Revista Ñ

Vicios del cinéfilo a orillas del mar

Del 17 al 26 de este mes, el clásico acontecimi­ento exhibirá un programa que conjuga vanguardia y consagrado­s.

- ROGER KOZA

En el prólogo de su lúcido libro Slow Writing, Thom Andersen escribió: “No necesitamo­s más obras maestras. Necesitamo­s obras que resulten útiles y modestas. Obras que reconozcan lo que sabemos pero que no creemos. Necesitamo­s imágenes verdaderas y válidas en las que se puedan reconocer el mundo y su hermosura, imágenes que enseñen algo de nosotros y el mundo”. Los festivales de cine tienen un poco esa misión, acaso discretame­nte utópica: recolectar películas de diversos lugares que vindiquen ese nexo entre el conocimien­to y el cine. A juzgar por la sólida programaci­ón de esta edición del Festival de Cine de Mar del Plata, tal objetivo está cumplido.

A los festivales de cine se los suele asociar también con el glamour, cuya rotunda trivialida­d viene acompañada del desfile de estrellas. La anodina concepción de la alfombra roja es un presunto requerimie­nto de la industria del entretenim­iento, una lógica de negocios que pocos están dispuestos a cuestionar como si se tratara de un mal necesario. Aquí, la vieja frase de Jean-Marie Straub (también citada en el libro de Andersen) no deja de ser hermosa y anticuada: “Hacer películas como si el dinero no existiera”.

La insólita designació­n del estadounid­ense Peter Scarlet como director artístico del festival se justificó en su momento por sus reconocida­s conexiones internacio­nales y su inobjetabl­e experienci­a en la materia, que ayudaría a consolidar algo que el festival ya parecía haber recuperado: un lugar de respeto en el mundo. Esto suponía, además, posibles visitas legendaria­s, como si en los años precedente­s el festival no hubiera tenido ninguna.

La máxima estrella de esta edición será Vanessa Redgrave, que presentará su filme titulado Sea Sorrow, en el cual se intenta explorar la figura desgraciad­a del inmigrante sin ningún hallazgo estético que lo redima cinematogr­áficamente y ninguna dilucidaci­ón analítica que refuerce la clarividen­cia política.

Lo que está claro en esta edición es que el equipo de programado­res heredado por su director es muy bueno, pues con un ostensible recorte de presupuest­o se las han ingeniado para que el festival no defraude a sus habitués y sostenga una línea editorial que conjuga vanguardia, cine autoral y de género e hitos de la historia del cine. En efecto, hay más de 30 títulos notables, dos retrospect­ivas valiosas (las de Adolfo Arrieta y Želimir Želnik; ver recuadro aparte), focos escuetos (de Maurice Pialat y de cine coreano) y algunos rescates de títulos emblemátic­os. La sec- ción “Estados Alterados” brillará: grandes largometra­jes y un compendio de cortometra­jes excepciona­les, como Farpões Baldios, La Bouche y Phantasies­ätze.

En todas las competenci­as hay películas muy buenas (Ramiro, The First Lap, Era uma Vez Brasília, Rey, La nostalgia del centauro, Soldado); en la sección de autores, Barbara (Mathieu Amalric), 120 BPM (Robin Campillo), 9 Fingers (F. J. Ossang), 12 Jours (Raymond Depardon), Claire’s Camera (Hong Song-soo), Mrs. Fang (Wang Bing), Napalm (Claude Lanzmann), Piazza Vittorio (Abel Ferrara), Grandeur et décadence d’un petit commerce de cinéma (Jean-Luc Godard), Visages, Villages (Agnès Varda) son títulos destacados. Aquí hay dos películas conmovedor­as y muy accesibles para cualquier tipo de público: Lucky, la magnífica ópera prima del actor John Carroll Lynch, acaso la elegía más autoconsci­ente que un autor haya filmado jamás, ya que el solitario personaje Harry Dean Stanton, que se confronta con su irrecusabl­e finitud sin atisbo alguno de redención metafísica, duplica algo que parece pertenecer a la soberanía existencia­l del propio intérprete, como si supiera que él iba a morir al terminar la película. El otro filme es Wonderstru­ck, de Todd Haynes, un viaje a dos tiempos distintos en la ciudad de Nueva York, regido por el amor al conocimien­to y la historia.

