Margaret Atwood, un raro fervor
En algunos balcones que rodean al hermoso edificio de la Biblioteca Nacional la gente salía a mirar. ¿Qué está sucediendo en la explanada?, se preguntarían. Desde ahí abajo, en el medio del tumulto, no se llegaba a escuchar sus conversaciones, pero es lícito conjeturar una misma, una única conversación: ¿qué hace tanta gente esperando en la puerta de la Biblioteca? Adentro del edificio, los empleados y los organizadores del encuentro también estaban algo excedidos por ese raro fervor. Ok: la visita de la escritora canadiense Margaret Atwood venía siendo largamente promocionada en diarios y redes sociales. Ok: Atwood está en el momento más resonante de su larga y productiva trayectoria, desde que dos de sus libros llegaron a la televisión y las computadoras bajo la forma de miniseries. Y sin embargo, la sorpresa de todo el mundo era lógica, casi necesaria: ¿cientos de personas para ver a una escritora? No parece de esta época.
El público general de la conversación entre la canadiense y Alberto Manguel, director de la institución, estaba copado sobre todo por mujeres. Eso sí que no es una sorpresa: nadie ignora que las mujeres son las que sostienen hoy la atávica práctica de la lectura. En la fila de entrada, que duró más de dos horas –el evento era a las 19 y se dijo que había gente esperando desde las 14, como en un concierto de rock–, muchas leían. We where Feminists once de Andi Zeisler; The Blazing World de Siri Hustvedt; Todos deberíamos ser feministas de Chimamanda Ngozi Adichie. Esos fueron algunos de los libros que pude ver, en las manos de lectoras concentradas, glaseadas por el sol de la tarde. Es que, sabemos, los libros de Atwood se volvieron a leer con fuerza en esta nueva oleada de feminismo siglo XXI y muchas lectoras fueron hasta la Biblioteca Nacional para buscar la palabra de una de las referentes más renombradas, que sin embargo se desmarca: “El feminismo es un término paraguas tan grande como cristianismo. Así solo, no significa nada. ¿De qué feminismo hablamos? ¿De la lucha por los derechos legales para las mujeres? Entonces sí. ¿De considerar a las mujeres como ángeles? Entonces no me cuenten”, arrojó desde el escenario.
La charla duró algo más de una hora y terminó con una serie de consejos para los escritores jóvenes. “Lean, lean, lean. Escriban, escriban, escriban”, repitió como si del estribillo de una canción pop se tratara. Cuando todo terminó, los que pudieron ingresar a la sala (porque la mayoría de la gente lo tuvo que ver desde afuera, en unas pantallas gigantes) se ubicaron en una nueva fila para que la autora de El cuento de la criada les firmara sus ejemplares. Lo hacían de a dos: alguien acercaba el libro y otro (un amigo, quien fuera) sacaba una foto, porque hoy la letra se refrenda con una imagen.