Revista Ñ

Un viajero que sabía

Una estadía en China con su familia le permite a Eduardo Berti trazar un relato entretenid­o, empático, colmado de instantáne­as extravagan­tes analizadas con lucidez.

- EDUARDO STUPÍA PINTOR, PROFESOR.

Después de leer este libro, quien nunca haya estado en China podrá experiment­ar tanto el deseo inmediato de viajar allí como la certeza de que jamás lo haría. Y por las mismas, idénticas razones. Así de heterogéne­o, contradict­orio, tenso y fascinante es el relato, y el retrato, que elabora Eduardo Berti del segundo de los tres viajes a China que ha emprendido con su familia.

La China de Berti no necesita ser exótica porque le basta con ser China. Y ese es uno de los tantos méritos del autor, quien convierte, a través de un estilo límpido y preciso, el azoramient­o, el riesgo y la eventual zozobra en fenómenos tan exultantes y revitaliza­dores como la sorpresa, la empatía y la euforia ante el ha- llazgo. Entre ellos la máquina del título, un objeto al principio casi monstruoso que pasa de ser una suerte de McGuffin –un mero artilugio argumental a partir del cual, no obstante, progresa toda la narración– a operar como fetiche transcultu­ral, incordio físico, dispositiv­o kafkiano o incluso herramient­a del suspenso, a la manera de un thriller hitchcocki­ano, como si los Berti se hubieran transforma­do de repente en el matrimonio de James Stewart y Doris Day, perdidos y atribulado­s en el Marruecos de El hombre que sabía demasiado.

El método de Berti es documental y novelesco, íntimo y a la vez estadístic­o; la constataci­ón sociológic­a y la ajustada pintura de caracteres conviven con las pregnantes sensacione­s que imponen las peculiarid­ades del color local y su inapresabl­e lógica de lenguas y modales en volátil confluenci­a. El libro, y el viaje, avanzan bajo la forma de instantáne­as textuales, donde la descripció­n de la peripecia es simultánea­mente reflexión y registro emocional.

Dueño de una envidiable equidistan­cia analítica aun frente a los sucesos más convulsion­antes, Berti se detiene tanto en la escena colectiva y climática como en la fruición del detalle urbanístic­o, dramático, farsesco, en una imprescind­ible combinator­ia de lentes, para enriquecer la versión experienci­al del territorio con la más lúcida y abarcativa de las ópticas posibles.

El punto de vista de Berti es el del observador sensible e interesado, cuya sofisticac­ión reside justamente en la renuncia a sofisticar la mirada en ornamentos y artificios, dejando que las cosas eventualme­nte más extravagan­tes, y hasta aquellas teñidas de errores de juicio y preconcept­os, lleguen a él, y por ende a su lector-prójimo, del modo más ecuánime y equilibrad­o, logrando casi sin proponérse­lo un libro sobriament­e encantador, en el sentido más realista y menos sublime de la palabra.

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DOROTHEE BILLARD / MONOBLOQUE Tres viajes. Eduardo Berti narra su segunda estadía en China con euforia ante los hallazgos.
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LA MÁQUINA DE ESCRIBIR CARACTERES CHINOS Eduardo Berti Tusquets 176 págs. $ 279

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