Maternidad e invierno
Un thriller psicológico sueco se interna en las consecuencias de ser madre y de una separación.
Karin, la protagonista de La ciudad blanca, se mira al espejo que pende “torcido y sucio” en una de las imágenes iniciales de la novela. Poco después, sabemos que la piel de sus pechos está tensa y bajo su palidez se aprecia “una red de finísimas venillas”. Lo primero que el lector puede establecer es una relación de correspondencia entre el cuerpo de la mujer, que ha sido madre hace poco, y la ciudad gélida. ¿Cómo fluyen los significados entre la mujer y su ciudad? Por la comparación: las corrientes de hielo, “esos ríos negros” y sus ramificaciones, que componen el paisaje, se asemejan a las “huellas que el embarazo le había dejado en el vientre”. La transparencia de la nieve, derretida sobre el rostro de Karin, es equiparable a las gotas de leche que escurren de la boca de Dream, su pequeña hija. La nieve y la leche materna aquí son sustancias hermanas. Se trata de la vida en su estado más feroz; la existencia sucediendo de manera natural. La vida en bruto.
La construcción de las imágenes muestra una prosa exacta que no se disgrega; la voz del narrador es atenta y dedicada, parece que no desea perder el tiempo en distracciones. La recreación de la vida interior de Karin, realizada con sutileza, muestra atributos que nos persuaden durante la lectura hasta el punto de creer que lo que leemos ocurre sin poder esquivarse: un destino desafortunado. La realidad en la novela es cruel, subyuga y se halla definida de modo documental o casi hiperreal, con recursos depurados y en tensión. La historia se cuenta a través de frases afiladas como navajas.
El cuerpo caliente de Karin en este invierno alimenta otro cuerpo sin cesar. A la manera en que los ojos se hacen de la luz.