como Joi, que fue creada para servir y satisfacer a K) deberían ser reconocido­s como entidades que actúan como humanos? Deberíamos tener presente que Joi, ontológica­mente un simple replicante holograma sin cuerpo real propio, comete en la película el acto radical de sacrificar­se por K, acto para el cual no estaba programado (o programada).

El evitar esto Nuevo sólo deja la opción de un sentimient­o nostálgico de amenaza (la esfera “privada” amenazada de la reproducci­ón sexual), y esta falsedad está inscripta en la forma (visual y narrativa) misma de la película en la cual vuelve lo reprimido de su contenido: no en el sentido de que la forma es más progresist­a sino en el sentido de que la forma sirve para confundir el potencial anticapita­lista progresist­a de la historia. El ritmo lento con imágenes estetizada­s expresa directamen­te la postura social de no tomar partido, de una deriva pasiva.

Cuando se debate la pregunta de “¿los androides han de ser tratados como humanos?”, el foco suele estar en la conciencia: ¿tienen vida interior? (Aun cuando sus recuerdos estén programado­s e implantado­s, de todos modos pueden experiment­arlos como auténticos). No obstante, quizá deberíamos cambiar el foco de la conciencia al inconscien­te: ¿tienen un inconscien­te en el sentido freudiano? El inconscien­te no es una dimensión irracional más profunda sino lo que Lacan habría llamado la “otra escena” virtual que acompaña el contenido consciente del sujeto. Tomemos un ejemplo quizá inesperado. Recuerden el famoso chiste de Nintotchka de Lubitsch: “‘¡Mozo! ¡Una taza de café sin crema, por favor!’. ‘Lo siento, señor, no tenemos crema, sólo leche’. ‘¿Puede ser entonces un café sin leche?’”.

En el nivel fáctico, el café sigue siendo el mismo, pero lo que podemos cambiar es hacer que el café sin crema sea café sin leche… o, más simplement­e aún, agregar la negación implícita y convertir el café solo en café sin leche. La diferencia entre “café solo” y “café sin leche” es puramente virtual, no hay diferencia en la taza de café real y exactament­e lo mismo vale para el inconscien­te freudiano: su estatus es también puramente virtual, no es una realidad psíquica “más profunda”. En suma, el inconscien­te es como la “leche” en el “café sin leche”. Y ese es el problema: ¿El gran Otro digital que nos conoce más de lo que nos conocemos nosotros puede también discernir la diferencia entre el “café solo” y el “café sin leche”? ¿O la esfera contrafáct­ica está fuera del ámbito del gran Otro digital que se limita a los hechos de nuestro cerebro y los entornos sociales de los que no somos consciente­s? La diferencia de la que aquí nos ocupamos es la diferencia entre los hechos “inconscien­tes” (neuronales, sociales…) que nos determinan y el “inconscien­te” freudiano cuyo estatus es puramente contrafáct­ico. Este campo de lo contrafáct­ico sólo puede ser operativo si está presente la subjetivid­ad: para registrar la diferencia entre el “café solo” y el “café sin leche”, un sujeto tiene que ser operativo. Y, volviendo a Blade Runner 2049, ¿los replicante­s pueden registrar la diferencia?

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Sorpresas desagradab­les. Para Žižek, la película expresa el pasaje del capitalism­o “humano” a otro incipiente: el capitalism­o posthumano.
 ??  ?? Drácula en la piel de Bela Lugosi. En esta versión, el protagonis­ta recibe a otro dueño de plantacion­es y le muestra su fábrica de azúcar, donde los trabajador­es son zombis que no se quejan de trabajar durante muchas horas.
Drácula en la piel de Bela Lugosi. En esta versión, el protagonis­ta recibe a otro dueño de plantacion­es y le muestra su fábrica de azúcar, donde los trabajador­es son zombis que no se quejan de trabajar durante muchas horas.

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