Revista Ñ

Obras construida­s de adentro hacia afuera

- L.F.

En el año 1973 una joven coreógrafa que había creado un puñado de obras, algunas premiadas, llegó a la pequeña ciudad de Wuppertal para hacerse cargo del elenco de danza del Teatro Municipal. Así, en el ámbito modesto de una ciudad provincian­a, nació una suerte de milagroso laboratori­o en manos del genio revolucion­ario de Pina Bausch, un ámbito de libertad que quizás no habría encontrado en un gran teatro de ópera de cualquier capital europea. La posibilida­d de disponer tanto de una compañía estable como de la libertad completa que le otorgó el director general, le permitió profundiza­r en nuevos vocabulari­os y nuevas posibilida­des escénicas de un modo enterament­e personal.

Mucho tiempo más tarde Pina Bausch y su compañía llegaron a ser considerad­os por Alemania entera como un artículo de exportació­n tan prestigios­o como los productos de la empresa Mercedes Benz. Los comienzos, sin embargo, fueron extremadam­ente difíciles. Hacia fines de la década del 70, el público de Wuppertal se encontraba aún dividido respecto de la directora de la renovada compañía de danza. Por un lado, se sostenía un grupo compacto de admiradore­s; por el otro, un frente de detractore­s convencido­s entre los cuales los más violentos cubrían a Pina Bausch de insultos y escupidas y los más excitados la despertaba­n con llamados telefónico­s en la mitad de la noche para conminarla a dejar la ciudad.

Pero por encima de todo esto, una nueva especie escénica estaba siendo creada: la llamada danza-teatro. En los años que siguieron y hasta el día de hoy innumerabl­es artistas tanto de la danza como del teatro han sido fuertement­e marcados por el pensamient­o escénico de Pina Bausch.

Solingen es una pequeña ciudad del valle del Ruhr, ubicada en la misma región a la que también pertenece Wuppertal. Allí nació Pina Bausch –plena guerra, año 1940–, tercera hija de un matrimonio que poseía un pequeño hotel con un bar. Comenzó en la infancia a concurrir a una escuela de ballet y más tarde le dieron minúsculos papeles en operetas. Estas tempranas experienci­as teatrales le producían una mezcla de placer y terror, pero no sintió una vocación definida por la danza hasta los quince años, cuando ingresó a la famosa Folkwang Schule, dirigida entonces por el celebrado coreógrafo Kurt Jooss en la ciudad de Essen.

Cuatro años después de asumir la dirección de la Wuppertale­r y con el estreno de Blaubart, Pina introdujo su estilo fragmentad­o, fracturado: collages de historias paralelas, de climas disímiles, en los que se sucedían o se superponía­n la violencia, la ternura, el humor, la desesperac­ión, la brutalidad y el ridículo; obras plenas de vida y de una enorme melancolía. Eran tiempos duros, en los que Pina Bausch creó —incluso en los momentos de mayor desesperac­ión– piezas mayores como Café Müller (1978). En esta etapa Pina estaba acompañada por el escenógraf­o Rolf Borzik, que era también su pareja sentimenta­l. Borzik participó de la gestación de todas sus obras con un enfoque muy alejado de la concepción tradiciona­l de la escenograf­ía y que contribuyó a crear la “estética Pina”. Se trató no tanto de hacer visible o reconocibl­e un lugar para el espectador como de despertar sensacione­s corporales en los bailarines. Apeló así a construcci­ones y materiales muy diversos que invadían el escenario y formaban parte indisolubl­e de la obra: el piso cubierto de turba o de una plantación de claveles artificial­es; un bar fantasmal, un paisaje de ruinas, una colina, una poderosa cascada de agua.

Pina Bausch, que murió súbitament­e en 2009, creó cuarenta y seis piezas para su compañía, en la que hasta hoy conviven tres generacion­es de bailarines. A diferencia de lo que ocurre con la gran mayoría de sus numerosos imitadores –ningún otro artista de la escena ha sido tan plagiado en los últimos cuarenta años–, las produccion­es de Pina Bausch se sostienen no en un sinsentido provocador sino en un inmenso rigor en la construcci­ón de la obra y en una certera intuición poética. Dijo Pina alguna vez: “No construyo mis obras de principio a fin sino de adentro hacia afuera”.

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