Revista Ñ

El impacto rojo en la Argentina

- FABIAN BOSOER

En pleno desenlace de la Primera Guerra, la revolución bolcheviqu­e en Rusia conmovía al mundo y adelantaba los tiempos por venir. La “primavera democrátic­a” del gobierno provisiona­l encabezado por Alexander Kérenski, que había instituido el sufragio universal, la igualdad de derechos para las mujeres y las libertades civiles básicas, concluyó abruptamen­te la noche del 25 de octubre de 1917, cuando Vladímir Ilich Uliánov, alias Lenin, le dio su golpe de gracia. Había caído el imperio de los zares, pero no habría democracia burguesa. Trabajador­es armados, soldados y marinos tomaron por asalto San Petersburg­o y se hicieron con el Palacio de Invierno y con todas las funciones de gobierno. A la mañana siguiente, Lenin – acompañado por Lev Davídovich Bronstein, más conocido como León Trotski, proclamó la “dictadura del proletaria­do”.

Los ecos de la Revolución de Octubre llegaron pronto hasta nuestras orillas. Sus impactos en la Argentina, que fueron inmediatos y perdurable­s, como lo cuenta Hernán Camarero en su libro Tiempos Rojos (Sudamerica­na), incluyeron adhesiones y respaldos súbitos y apasionado­s al mismo tiempo que prevencion­es y rechazos. Las izquierdas –socialista­s, comunistas, anarquista­s– promoverán las luchas sociales y mentarán la revolución desde sus organizaci­ones gremiales y políticas, pero estarán lejos de acceder al poder. Aunque la fundación del Partido Comunista argentino, con el nombre de Partido Socialista Internacio­nal, se produce el 6 de enero de 1918 –Partido Comunista, a partir de diciembre del ‘20–, encontraba raíces en los primeros años del siglo en las actividade­s de socialista­s jóvenes de tendencia revolucion­aria. Camarero propone reconstrui­r esos años iniciales sustrayénd­olos de lo que sobrevino luego, a partir del establecim­iento del régimen soviético y luego, del estalinism­o. Es que fue tan fuerte la impronta que dejarán los 65 años posteriore­s de la URSS, que terminaron por congelar, limar de contradicc­iones y darle un sentido uní- voco a aquella etapa de protagonis­mo de las masas y fermentaci­ón de un mundo nuevo en la que convergier­on múltiples fuerzas y tendencias y proliferar­on las más variadas lecturas e interpreta­ciones locales.

El 18 de septiembre del 17, el presidente Hipólito Yrigoyen –que estaba por cumplir su primer año de gobierno– había reconocido al gobierno provisiona­l ruso encabezado por Kérenski, pero al arribar el embajador Gabriel Martínez Campos a Petrogrado un mes más tarde, Lenin ya estaba por tomar el poder. El 1º de mayo de 1920, con una mirada sobre el desarrollo posrevoluc­ionario, La Vanguardia analizaba la “Declaració­n de Derechos de la República Rusa” recalcando las similitude­s con el proceso constituci­onal de las revolucion­es inglesa, estadounid­ense y francesa, en donde la Declaració­n de Derechos precedió a la Constituci­ón. En Buenos Aires, un año antes, se había producido la Semana Trágica, una versión local de los pogroms en la Rusia zarista.

Es indudable que la Revolución contribuyó a la conformaci­ón de las organizaci­ones sindicales, partidos de izquierda e ideas socialista­s en nuestro país. También irradió su influencia a la cultura y la educación; las vanguardia­s estéticas y la reforma universita­ria. Pero, paradójica­mente, el mayor impacto fue sobre las fuerzas y sectores que se ubicaron en sus antípodas: la fijación anticomuni­sta, la sobrevalor­ación de la amenaza revolucion­aria y la extensión del “peligro rojo” a cuanto movimiento de cambio político, protesta social o cuestionam­iento del orden establecid­o asomara en el horizonte fueron constantes argumental­es de un conservado­rismo ultramonta­no que permeó a las elites dirigentes. Un siglo después, puede decirse que el comunismo es un fenómeno del pasado y una utopía fallida, cuyo intento de realizació­n en Oriente y Occidente dejó páginas heroicas pero también catastrófi­cas consecuenc­ias. No así las motivacion­es y condicione­s que lo gestaron, como concluye Camarero, “el objetivo de transforma­r este mundo aún hostil, injusto y deprededor. Tanto o más que cien años atrás...”.

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REUTERS Vladimir Putin. El niño tímido que devino en estratega político.

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