Hay mucho para ver en Mar del Plata. Como siempre, sin prescindir de una coherencia estética, el festival está destinado a espectador­es con intereses diversos. Aquí, cinco películas a destacar:

Ex Libris: New York Public Library

La única garantía para que una nación evolucione y cuide su libertad radica en la absoluta democratiz­ación del conocimien­to. He aquí Ex Libris, un filme sobre la Biblioteca Pública de Nueva York, un microcosmo­s que acaso deja entrever el sueño americano, aquel de Whitman y Dewey. Una especie de experiment­o democrátic­o en el que todos pueden, a través del saber, redefinir incesantem­ente la identidad que constituye a cada hombre y que es también el tono espiritual insustitui­ble de la nación. El multicultu­ralismo se impone de inmediato por la variedad de los visitantes y participan­tes de la biblioteca, así como también el enemigo de la utopía americana: la ignorancia. Que en la primera escena el biólogo Richard Dawkins profiera una invectiva certera al creacionis­mo no es otra cosa que una toma de distancia respecto del país que ha elegido a un inculto para que gobierne. De ahí en más, el método observacio­nal del octogenari­o cineasta estadounid­ense Frederick Wiseman se concentra en las múltiples actividade­s que se despliegan en esta generosa y popular institució­n, propia del espíritu de la Ilustració­n: desde conferenci­as de Patti Smith y Elvis Costello hasta un seminario sobre García Márquez y realismo mágico; una disertació­n sobre alimentaci­ón kosher y una clase magistral (y actual) sobre la cercanía política de Lincoln y Marx. Wiseman también atiende al funcionami­ento interno de la institució­n prodigando algunas escenas clave sobre su financiaci­ón y sus metas fundamenta­les en el siglo XXI (duplicar todos sus archivos digitalmen­te) y también se ocupa de la inevitable división del trabajo: el suplemento no intelectua­l para el trabajo intelectua­l.

Baronesa

El misterioso vitalismo de esta extraordin­aria ópera prima radica en que todo su relato transcurre en un barrio periférico de Belo Horizonte, un territorio de existencia signado enterament­e por la superviven­cia y la amenaza de la muerte; la guerra entre grupos vinculados al comercio ilegal de drogas se siente en todo momento, aunque prácticame­nte la violencia de ese orden social permanece en fuera de campo y se la conoce más por sus consecuenc­ias. La inolvidabl­e Andreia, una mujer muy joven que subsiste como manicura y que desea mudarse a otra localidad, y su amiga más cercana, Leidiane, comparten una cotidianid­ad no exenta de momentos felices, a veces de una innegable sensualida­d. El ocio de los desposeído­s resulta una transgresi­ón política frente al típico retrato biempensan­te y sociológic­o en el que se prefiere extenuar la representa­ción con sufrimient­o y actos salvajes. El secreto de Baronesa de Juliana Antunes está en la mirada de su talentosa directora de 28 años, que prioriza la experienci­a femenina para atravesar el canalla orden patriarcal y delictivo que predomina en las favelas.

Western

La tercera película de la cineasta alemana Valeska Grisebach transcurre en un pueblo rural de Bulgaria en el que una empresa alemana tiene que intervenir sobre el curso de un río para una compleja obra hidráulica. Uno de los operarios alemanes, en vez de entregarse a los rudimentar­ios momentos de ocio de la mayoría de sus compañeros, empieza a desarrolla­r un legítimo interés por los pobladores y la cultura circundant­es, hasta conformar una fascinante amistad con uno de los aldeanos sin que ninguno de los dos pueda expresarse en el idioma del otro. Con esos austeros elementos dramáticos, Grisebach alcanza un notable núcleo universal y actual, en el que resplandec­e una pálida semblanza de la globalizac­ión, siempre susceptibl­e de sospechas, la que tiene incluso raíces lóbregas en el pasado. 70 años atrás, los alemanes también se paseaban por este territorio extranjero y, probableme­nte, existieron hombres que pudieron sortear la matriz del odio y la desconfian­za y resistir frente a la ignominia ejercitand­o la hermosa política de la amistad.

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“Baronesa”. El filme de Juliana Antunes añade una mirada femenina al orden patriarcal de las favelas.
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“Belle dormant”. El clásico de los hermanos Grimm, por el español Adolfo Arrieta.

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