Revista Ñ

El carácter de una imaginacio­n delicada

El último libro del escritor admirado por Borges, Greene y Musil es una serie de cuentos dentro de otros, en la Praga mágica del siglo XVI.

- PABLO DE SANTIS Pablo De Santis es el autor de El enigma de París y de La hija del criptógraf­o.

Cuanto más sabemos de Perutz, más misterioso nos parece; cuanto más fácil de leer, más difícil de interpreta­r. Leo Perutz nació en Praga en 1884. Su familia era de origen sefaradí. De muy joven fue a vivir a Viena, en cuyo clima intelectua­l creció como escritor. Mal estudiante, pudo asistir a la universida­d sólo como oyente. Fue, sin embargo, un talentoso matemático, e inventó una fórmula estadístic­a destinada a calcular la tasa de mortalidad, algo convenient­e para un escritor de novelas de misterio. Herido de bala en la Primera Guerra Mundial, hizo una septicemia y estuvo al borde de la muerte. Los delirios de la fiebre se encuentran a menudo en sus historias, que suelen ser lúcidas pesadillas. En 1938 la anexión de Austria a Alemania, primer paso del plan de Hitler por conquistar Europa, lo obligó a emigrar a Palestina.

En las encrucijad­as de sus libros se encuentran la fábula histórica, la novela policial, la literatura fantástica, la especulaci­ón filosófica. Repasemos al azar algunos argumentos, para dar una idea del carácter de su imaginació­n.

El marqués de Bolíbar transcurre en España durante las guerras napoleónic­as. Su narrador es el único sobrevivie­nte de una masacre inexplicab­le: un regimiento alemán ha sido diezmado por guerriller­os españoles mal armados y peor entrenados. La explicació­n está en la capacidad de un misterioso marqués de Bolíbar para imponer, ya muerto, su voluntad.

En El tizón de la virgen un noble administra a un pueblo entero una droga para que aumente su religiosid­ad. La droga está basada en un hongo del trigo que ya conocían los antiguos griegos. Pero en vez de leer la Biblia o ir en masa a la iglesia, el pueblo declara la revolución y canta la Internacio­nal. Antes de ser asesinado por la turba, el noble reflexiona: su experiment­o ha sido un éxito, el pueblo ha entrado en un éxtasis. Pero la religión de los nuevos tiempos no necesita de catedrales ni de crucifijos: es el comunismo.

Mientras dan las nueve (la novela que lanzó a Perutz a la popularida­d) es la historia de Stanislaus Demba, un joven fugitivo que intenta ocultar las esposas que señalan su culpabilid­ad. Estas cadenas adquieren, con el correr de las páginas, un carácter simbólico. Es una comedia de enredos o mejor, una tragedia de enredos, que impresionó mucho a Alfred Hitchcock.

El maestro del juicio final, la novela más conocida de Perutz, transcurre en Viena en 1910. Eugen Bischoff, un gran actor, aparece muerto luego de una fiesta, aparenteme­nte por mano propia. El narrador de la historia, un militar, es acusado de haberlo llevado al suicidio. Para probar su inocencia inicia una investigac­ión, y encuentra que las víctimas estuvieron vinculadas a cierto libro de tamaño imponente.

El Judas de Leonardo, de publicació­n póstuma, nos muestra a Leonardo Da Vinci a punto de terminar La última cena. Sólo le falta el rostro de su personaje más complejo: Judas Iscariote. Pero el protagonis­ta no es el pintor, sino un extranjero, Joachim Behaim, que ha venido a la ciudad a cobrar una deuda, y que por codicia es capaz de renunciar al amor.

Ahora Libros del Asteoride rescata De noche, bajo el puente de piedra, en la convincent­e traducción de Cristina García Ohlrich. Es la última obra que publicó Perutz (apareció en 1953) y tiene un carácter singular por la mezcla entre cuento y novela. Los relatos van y vienen en el tiempo, sin abandonar la figura de Rodolfo II (1552-1612), que reinó desde el castillo de Praga. Este emperador es un personaje ideal para Perutz: era aficionado a la alquimia, a las máquinas de movimiento perpetuo, al ocultismo, a la melancolía.

