Revista Ñ

Crisol de estilos y de géneros

Diálogo con Matthew Shipp, una de las figuras fuertes del festival que se extenderá del 15 al 20 de noviembre.

- NICOLAS PICHERSKY

Atodo movimiento cultural le llega su Cabaret Voltaire. Ese teatro de operacione­s, tertulia nocturna y subterráne­a contra todo, no le ocurrió al jazz en ningún bar de Zúrich. Y, sin embargo, su tamborileo sobre las mesas de la música negra golpeó fuerte: primero como cacofonía, luego como refundació­n estética y política (la negritud en los años más convulsos de reclamos por los derechos civiles). En la historia del jazz, su momento dadá fue el free jazz. Y el así denominado jazz libre de los 60 fue incluso más sísmico que el bebop de los 40: a la rapidez, a los solos de un solo instrument­o, se sumaban los solos de todo el conjunto. Y junto a ello, el radical abandono de la melodía y la armonía.

Aquel jazz libre evolucionó en Estados Unidos y se convirtió también en Europa y en América Latina (con el Gato Barbieri a la cabeza) en el nuevo lenguaje del jazz. “The New Thing” se lo llamó. Una denominaci­ón perfecta que alude tanto a lo concreto como a lo abstracto, a lo inaprensib­le. Porque el free jazz, cuyas resonancia­s llegan hasta grupos de rock como Sonic Youth o las aventuras del saxofonist­a y productor musical John Zorn, se basa en la libertad de la improvisac­ión.

Del 15 al 20 de noviembre, Buenos Aires Jazz nos sorprender­á no sólo con el trío del legendario contrabaji­sta Gary Peacock (histórico ladero del pianista Keith Jarrett) a cargo del show de apertura, sino también con la presencia del pianista Matthew Shipp –junto al contrabaji­sta Michael Bisio y el baterista Newman Taylor Baker–, que también nos deleitará con un recital de solo piano y un workshop de improvisac­ión colectiva. Una de las voces más libertaria­s, vanguardis­tas y anárquicas del jazz de las últimas tres décadas, Shipp, a sus jóvenes 56 años lleva grabados más de 50 discos como líder y otros tantos más como acompañant­e. Su curiosidad, una usina que no tiene comparació­n en el jazz contemporá­neo, lo condujo a la combinació­n del jazz con la música electrónic­a (el excitante álbum Nu Bop) como a otras aleaciones con el hip hop o con músicos de otros géneros como Jason Pierce del grupo Spirituali­zed o DJ Spooky. Sus grabacione­s con el bajista William Parker son antológica­s y sus escasas interpreta­ciones de standards tornan imposible volver a escuchar an-

tiguas versiones. Allí está, en el extraordin­ario disco Multiplica­tion Table, su versión de “Autumn leaves”. En sus manos, el standard, destartala­do y euforizant­e, parece una versión surrealist­a del clásico que cantara Yves Montand.

Shipp conversó por teléfono con Ñ desde su hogar en Nueva York. Cuenta que en Buenos Aires tocará composicio­nes de sus últimos álbumes, entre ellos, el maravillos­o Piano Song de este año y, por supuesto, mucha improvisac­ión libre. Piano Song, nos cuenta, será su último lanzamient­o para el vanguardis­ta

sello Thirsty Ear; entre sus planes para 2018 figura el de editar dos nuevos discos para ESP. De todas maneras, Shipp seguirá trabajando como curador para la casa discográfi­ca, donde sigue selecciona­do a artistas siempre originales como el pianista Craig Teborn, The Jazz Passengers o la chelista Tomeka Reid.

–El free jazz abrevó de la ebullición social y política de los 60. ¿Qué queda de todo aquello?

–Hay una tradición en el free jazz: músicos como Paul Bley, Ornette Coleman, Cecil Taylor. Pero yo trato de estar en mi momento, en el presente. Para mí el free jazz es la posibilida­d de ser quien sos, un crisol de lenguajes para expresarte y escuchar miles de músicas de diferentes personas y hacerlas partes de tu propio sistema compositiv­o. Crecí en los 70 y me ha influencia­do casi todo: la tradición del jazz, pero también Sun Ra, Albert Ayler, Marvin Gaye, Stevie Wonder o Chopin, cualquier sonido que fuera original.

–Ha tocado jazz con música electrónic­a desde hace por lo menos veinte años. ¿Piensa que esta amalgama, que se sigue tratando como nueva, aún tiene algo para decir?

–Honestamen­te no. Hay una gran atracción por las laptops en el jazz, pero no creo que haya mucho para explorar allí. Pero atención: ¡no creo que algo tenga que ser nuevo para ser bueno, eh! Creo que lo importante es componer, nada va a venir de un género en particular. El verdadero acto revolucion­ario es ser fiel a uno mismo con el instrument­o. De ahí viene toda la belleza y el atrevimien­to en la música, incluso si tocás un idioma musical que ha sido usado un millón de veces.

–¿Cómo le resulta ser músico y curador de un sello al mismo tiempo? –Soy parte de una comunidad de músicos y siempre es oxigenante participar de los proyectos de otros artistas, observar cómo trabajan. Es una manera de salirse de uno mismo y ser parte de algo más grande. –Usted no suele tocar standards, pero cuando lo hace los recrea absolutame­nte.

–Mi modelo a la hora de interpreta­r standards y rehacerlos siempre ha sido Thelonious Monk: cuando él toca clásicos, siguen sonando como Monk. No sé si los standards seguirán siendo válidos en el futuro, imposible saberlo. Ser un músico de jazz es, sobre todo, ser un compositor. De todas maneras, en Buenos Aires tocaré algunos de mis standards favoritos. Programaci­ón completa: festivales.buenosaire­s.gob.ar

 ?? ANNA YATSKEVICH ?? Libertad. “El verdadero acto revolucion­ario es ser fiel a uno mismo con el instrument­o”, afirma Shipp.
ANNA YATSKEVICH Libertad. “El verdadero acto revolucion­ario es ser fiel a uno mismo con el instrument­o”, afirma Shipp.

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