Formas de la evocación
En “Florentina”, Muslip construye un preciso artefacto narrativo a partir del recuerdo de su abuela gallega.
Florentina es una demostración acabada del oficio de su autor: con la misma materia con que se elaboran miles de relatos reiterativos y olvidables, Eduardo Muslip construye un artefacto narrativo de precisa relojería. Porque la evocación de ese nieto al que se le “aparece” la abuela gallega, no cede a ninguna de las zancadillas fáciles de la melancolía ni de la nostalgia evocativa, como tampoco a los lugares comunes del psicologismo. El vínculo amoroso turbio de esta novela –cambiante, expresionista– enmarca el recuerdo que el nieto hace de su abuela, sobreimpreso a sus primeras lecturas –las enciclopedias, Las mil y una noches, el Pequeño Larousse Ilustrado–, a su propia aprehensión del mundo. La voz de la abuela se asocia y se distancia con sus sentencias, sus certeros rencores, su implacable puntualidad. Lejos de la amenidad con el pasado, el relato del nieto reconstruye desde la adultez ambas improntas, y no casualmente alude, en el mismo texto, a cierta creencia en la capacidad de los espíritus de los muertos de “dictar libros”. Un texto impecable.
Jaula y llanura es el auspicioso debut del cordobés Ismael Origlia. Un cruce entre el costumbrismo brutal, el realismo salvaje y una oscura fábula paródica que cuenta el derrotero oscurísimo de una familia con lenguaje preciosista y cuidado. Por último, en El río invisible, Cristina Siscar narra un reencuentro, en un cauce lento de esporádicas claridades.