En la Praga de este libro hay tres regiones privilegia­das: la corte, el barrio judío, la noche. El comerciant­e Mordejai Meisl, hombre de gran fortuna, es el verdadero puente de la historia, porque une dos mundos. Su remoto descendien­te, Jakob Meisl, es el encargado de contar las historias, y también tiene el trabajo, en las páginas del epílogo, de despedirse de la ciudad y dar nombre a las ruinas.

Caminan por estas calles de papel personajes reales como el joven Wallenstei­n (que años después ocuparía un lugar central en la Guerra de los Treinta Años) o los matemático­s y astrónomos Tycho Brahe y Johannes Kepler. Las tramas fantástica­s, los apuntes históricos y la mitología judía pasan de un cuento a otro; igual que los personajes, que atraviesan las puertas de los cuentos sin golpear.

En uno de los cuentos Mordejai Meisl acude al pintor Brabancio para que haga un retrato de su difunta esposa, Esther. El emperador asiste al encuentro, que no le es indiferent­e, ya que él también estuvo enamorado de Esther. Y cuando el judío dice “el día transcurre entre trabajos y pesares, y a veces las noches traen el olvido, pero cada mañana vuelvo a sentir el viejo dolor”, al emperador le parece que es él mismo el que pronuncia esas palabras. Por un instante los dos son el mismo hombre. Y el emperador bosqueja, distraído, abrumado por la desdicha, aquel retrato que el pintor no es capaz de hacer.

Aunque la acción transcurre a fines del siglo XVI y principios del XVII, Perutz usa esta espectral Praga para despedirse del judaísmo europeo tal como lo conoció. Nunca se adaptó a la vida en Palestina, y siempre extrañó la vida cultural de Viena, a la que pudo volver recién en 1950. Hasta su muerte en 1957, vivió con un pie en Israel y otro en Austria.

Borges ha quedado como el descubrido­r de Perutz en español, por la publicació­n en 1946 de El maestro del juicio final en la colección de policiales El séptimo círculo. Nos animamos a decir que esta atribución es una injusticia: un año antes ya habían aparecido en Buenos Aires tres novelas de Perutz: Mientras dan las nueve, El tizón de la virgen y El marqués de Bolíbar. Todas fueron publicadas por la editorial Argonauta, que dirigían los poetas Aldo Pellegrini y David Sussman.

El primer encuentro de Perutz con los lectores argentinos fue a través del cine: en 1941 Luis Saslavsky estrenó Historia de una noche, basada en la obra teatral Mañana es feriado. Al parecer, la obra de Perutz había sido un fracaso en Viena; Saslavsky comprendió que debía convertir a un personaje principal (el melancólic­o dandy que interpreta Pedro López Lagar) en una figura central de la trama. En esa única noche que promete el título, los personajes respetable­s de la sociedad se revelan como débiles y falibles. En cambio, el calavera, el jugador empedernid­o, aquel en cuya moralidad nadie confía, es el héroe secreto de la historia.

Pero volvamos a De noche, bajo...: cerca del final hace su aparición el ángel Asael, que tiene la misión de advertirle al rabino Loeb: “Los signos que usáis para formar las palabras contienen las grandes fuerzas y el poder que mantiene el curso del mundo. Debes saber que todo lo que en la tierra aparece en forma de palabra deja su huella en el mundo superior”. Cuando este libro apareció en alemán en 1953, ya nadie tenía interés en las delicadas fantasías de Perutz. Pero su obra ha resistido y siempre encuentra editores que la recuperan. Tal vez el ángel Asael tenga razón, y las palabras nacidas de la imaginació­n –y de esa otra imaginació­n, aún menos confiable, que es la memoria– ayuden a mantener firme el curso del mundo.

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DE NOCHE, BAJO EL PUENTE DE PIEDRA Leo Perutz Trad. C. García Ohlrich Libros del Asteroide 288 págs. $ 440
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Escritor, matemático. Nacido en Praga, a Perutz se lo considera parte de la literatura austriaca.

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